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Guerra civil en 'Chimérica'

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Hace unos días en una rueda de prensa la periodista de CBS Weijia Jiang, de origen chino, pero nacionalidad estadounidense, le preguntó al presidente Donald Trump por qué era tan importante para él manejar la pandemia de COVID-19 en Estados Unidos como una competencia global sobre quién lo está haciendo mejor en el mundo, cuando todos los días están muriendo ciudadanos norteamericanos a causa de la enfermedad. La respuesta de Trump fue: "no me pregunte a mí, haga esa pregunta a China". Esta contestación no sólo evidencia al inquilino de la Casa Blanca en todos sus prejuicios xenófobos y raciales, sino que exhibe la creciente obsesión del poder político y económico de EUA con China. Ambas potencias representan hoy dos realidades disímbolas dentro del desestructurado sistema mundial, pero con una relación incluso más estrecha de la que se cree. Esta relación llevó al historiador Niall Ferguson y al economista Moritz Schularick a acuñar el acrónimo "Chimérica", una especie de quimera supranacional con dos cabezas, una de águila y la otra de dragón, símbolos de ambos estados. Pero la interdependencia va más allá de lo económico y hunde sus raíces en la historia.

Quizá a muchos sorprenderá, pero el nacimiento de EUA guarda una profunda conexión con China. La Compañía de las Indias Orientales (EIC, por sus siglas en inglés), una empresa británica en principio mercantil, cumplió en el siglo XVIII la misión de equilibrar la balanza comercial entre el Imperio chino Qing y el Imperio británico. Para ello necesitaba controlar la importante región de Bengala, en India, de donde saldría el opio que a raudales se vendería en China para obtener el dinero con el que se compraban en Europa artículos de lujo fabricados en el Lejano Oriente. En palabras de Peter Frankopan, autor de Las rutas de la seda, "la creciente adicción al lujo de Occidente en realidad se intercambiaba por la creciente adicción a las drogas de China, a la que pronto sería equivalente".

La EIC se transformó en una compañía narcotraficante con una enorme capacidad de extorsión, corrupción y fuerza militar. Frankopan narra que la ocupación de Bengala derivó en una catástrofe humanitaria que provocó la muerte por hambre de millones de bengalíes. El escándalo llegó a Londres, en donde se citó a comparecer a las cabezas de la EIC, lo cual provocó la debacle de la compañía debido a la venta masiva de sus acciones. Al borde de la quiebra, el gobierno británico decidió "rescatar" a la EIC y para lograrlo tuvo que incrementar aún más los impuestos en las Trece Colonias americanas, que ya padecían la carga fiscal de la Guerra de los Siete Años. El descontento de los colonos angloamericanos desencadenaría la guerra de independencia. De Pekín a Filadelfia, pasando por Bengala, aquel mundo globalizado e interdependiente a su manera vio surgir un nuevo estado que 200 años después lideraría al orbe.

A mediados del siglo XIX, la expansión imperialista de EUA hacia el oeste creó la necesidad de unir el nuevo inmenso territorio conquistado. Para ello se dispuso la construcción de vías de ferrocarril continentales que comunicaran a la próspera costa atlántica con el poco habitado litoral pacífico. Buena parte de las manos que ayudaron a hacerlo fueron de inmigrantes chinos que abandonaron su país huyendo de la miseria y la inestabilidad provocadas por las guerras del opio emprendidas por Gran Bretaña para mantener el tráfico de la droga en China. La fundación y crecimiento de EUA se dieron sobre la base del abuso de poder británico en el Lejano Oriente.

Ya en el siglo XX, tras la II Guerra Mundial EUA emergió como el nuevo "hegemón" del mundo, pero con un poderoso rival: la Unión Soviética. Una de las estrategias que siguió el gobierno norteamericano fue la de aprovechar el distanciamiento entre Moscú y Pekín para debilitar el poder soviético. En una de las más grandes jugadas geopolíticas de la historia reciente, el presidente Richard Nixon visitó la China comunista en 1972, con la que abrió un nuevo capítulo en las relaciones entre ambos estados que hasta entonces se habían mantenido hostiles. Para Washington, el objetivo era claro: acercar a Pekín a sus intereses, alejarla de Moscú y fortalecer su posición en el Sudeste asiático. Para Pekín representó la oportunidad de reabrirse al mundo tras siglos de aislamiento. Esa misma década, en 1978, China comenzó una serie de reformas económicas que le permitieron convertirse a la postre en el gran taller industrial del mundo que produciría a bajo costo una enorme cantidad de productos para satisfacer la demanda de las sociedades occidentales, principalmente la norteamericana.

Bajo un modelo autoritario de control estatal y con el objetivo puesto en incrementar las exportaciones año con año, China logró mantener un ritmo de crecimiento económico sorprendente por 40 años, hasta llegar a rivalizar con EUA. Durante todo ese tiempo la relación entre ambas economías se fue estrechando. El flujo de capital de Norteamérica a Asia Oriental en forma de nuevas inversiones para producir manufacturas se incrementó, las fábricas instaladas en China producían lo que Estados Unidos compraba, y para no mermar la capacidad de compra en el mercado más grande del mundo, el gigante asiático financió con la compra de bonos gran parte de la deuda estadounidense. En síntesis: China le prestaba dinero a Estados Unidos para que éste le comprara todo lo que producía. Chimérica en su máxima expresión. Pero esto se acabó.

Con la guerra comercial de Trump ha comenzado un proceso de desconexión de ambas economías y de hostilidad política creciente, que la pandemia de COVID-19 lo único que ha hecho es acelerar. China ha reducido su financiamiento de la deuda de EUA para concentrarse en su mercado interno y ha desplegado una agresiva estrategia para dominar el comercio internacional, las tecnologías informáticas, la economía digital y la inteligencia artificial. En este contexto hay que entender los constantes embates de Trump contra una China que comienza a recuperarse de la pandemia, mientras EUA sigue enfrascado en su lucha por superar la crisis. En vez de cooperación para sacar al mundo adelante, lo que observamos es una pugna geopolítica por la nueva hegemonía global que olvida los ricos vínculos históricos entre ambas potencias. Hay guerra civil en Chimérica. Sus alcances están por definirse, pero las repercusiones serán mundiales.

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