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Y después, ¿qué?

MANUEL MONDRAGÓN Y KALB

Hace apenas unos meses, todavía en 2019, procedente de China, comenzamos a recibir información periodística y toda clase de reportes, algunos con rigor científico y otros francamente sujetos a revisión, acerca de la inusual gripa que tuvo lugar en la ciudad de Wuhan. Sin embargo, las organizaciones internacionales en materia de salud pronto comenzaron a sospechar lo que se avecinaba.

Hoy, nos enfrentamos a la epidemia provocada por este coronavirus, con cientos de miles de afectados en el mundo y muertos que llegan incluso a la fosa común, por haber quedado rebasada la política pública sanitaria al enfrentarse a la disciplina de la realidad. Nuestro México, en la Fase 3 ya declarada del curso de este fenómeno, superó hace unos días los 20 mil casos confirmados acumulados y las dos mil defunciones.

Nadie conoce con certeza lo que habrá de ocurrir cuando llegue el desenlace de este episodio que nos recuerda cuan frágiles somos ante las fuerzas propias de nuestra biología y condición de vulnerabilidad como especie. Comparto con ustedes, amigos lectores, algunas reflexiones en torno a esta incertidumbre que es, sin duda, eco social de la epidemia.

Primero, bien a bien no sabemos a qué nos enfrentamos. Los países miembros de la OMS han encaminado esfuerzos para decodificar al virus que provoca la enfermedad denominada así Covid-19; esto, con el propósito de establecer dos cursos de acción.

Segundo, la pandemia provocada por el virus ha estado acompañada por la propia en torno a la producción, análisis y uso de la información. Me refiero, en ulterior instancia, a las estadísticas epidemiológicas ahora tan puestas bajo sospecha en todos los países, no sólo en México.

Tercero, además de los cercos epidemiológicos, ¿cómo se están realizando los seguimientos a los casos confirmados? ¿Qué nos impidió contar con una trazabilidad adecuada que permitiera contener o mitigar la enfermedad antes de llegar a los volúmenes del contagio comunitario? Tan grave es el efecto de este agente biológico sobre nuestros cuerpos, como lo es el desconcierto y la conducción errática de un sistema de salud que con muchas probabilidades, condenado está a quedar rebasado.

Cuarto, ¿se ha pensado en el futuro? ¿Cuáles serán las estrategias, planes y programas que nos llevarán a tener seguridad sanitaria en los próximos meses y años? ¿Qué medios y recursos serán suficientes para garantizar, como ya se hizo en tiempos anteriores, la cobertura de vacunación de este y otros males? ¿Cómo reconstruiremos la meritoria práctica de inmunizar a nuestra sociedad entera desde la niñez? Me cuestiono, por qué a la par del COVID-19 estamos siendo testigos de la presencia de padecimientos de añeja erradicación como el sarampión.

Quinto, ¿a dónde nos conducirán las afectaciones más allá del ámbito médico y clínico? Me refiero a la crisis económica de proporciones faraónicas que se cierne sobre todo el mundo y, con ello, el inevitable cierre o quiebra de las pequeñas empresas, el desempleo, el colapso de las industrias, los servicios, el comercio e incluso los medios de comunicación.

Sobre nuestras cabezas pende la inquietud que nos llena de ansiedad e inestabilidad.

¿Cómo lograremos salir de esta zozobra? ¿Cómo se retomará el cotidiano proceder y se reemprenderá la vida tras la epidemia? No dejo de pensar que todavía hay tantos pendientes por resolver como el hecho de que, en tiempos inéditos como estos, la seguridad pública debe fortalecerse sin cuestionamiento porque estamos en medio de las condiciones idóneas para que diversidad de delitos se multipliquen: robos, homicidios, agresiones al personal de salud, linchamientos a sospechosos de contagio y, la invisible violencia intrafamiliar. ¿Estamos listos, nos estamos preparando para resistir esas otras circunstancias que no han dejado de vulnerar nuestra integridad y patrimonio?

Me pregunto qué rasgos debe tener nuestra actuación. No tengo la respuesta. No sabemos cuándo ni cómo habremos de superar esta plaga del siglo XXI. Estamos en vilo en espera de constatar lo que ya parece un hecho: ver que las defunciones se acumulan, pensando en si cada uno de nosotros o los afectos más cercanos verá su vida trastocada o apagada por la epidemia y sus múltiples rostros y brazos.

Como médico, servidor público y padre de familia, pido a todos la prudencia para actuar de la mejor forma, de la manera que nuestro México lo requiere y cada uno desde su trinchera; siempre responsables, sea cual sea nuestro papel en esta historia que aún no encuentra su punto final.

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Escrito en: editorial MANUEL MONDRAGÓN Y KALB

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