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Mirar lo que está sucediendo, para entender lo que podría suceder (I)

JORGE ÁLVAREZ FUENTES

Por millones se contarán las historias de esta crisis global, una vez creamos, en muchos lugares del mundo, haber superado la situación de emergencia sanitaria y debamos enfrentar la zozobra económica que presagian estos largos días funestos. Algunas historias se sabrán porque serán contadas, compartidas y difundidas; pero otras se tornarán en noticia más de un periódico de ayer, y se perderán entremezcladas entre aquellos recuerdos colectivos que marcan por generaciones el devenir de familias, pueblos y naciones. Es por ello por lo que quizás debiéramos contribuir, con una mirada telescópica, precisamente ahora, a tratar de registrar y dar cuenta de algunos de los múltiples hechos que están marcando el devenir del mundo en esta hora, los cuales podríamos preferir ignorar o dejar de ver, simplemente porque acontecen lejos de nuestro entorno, están apartados de nuestras preocupaciones individuales, o alejadas de nuestras referencias cotidianas, por lo que no los tenemos en cuenta, en medio del prolongado encierro, de la durísima batalla por ganarse la vida al día, del combate al virus en las instituciones de salud, de la epidemia de la incertidumbre y de sobrevivir al pandemónium informativo. Mirar con atención e interés esas historias que están teniendo lugar a nivel local, regional y global, en medio del cúmulo de presagios, cálculos y estimaciones acerca de las graves transformaciones que la crisis traerá para miles de millones de personas, quizás pueda ayudar a entender lo que efectivamente está sucediendo hoy en el mundo y vislumbrar lo que podría suceder en nuestras regiones y países, en nuestras ciudades, comunidades y familias, porque no son meras ocurrencias o noticias falsas que debamos perder de vista en las pantallas, a merced de la capacidad de memoria de nuestros teléfonos móviles.

Entre las muchas historias presentes, en el ámbito local y regional están aquellas de las diversas acciones de las comunidades de migrantes, en la manera de responder a la crisis sanitaria, mediante decisiones colectivas. Para decenas de miles de trabajadores migrantes mexicanos en Estados Unidos, la pandemia y la crisis provocada han traído la repentina pérdida de millones de empleos, la reducción de salarios y condiciones, generando innumerables dificultades para obtener medios de vida y acceso a servicios básicos, sobre todo, cuando el sector de los servicios ha resultado uno de los más golpeados, poniendo en riesgo, además, el que puedan seguir ayudando a sus familias que viven en miles de comunidades rurales y urbanas en México, mediante el envío regular de dinero. Ante la inevitable caída y contracción de las remesas, en muchos hogares receptores habrá dificultades para cubrir las necesidades de alimentación, salud y vivienda. Los estados de Michoacán, Jalisco, Guanajuato, Estado de México, Hidalgo y Oaxaca lo resientan con mayor fuerza. Como bien lo señalaba Jorge Durand, a pesar de que haya órdenes ejecutivas para permitir que los trabajadores agrícolas puedan movilizarse y trabajar, por ejemplo, en California, las afectaciones en el mercado laboral tendrán graves consecuencias para los trabajadores migrantes. "En la agricultura son necesarios, pero en la hostelería y la restauración dependerán del ritmo de recuperación del turismo y el consumo diario. La construcción, otro gran rubro de contratación de mano de obra, tendrá una lenta recuperación. Cientos de miles de migrantes tendrán que regresar, porque no es posible pagar rentas y servicios sin tener ingresos." Tampoco deben verse como ajenas las tragedias personales y familiares de los cientos de migrantes mexicanos fallecidos en EUA por el COVID - 19, cuyos restos o sus cenizas no podrán ser repatriadas, dado el incremento en los costos de los servicios funerarios y los limitados recursos en la red de consulados mexicanos, que están destinados a apoyarlos, incluso para brindarles defensa legal ante despidos injustificados.

Varias poblaciones indígenas en Veracruz, Hidalgo, Puebla y Oaxaca, apoyándose en su organización social comunitaria y su autonomía alimentaria decidieron cerrar sus localidades, sin permitir el ingreso y la salida, incluso de sus propios migrantes, a fin de permanecer aisladas y evitar así la propagación de infecciones por coronavirus. Como lo señalara Herman Bellinghausen en una reciente crónica, citando a Alfredo Zepeda, un sacerdote y comunicador de la radio en Huayacocotla, algunos pueblos indígenas han cerrado caminos y accesos porque es un reflejo nato, una autonomía que no se pregunta, una manera eficaz de controlar y contener la enfermedad, puesto que saben que los sistemas de salud en las zonas serranas están, desde hace años, desmantelados. Pero igualmente, los migrantes indígenas se organizaron para cerrar y encerrarse en los barrios ubicados entre la calle 80 y la 105 en Queens, en Nueva York, habiendo tomado medidas para protegerse en las granjas rurales. "Estamos viendo como lo tradicional se adapta a lo insólito. Eso han hecho siempre los pueblos originarios. Están igual que cuando no había carreteras, saben como vivir aislados. Me admira su capacidad para vivir en el límite."

Al mismo tiempo, a miles de kilómetros de distancia, en Italia, más de 200 mil trabajadores migrantes polacos, rumanos y búlgaros serán regularizados para contribuir a reactivar la economía y evitar que se pierda la temporada de recolección de alimentos, luego de que Europa decretara el cierre de fronteras. También numerosos refugiados venezolanos están ayudando para responder a la pandemia en los países que los han acogido, como una manera de integrarse y devolver la solidaridad recibida.

Es este otro mundo al que debemos mirar.

@JAlvarezFuentes

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Escrito en: Editorial Jorge Álvarez Fuentes

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