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Los poderes de la desunión

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RENÉ DELGADO

Tamaño absurdo, pedir a la gente quedarse en casa... para, luego, pasar por oleadas y sin cubrebocas al infierno económico, donde la cocción irá de fuego lento a fuego vivo, garantizando salir todos quemados.

En resumen, ese es el mensaje de la clase dirigente mexicana -económica y política- y, por ello, merece ser nominada al Premio Nobel de la decepción y el desaliento, por su infatigable empeño en demostrar que México no tiene remedio.

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Entre imponer y reponer un modelo del país -sin tener claro el modelo ni el país- transcurrió el primer año del sexenio generando desajustes en la administración, las finanzas y la economía... luego, la epidemia se encargó del resto y, claro, de reanimar el pleito.

Una lucha por el poder cuyo marcador hasta el momento corresponde al de la mezquindad, la ineptitud y la ruindad, dejando intuir por score final un empate: el del fracaso compartido. Hogar de quienes veneran el resultado electoral y vituperan la consecuencia política. Catedral de las democracias limitadas, donde las urnas sirven para depositar el voto y guardar las cenizas del adversario. Coliseo donde, con más escándalo que espectacularidad, el juego consiste en inmovilizar al contrario, paralizar al país y nada más.

Hoy, esa pugna sin fin, ese fingimiento democrático, esa revancha disfrazada, ese medir fuerzas, esa incapacidad de acordar... enfada porque, en estos días, el contagio, la enfermedad y la muerte exponen cuánto tiempo se ha perdido, tanto que hasta los hornos crematorios faltan como más tarde se echará de menos el empleo.

2***

Dominada por la desconfianza y la sospecha mutua, la clase dirigente retorna al punto de partida.

Aún cuando el calendario marca 2 de mayo, estamos de vuelta en el 30 de octubre de 2018, un año y medio atrás, cuando el Ejecutivo encaró de mal modito a quienes resistían como resisten la cancelación del aeropuerto de Texcoco, advirtiéndoles que su existencia no sería la de un florero o un adorno. Otra vez se disputa quién manda aquí, cuando supuestamente ya se había definido separar el poder económico del político y darle nuevo margen al Estado frente al mercado.

Algunos sectores del empresariado, no todos, juegan a ayudar al mandatario, dictándole lo que, conforme a su interés, conviene. Y, a su vez, el mandatario les pide una tregua, mientras afila los cuchillos con que quiere atenderlos. Los primeros -como hace ver un lector del Sobreaviso- le ofrecen cogobernar con todo gusto y el segundo les dice que con todo gusto se vayan a su rancho. Ni los unos ni el otro reconocen al otro en su respectiva esfera de funciones y, entonces, por separado avanzan a ritmo de marcha hacia el pasado reciente y remoto.

No lo dicen, pero dejan ver que la idea es que cada uno se rasque con sus propias uñas, mientras la población rasguña las paredes, cava fosas y se pregunta cómo será regresar a la anormalidad acostumbrada.

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En el campo de los otros poderes, los formales, la oposición parlamentaria hoy puede festejar la cancelación del periodo extraordinario donde temía que el Poder Legislativo fuera rasurado por el Ejecutivo. El patógeno que ha puesto al país de cabeza le dio la salida a la mayoría legislativa gracias a la receta del doctor Hugo López-Gatell, virtual secretario de Gobernación, quien recomendó no convocar al pleno camaral, quizá, por temor al contagio de rebaño. Qué elegancia de Morena para salir por peteneras, sin ponerle un tapabocas a su jefe, el Presidente.

La oposición podrá celebrar lo que impidió hacer, pero no lo que promovió hacer. Tal es su aturullamiento que se limita a oponer sin proponer. Tan mal está que, ahora, su voz más autorizada y fuerte es la de Porfirio Muñoz Ledo, un morenista rebelde, empeñado en asegurar su honra. En bloque o por separado, la oposición no sabe qué hacer y sus dirigentes menos, ellos entraron en cuarentena muchísimo antes de la aparición de la epidemia. En cuanto subieron al tabique, sintieron el primer mareo, se aislaron y ahí siguen.

El celo opositor mostrado por defender la soberanía del Poder Legislativo es indiferencia ante la tentación dominante del poder económico sobre el político.

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No sólo en México el virus ha cimbrado la estructura del poder, pero sólo en unos cuantos países la falta de civilidad ha provocado una división del poder como la que se vive aquí. Es impresionante, aquí, se puede hablar de división y la desunión de los poderes, de la confrontación que deja a fuego cruzado a la nación.

El Ejecutivo se aferra a someter a los otros poderes, formales e informales, sin reparar que la circunstancia obliga a replantear justamente el ejercicio del poder. El poder económico no quiere desaprovechar la crisis para reiniciar el juego y, si es posible, retomar la vieja ruta. El poder opositor no acaba de reponerse de la derrota sufrida y mucho menos de rearticular su actuación para proponer y no sólo oponer... y, así, se avanza hacia el infierno, pidiéndole a la gente aguardar su turno, quedándose en casa.

Es evidente que, ante la grave circunstancia, el proyecto impulsado desde Palacio carece de posibilidad si no fija prioridad ni jerarquía en sus metas y recalcula qué puede y debe sostener y qué no. Es evidente que el poder económico requiere reconocer el cambio de época y ajustar su estrategia sin añorar la idea de formar un cogobierno. Es evidente que la oposición podría resistir sin dejar de apoyar.

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Insistir en reducir la circunstancia a ver cuántos enferman o pierden la vida, para, más tarde, determinar cuántos perdieron el empleo y el ingreso no es una opción que anime a un país que, aún sin la epidemia, ansía ver y tener un horizonte, no un infierno.

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