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Sociedades del riesgo global

A la ciudadanía

GERARDO JIMÉNEZ GONZÁLEZ

Frente a la crisis sanitaria que vivimos en estos momentos cobra fuerza la teoría de la sociedad del riesgo global del Sociólogo alemán Ulrich Beck, expuesta en el libro que publicó con ese nombre hace dos décadas. Sostiene que vivimos en la época de la segunda modernidad en la que han surgido nuevas cuestiones que obligan a replantearse los paradigmas que han regido lo que se ha llamado la modernidad, o primera modernidad.

Temas como la globalización, la individualización, las crisis ecológicas y financieras globales, la revolución de los géneros y el subempleo, constituyen nuevos retos que ya no pueden explicarse o resolverse con base al paradigma liberal y neoliberal que surge con el advenimiento del capitalismo, hace tres centurias. Cada una de estas cuestiones ha trastocado la estructura y funcionamiento de las sociedades vigentes.

Beck plantea que el desarrollo de fuerzas productivas a nivel mundial ha sido acompañado de otras fuerzas destructivas, ya que las actividades económicas se realizan integrando cadenas de valor transnacionales asignando a cada país funciones específicas en la especialización productiva y tecnológica y, por consecuencia, los impactos que están teniendo exponen a las sociedades a condiciones de riesgo más allá del alcance de las regulaciones y políticas nacionales o locales.

El ejemplo más relevante de lo anterior es el cambio climático, ya que el proceso de industrialización que acompañó al advenimiento del capitalismo en los países desarrollados ha sido identificada como la principal causa de la carbonización del ambiente a nivel planetario, ya que ese despegue económico se basó en el uso de energías fósiles como el carbón, petróleo y gas, de donde provienen las emisiones de gases de efecto invernadero que hoy están contribuyendo al calentamiento de la tierra.

Ese nivel avanzado de desarrollo que alcanzaron los países boreales se produjo por la expoliación colonial de recursos naturales que realizaron de los países del sur, de ellos se proveyeron las materias primas y alimentos que acompañaron la industrialización y la expansión demográfica, realizando cambios severos en sus ecosistemas: de uso de suelo para producir cultivos industriales, deforestación de bosques y selvas, alteración de flujos de ríos y acuíferos, destrucción de ecosistemas y pérdida de biodiversidad o la propia alteración en la composición química del aire atmosférico que produjo un cambio global en el clima, actividades que después fueron replicados en forma lineal al interior de estas naciones por sus élites económicas y políticas criollas o nativas una vez que se independizaron.

Cuando se realizaron esas actividades económicas no se previó la exposición a riesgos diferentes de los ya existentes en esos países, donde los impactos y la capacidad de respuesta también son distintas a los países desarrollados. La desigualdad social y la pobreza limitan sus capacidades para implementar las medidas de adaptación y mitigación que requieren para reducir la afectación que están ya sufriendo por este fenómeno global.

La pregunta en este caso y en todos aquellos en los que una población sufre los impactos de una actividad humana que es provocada por otros factores aparentemente ajenos a ella, ¿quién es el responsable y como se va resarcir el daño provocado? Si pensáramos que los bonos de carbono que pagan los países desarrollados a los afectados por cambio climático son suficientes para cubrir los daños causados, sería como pensar que yo contraigo una deuda de mil pesos y solo pago la milésima parte de esa cantidad.

Las actividades humanas han alterado la naturaleza de modo tal que, como expresa Beck, ya no podemos hablar de que esta existe por el grado de antropización en que se encuentra. Nuestra preocupación principal es cómo recuperamos los equilibrios y detenemos la agudización de esos daños para reducir los riesgos de ser afectados, el problema es que nadie asume la responsabilidad de las crisis ecológicas, ni las empresas que provocan los impactos ambientales o los gobiernos que las regulan destinan fondos suficientes para detener la destrucción generada.

Este fenómeno de eludir la responsabilidad de los riesgos y daños provocados por la actividad humana se traduce en cambios en las condiciones y la calidad de vida de las poblaciones afectadas, es decir, no solo se eluden los impactos ambientales, también ocurre con los impactos y daños sociales. Esta situación se enfrenta claramente en nuestro país donde existe una fuerte resistencia de las empresas y corporaciones privadas a someterse a las regulaciones ambientales y sociales con el argumento de que se pierde competitividad al aumentar los costos económicos en las actividades que realizan.

Como consecuencia de lo anterior, los ciudadanos que formamos parte de estas sociedades donde no existen o no se aplican estas regulaciones, vivimos expuestos a los riesgos que surgen. Hoy desconocemos si el origen de la pandemia de coronavirus se encuentra en el mercado y consumo de animales silvestres o en algún error en el manejo que realizan las compañías o gobiernos que operan este tipo de microorganismos, u otra causa, sin embargo, como población mundial ya lo estamos padeciendo y aun cuando lo sepamos no sabremos quien asumirá la responsabilidad de los daños generados.

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