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El anillo al dedo y la soga al cuello

SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

Nuestro gobernante, que da insólitas sorpresas a sus gobernados, llegó al colmo de las ocurrencias. Dijo urbi et orbi -para la ciudad y para el mundo- que la crisis nos cayó "como anillo al dedo". Y siguió, tan campante, el desarrollo de su discurso. No pongo ni quito palabra de la oración mañanera con la que despertamos pueblo y gobierno, todos a una.

Aquel dicho tiene un significado inequívoco para los seres humanos de esta república atribulada, víctimas de lo que el mismo mandatario llamó una crisis transitoria, de la que saldremos bien librados. De ser verdad que ésta nos llegó "como anillo al dedo", debemos recibirla con alegría. Sin embargo, los contagios y las defunciones nos han ensombrecido. "Anillo al dedo". ¿Qué anillo? ¿Qué dedo?

Quienes escuchamos el diagnóstico sobre nuestro amable presente y nuestro destino promisorio no quedamos convencidos. En medio del estupor, algunos pensaron que la fatiga había operado en contra del orador -y en contra nuestra- y sustituido la expresión pertinente por la extraña ocurrencia El orador dijo "como anillo al dedo". Debió decir "como soga al cuello". Y soga que aquél aprieta.

Poco antes, el orador había convocado a sus opositores -una legión creciente, cada vez más irritada- a una tregua que permitiera a la nación concentrarse, unida, en la lucha contra la epidemia. Muy bien que llame a la paz quien ha batido tambores de guerra.. Supusimos -ingenuos- que la confrontación cesaría. Creímos -voluntariosos- que habría diálogo y concordia, tolerancia, comprensión y razonamiento. Acciones a la altura de las circunstancias. Tirios y troyanos quedaron a la expectativa.

Las esperanzas se cifraron en el micrófono encendido en Palacio el 5 de abril de 2020, año de la crisis transitoria, del "anillo al dedo" y de la tregua. No ocurrió lo que esperábamos y sí lo que muchos temían. En otras palabras: no sucedió nada, salvo más de lo mismo. Nada, si se considera que estamos enfrentando uno de los acontecimientos más graves y devastadores de que tengamos noticia. Sin duda.

El arte del buen gobierno requiere lucidez y competencia, requisitos para manejar los medios de los que el gobernante se vale para promover la felicidad del pueblo. Uno es su palabra, que no ilumina ni convence. Otro, las condiciones que aseguren la vida y la integridad de los ciudadanos, en constante peligro. Otro, las medidas que favorezcan el desarrollo del pueblo, que se hunde en un naufragio anunciado. Y habría más que añadir para rectificar y enfilar la nave.

Bien que no se retorne a medidas que favorezcan a los acaudalados y olviden a los necesitados. Tuvimos muchas. Dijo Humboldt que México era el paraíso de la desigualdad. Y lo es. Por supuesto, sabemos que no habrá medida alguna que afecte a los privilegiados de siempre: ni con el pétalo de una rosa. Pero ahora se trata -en serio, gobierno de la República- de impedir el colapso de nuestra economía, lanzar un salvavidas -no una "soga al cuello"- a las empresas que desfallecen, asegurar los empleos, no a partir de la benevolencia clientelar del gobernante, sino de la creación o la preservación de fuentes de trabajo.

No es la hora de oprimir a quienes se juegan todo lo que tienen para mantener a flote la nave en la que viajamos. Todos, también el gobierno y los gobernantes. En esta crisis transitoria, de la que saldremos bien librados -recojo el diagnóstico y el vaticinio- llegó la hora de actuar con lucidez y competencia. Hay que apoyar al aparato productivo, donde se inicia el colapso. Hay que rescatar al sistema de salud, golpeado sin misericordia. Hay que prescindir de viejos rencores y profundos complejos que han dividido a los mexicanos. Si no lo hacemos pronto, bien y a fondo, ¿cuándo?

Es preciso que se abra la puerta de la razón y el entendimiento. El gobierno tiene la palabra. Para eso es gobierno. Debe prescindir de sus fobias, dispersar las nubes que le impiden medir la oscuridad del horizonte y percatarse de que la crisis no nos llegó "como anillo al dedo", sino como "soga al cuello".

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Escrito en: Editorial Sergio García Ramírez

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