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El trompetista

JUAN VILLORO

En noches recientes el cielo ha provocado asombros que motivaron declaraciones de una institución científica que a menudo se consulta con fines esotéricos: la NASA.

Para paliar el encierro al que obliga la pandemia del coronavirus, la gente sube a la azotea o sale al balcón con deseos de amplitud. Sin embargo, el pacífico afán de ver las nubes ha deparado una sorpresa. De pronto, allá arriba, se oye una trompeta. Como no estamos para bromas, el ruido parece anunciar el fin del mundo.

Quienes recibimos educación católica no tuvimos necesidad de leer la Biblia. Las clases de catecismo nos dieron un condensado de malas noticias para hacer la primera comunión. Entre las truculencias de esa pedagogía, destacaban el Apocalipsis y los siete ángeles trompetistas que prometían calamidades.

No es casual que ante el extraño rumor en el cielo numerosas personas consultaran a la NASA, dispuesta a responder las preguntas que primero se le hacen al Vaticano.

Todo indica que el rumor en las alturas no se debe a seres sobrenaturales. El cielo confirma lo que siempre ha sido: un instrumento de viento. De acuerdo con la NASA, el aire caliente ha chocado con el frío para producir un "cielomoto". Esto sucede con bastante frecuencia, pero no lo advertimos por los motores que vibran en las ciudades. Gracias al silencio, nos acordamos de los ángeles.

La trompeta se remonta al año 1,500 a. C. y su invento se atribuye a un faraón cuyo nombre anticipaba cómo debía sonar: Tut.

Durante milenios, sirvió sobre todo para hacer llamadas de larga distancia. Sus notas limitadas y su timbre poderoso se prestaban para dar órdenes inconfundibles en el ejército o hacer anunciaciones religiosas. Ningún otro instrumento ha sido tan informativo.

En las bandas de guerra, el corneta toca música, pero su verdadera misión ocurre como solista, cuando imparte instrucciones sonoras para izar una bandera o lanzar una carga de caballería. En el elenco bíblico, el arcángel Gabriel ocupa un papel similar, alistando su trompeta para despertar almas dormidas.

Desde que los siete sacerdotes elegidos por Josué soplaron cuernos de carnero para derribar las murallas de Jericó, se espera que las trompetas produzcan sacudidas. Muchas de ellas ocurrieron en el jazz gracias a Louis Armstrong, Miles Davis y otros virtuosos que se reventaron los labios en favor de los pulmones. Igor Stravinski y Olivier Messiaen compusieron para la trompeta y mi generación se emocionó con las fanfarrias de Carlos Jiménez Mabarak que anunciaban la entrega de medallas en México '68.

Aún así, el trompetista goza de un prestigio paradójico. Dispone de una herramienta que ha liberado tribus, ganado batallas y prometido el cielo, y al mismo tiempo carece de la sofisticada aura del clarinetista. García Márquez escribió la crónica de un muchacho que se atrevió a decirles a sus padres que deseaba ganarse la vida soplando: "Ahora nacía un descastado. Una especie de Caín parroquial que pretendía deshonrar los ídolos familiares con el estridente cobre de una trompeta".

México encontró el modo de emplear trompetistas en el mariachi, que empezó como música de cuerdas y luego se convirtió en el atrevido estruendo que altera cualquier reunión. En el inagotable repertorio de nuestros charros cantores se encuentra El niño perdido, que privilegia la participación de un trompetista que se aleja poco a poco de sus compañeros, imitando al protagonista de la canción.

Corre el rumor de que algunos de esos músicos no vuelven nunca al grupo y vagan por las ciudades como arcángeles perdidos. Uno de ellos está en mi calle. Desde que comenzó la contingencia toca a partir de las cuatro de la tarde. Sus notas destempladas recorren el aire y de cuando en cuando son respondidas por el ubicuo testigo de la vida mexicana: un perro callejero.

El repertorio de este músico invisible es amplio, pero una y otra vez reitera Historia de un amor. Mientras la epidemia avanza sobre México él recuerda estas estrofas: "Ya no estoy más a tu lado, corazón/ En el alma sólo tengo soledad...". Sí, es la historia de un amor como no habrá otro igual.

La noche se anuncia en la ciudad: "Ay, qué vida tan oscura/ Sin tu amor no viviré", dice la trompeta, que se inventó en el Egipto de las plagas y ahora suena en un país donde toda estrategia depende del corazón.

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Escrito en: editorial JUAN VILLORO

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