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Tregua mediática, no

Sin lugar a dudas

PATRICIO DE LA FUENTE
"Que te pago con moneda que me enseñaste a acuñar".— No te puedo querer. Los Churumbeles de España

En lo que a la prensa cabe, ninguna amnistía. Tampoco aquello de "bajarle dos rayitas" a las críticas en redes sociales. No estamos concursando, tampoco asistiendo a una rifa de cacerolas y enseres domésticos.

Siempre, pero más aún en tiempos de emergencia nacional, los contrapesos son necesarios. Resulta preocupante que mitad de la tormenta de pronóstico reservado, el timonel dedique horas enteras a hablar de todo lo dicen o hacen quienes no coinciden con sus postulados y particular óptica de las cosas.

Efectivamente, los foros públicos son un infierno que todos padecemos, pero en lo que respecta a los medios de comunicación y la labor que desempeñan, no se puede ni se debe exigirles que le apuesten al olvido.

¿Y de qué tregua habla nuestro capitán si ha sido precisamente desde el poder donde se hiló una red que ataca y menoscaba, con preocupante virulencia, a aquellas voces que se atreven a disentir? Además, hay infiernos mucho peores que lo que se difunde en las páginas de un periódico, desde los segmentos televisivos y radiofónicos o el ciberespacio.

El infierno no se encuentra instalado en Twitter o Facebook, tampoco lo encontraremos representado en la figura de empresarios o encarnado por la oposición maltrecha. El infierno está en otro sitio y tiene rostro. Dicho infierno lleva un nombre: realidad. Tal realidad hoy nos golpea inmisericordemente. Ojalá lo entendamos. Rotos, pero saldremos de ahí con o sin gobierno. Es lo de menos.

Los medios no son capilla, aquí no se otorgan indulgencias. Su labor es la de informar y plasmar lo verdadero sin importar cuánto lacere o qué intereses afecte.

Desde luego, en términos de opinión la de cada uno de nosotros es subjetiva. En tanto, el papel de la prensa no es el de otorgar treguas ni amnistías al poder político, mucho menos rendirle pleitesía o ser obsequiosos con el gobernante en turno. La prensa es cronista y está obligada a documentar la verdad.

Si el timonel quiere que un coro de voces le aplaudan, mucho temo que terminará arando en pleno desierto. El mal colectivo que aqueja a casi todos los políticos, sin importar partidos o la circunstancia histórica, es que a costa de todo buscan ser amados. Con frecuencia, nuestros políticos están más concentrados en que los amen que en gobernar.

Siempre entendí que el voto hacia el hoy capitán implicó un cambio de rumbo por el que muchos ciudadanos de bien apostaron. Mujeres y hombres hastiados de la podredumbre e indolencia de una clase política lejana, rapaz y frívola, confiaron en el proyecto que actualmente nos gobierna.

Lo comprendí desde el primer momento. Por ello y de mi parte, en el instante en que el timonel asumió el mando le aposté a su éxito. Ahí me mantengo, deseando que siempre le vaya bien. Por desgracia, él parece empecinado en gobernar para muy pocos y habita en la única piel que conoce: la de opositor. Sin realmente asumir la jefatura del Estado, clama unidad, pero en el fondo maltrata, demerita, agrede, vive en el error y bajo el entendido de que el poder se ejerce denostando.

Cansa verlo en pantalla a todas horas, su omnipresencia hoy no abona, resta. Ojalá permita que otros, los que saben más de epidemias, brillen. Que delegue. Aunque no lo parezca, personas capaces y competentes existen, y de sobra, en el Gobierno. Es hora de que el timonel reduzca las apariciones y baje el perfil. Su desgaste es absoluto.

Desprendámonos del culto a la personalidad y el miedo infundado que le tenemos al timonel en turno, a creer que la investidura es inviolable y que cualquier crítica supone un acto comparable a desacrar capillas y sepulcros.

Los hombres y mujeres de poder no son santos ni inmaculados. Están, como el común de los mortales, pletóricos de defectos y virtudes. "El alma es como es" decía Guayasamín. Y claro que el timonel tiene alma, pero lo domina la pasión y es preso de la circunstancia actual. El peor enemigo acecha, es su propio reflejo.

Como nunca en la historia, cada uno de nosotros está en la obligación no solo de no aplaudirle al poder sino de vigilarlo, exigirle sin contemplaciones, llamarlo a cuentas bajo el entendido de que la crítica bien fundamentada no supone un asunto personal, sino niveles mínimos de decoro y responsabilidad cívica ante los excesos y tentaciones autoritarias a las que sucumbieron todos y cada uno de los presidentes de México, desde Guadalupe Victoria hasta el que hoy está.

Quizá mis críticas irán en aumento mientras como ciudadano no perciba un viraje en el timón. Ejerzo el derecho no negociable a la libertad de expresión, aquel que nada ni nadie nos puede arrebatar. Por ello, no es la primera ni será la última vez que me voy de bruces con la pluma porque hablando de quijotes, desde niño aprendí que a los molinos de viento se les embiste no solo con la espada sino desde de la razón, la disidencia y la duda, utilizando el conocimiento, argumentando.

Intuyo a un timonel encaprichado, montado en su macho, sin ánimo ni ganas de rectificar, más ocupado en pelear contra molinos de viento y enemigos inexistentes que otra cosa. El timonel hoy suplica e implora unidad nacional, pero es dificilísimo apelar a la concordia cuando él, desde el primer minuto, no ha hecho sino dividir.

Y sí, muchos le pagan con moneda que él mismo enseñó a acuñar. Mientras lucha todas sus guerras, el mundo como lo conocía cambió.

Dicho mundo ya no existe. La pandemia lo mató.

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