En últimas semanas ha cundido, de súbito, la zozobra individual y la incertidumbre colectiva, provocadas por una crisis global y una pandemia sin precedentes, ante las cuales, ninguna persona, aún ignorándolas, podrá permanecer ajeno. La crisis sanitaria, económica y social han pescado al mundo entero muy mal parado. Angustiosos transcurren días extraños, en medio de la debacle de los servicios de salud en el mundo, la miopía y estulticia de liderazgos que permanecen encerrados en fronteras físicas y mentales, al generalizarse el malestar ante la globalización, y cuando se advierte, con sobrado temor, la inminente pérdida de millones de empleos y el incremento de los conflictos, la desigualdad y la pobreza. Ni el presente ni el futuro son, ni podrán ser, como antes. Millones de personas se preguntan, con temor razonado: ¿qué cabe esperar? ¿Qué hacer en esta hora cero? ¿Cuál será el rumbo que tomarán los asuntos mundiales después de la emergencia sanitaria, del confinamiento forzoso, de las discordias por el petróleo y las guerras comerciales, cuando golpee por años una recesión económica? ¿Cuáles serán los nuevos paradigmas entre el poder público, las sociedades, empresas, organizaciones, comunidades e individuos? ¿Qué transformaciones inesperadas ocurrirán en la geopolítica y en la economía? ¿Qué cambios inesperados trastocarán las formas de gobernar, de elegir, de asumir responsabilidades individuales y colectivas, de trabajar y consumir, de comunicar y participar, de incluir o excluir a otros seres humanos ante el predominio de las comunicaciones digitales, y de construir, quizás, como un anhelo, una ciudadanía solidaria mediante la cooperación internacional en favor del desarrollo sostenible y el bien común?
Cuánta razón tiene el poeta y cronista de mi generación, Hermann Bellinghausen, cuando señala que, de pronto, el futuro dejó de existir, el cual dábamos por sentado; y que hoy, extraviados los planes y las proyecciones, vamos a necesitar pensar y construir un nuevo futuro, estando quizás la clave en la construcción solidaria, comunitaria y paciente de los pueblos originarios. O será, acaso, como algunos quieren pensar, ¿que antes se acaba el mundo que el capitalismo individualista?
La pandemia de coronavirus irrumpió en un mundo superpoblado, con más de 7 mil 700 millones de personas, cada vez más interconectado e interdependiente, habiendo una grave crispación del sistema internacional y cuando la humanidad entera encara, hace tiempo, irremediablemente, una crisis ambiental de alcances y repercusiones planetarias. La presente situación de crisis es de tales dimensiones, que sin una auténtica y eficaz cooperación internacional no se encontrarán soluciones verdaderas. Por ello el mundo requiere con extrema urgencia el que se formulen y se pongan en ejecución respuestas concertadas y coordinadas, adoptando nuevos conceptos, considerando nuevas ideas, que conlleven propuestas innovadoras e iniciativas eficientes y sustentables para resolver las nuevas y extrañas realidades, mediante acciones que impriman una nueva razón de ser, fundamentos y funcionalidad al multilateralismo, uniendo en un esfuerzo distinto, diferente y esperanzador, a los millennials, a los postmillennials y a los hombre y mujeres mayores de 65 años, todos conscientes de que otro mundo debe ser posible.
Se trata del reto global más formidable y complejo para las generaciones presentes, en todo el orbe. La situación de emergencia del COVID-19 va a pasar, aunque ello llevará meses, si se toma en cuenta, por ejemplo, que cada día se agregan 20 mil nuevos casos de coronavirus en Estados Unidos; sin embargo, las decisiones y acciones que se tomen y lleven a cabo en las próximas semanas y meses, respecto de contención de la pandemia, la reactivación de la actividad económica, la generación de incentivos fiscales y alternativas económicas para las pequeñas y medianas empresas, para fomentar la estabilidad de los mercados y la inversión productiva, recuperar gradualmente el turismo, proteger y ampliar la actividad industrial, fortalecer las comunicaciones, reactivando el transporte aéreo y marítimo, buscando asegurar una menor perturbación en las cadenas de valor, las redes de suministro y logística, sin dejar de preservar y ampliar los empleos formales. Todas estas decisiones y acciones marcaran la dirección y el rumbo de ese nuestro futuro desconcertante e incierto en que estamos embarcados.
Hoy más de 3 mil 380 millones de personas, esto es, 4 de cada 10 seres humanos, en más de 80 países, se encuentran confinadas en sus casas por decreto o de manera voluntaria, para buscar contrarrestar la rápida propagación del coronavirus. En las oficinas de numerosos gobiernos, de organizaciones de productores, y en los propios lugares de producción y de distribución de alimentos, se tendrá que trabajar a fondo y con visión de mediano y largo plazo para no poner en riesgo la seguridad alimentaria, no en los países desarrollados, en desarrollo o de renta media, sino en aquellas naciones, regiones y comunidades en las viven las poblaciones más pobres y vulnerables. Máxima atención prioritaria deberá prestarse en México a las finanzas públicas, al comercio internacional, a la economía informal, al turismo y a las remesas de los migrantes las cuales contribuyen al PIB nacional, de manera determinante, ante las restricciones derivadas del aislamiento, la paralización de las actividades productivas, de las comunicaciones aéreas, la reducción de la demanda de bienes y servicios, ante la caída en el consumo.
El mundo no había vivido una crisis como esta desde la llamada Gran Depresión. Los próximos meses serán sumamente difíciles, con retos complejos. El mundo en el que habíamos vivido cambió de manera extraordinaria y vertiginosa. Todos caminamos hacia escenarios desconocidos.
@JAlvarezFuentes
