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Los populistas que no se tomaron en serio el coronavirus

El Reporte Oppenheimer

ANDRÉS OPPENHEIMER

El presidente Donald Trump no es el único líder populista que inicialmente minimizó la pandemia de coronavirus, perdiendo un tiempo crucial para preparar a su país ante la crisis. Varios líderes latinoamericanos han sido tan irresponsables como él, y algunos todavía están restándole importancia a este desastre.

Si la Organización Mundial de la Salud fuera más audaz, debería denunciar entre otros al presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, por estar dando un pésimo ejemplo durante la pandemia.

López Obrador no solo se dio la mano e intercambió abrazos con docenas de personas el fin de semana pasado durante una visita a la ciudad de Ometepec en el suroeste de México, sino que publicó en Twitter un video que lo muestra tomando a una niña de los brazos de su padre y besándola en la mejilla.

El video muestra a la niña alejando su rostro de López Obrador, y al presidente persistiendo hasta que finalmente logra darle un beso prolongado, e incluso morderla burlonamente con los labios.

Cuando los periodistas mexicanos preguntaron posteriormente si López Obrador no estaba dando un mal ejemplo, haciendo exactamente lo opuesto al distanciamiento social aconsejado por los expertos, el subsecretario de salud de México, Hugo López-Gatell respondió que "la fuerza del presidente es moral, no es una fuerza contagiosa".

Esto ocurrió el pasado fin de semana, tres meses después de que el coronavirus explotara en China en diciembre, y después de que prácticamente todos los expertos internacionales advirtieran que se extendería a todo el mundo.

Pero en México, a pesar de tomar algunas medidas menores, el Gobierno está proyectando cualquier cosa menos una sensación de emergencia nacional.

La alcaldesa de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, dio luz verde al festival de música Vive Latino, que atrajo a una multitud de más de 70,000 personas el 14 y 15 de marzo. Para entonces, México ya había reportado al menos 41 casos de coronavirus.

En Nicaragua, el autócrata Daniel Ortega realizó una manifestación multitudinaria contra el coronavirus el 14 de marzo. No estoy bromeando: la manifestación patrocinada por el Gobierno se tituló "Amor en tiempos de COVID-19", y los participantes marcharon con carteles alabando a Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, por su "victoria" contra el virus.

El presidente populista de Brasil, Jair Bolsonaro, que ha dado negativo en el test de coronavirus a pesar de que varios miembros de su entorno han resultado infectados, apoyó una manifestación progubernamental en Brasilia el 15 de marzo y participó él mismo en el acto. Estrechó la mano de muchos de sus seguidores ahí, mientras que el número de casos confirmados de coronavirus en Brasil se acercaba a 200.

Otros presidentes latinoamericanos, incluidos los de Chile, Colombia, Guatemala y Argentina, han actuado de manera más responsable. Varios ya han tomado medidas drásticas para garantizar el distanciamiento social, siguiendo los pasos de Corea del Sur en las primeras etapas de la crisis.

El denominador común de Estados Unidos, México, Brasil, Nicaragua y otros países que inicialmente minimizaron la gravedad de la pandemia es que están liderados por populistas.

Se preocuparon más por mantener una imagen de progreso económico o por tratar de desacreditar a la prensa que estaba alertando correctamente sobre la pandemia que en evitar la calamidad que se venía.

Trump decía el 7 de marzo, tres meses después del inicio de la epidemia en China, que el coronavirus "no me preocupa en absoluto", y antes había sugerido que era un invento de sus opositores políticos. Solo aceptó la gravedad de la crisis después de que la bolsa de Wall Street colapsó a mediados de marzo.

López Obrador decía el 12 de marzo que "hay quien dice que debido al coronavirus no hay que abrazase, pero hay que abrazarse... No pasa nada".

Definitivamente, la OMS debería denunciar a los presidentes que se han negado a tomar en serio la crisis del coronavirus, de la misma manera en que otras agencias de las Naciones Unidas denuncian a los líderes que violan los derechos humanos, o dañan el medioambiente. Este es un problema global que exige un monitoreo internacional.

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