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A una economía mundial enferma le atacó la gripa colona

JULIO FAESLER

El mundo ya estaba enfermo desde mucho antes y la epidemia de la coronavirus vino a añadirse a los males que nos preocupaban. Los pasos se daban en un contorno ya difícil que se venía empeorando uno de sus males la exhibían las estadísticas. Los datos decían que la separación entre los muy ricos y las clases medias, ya sin mencionar a los verdaderamente pobres, estaba tan crecido que había economistas como el francés Thomas Peketty que se han especializado en estudiar y analizar el fenómeno al detalle.

Desde tiempo atrás ha crecido la preocupación por el problema citado. Las razones no son por una acrecentado sentimiento de solidaridad hacia los desheredados que no pueden rompen el techo que los detiene. La pobreza excesiva lastra a las sociedades al dar pie a que se cuestione la justificación de sistemas democráticos de gobierno que son el mejor sustento para el progreso incluyente. La inquietud y la violencia que la sigue es el resultado del sesgado manejo de la relación capital-trabajo que, desde finales de la Segunda Guerra Mundial, se asentó en casi todos los países.

El criterio comercial se ha adueñado de las decisiones de alcance social de manera que las metas de de una operación tranquila y armoniosa de los dos factores de la producción se han disipado en un ajedrez de intereses monetarios donde los valores a que todo ser humano aspira se vuelven más difíciles de alcanzar. La justificación del trabajo diario se esfuma para los millones de individuos apresados en la rutina de trabajo que no ofrece horizontes de dignidad o de realización personal.

Encauzadas las economías nacionales hacia la globalización en prácticamente todos los sectores de la vida, y particularmente en lo económico y político, las inconformidades se manifiestan con cada vez mayor frecuencia en relación con las perspectivas de los pensionados, los niveles de tarifas de servicios públicos, condiciones laborales, el acceso a la educación o las garantías de seguridad personal, todos ellos temas desatendidos por gobiernos que con el tiempo se han desviado de sus compromisos populares y han perdido capacidad y arraigo.

Justo en tiempos que los muchos países van comprometiendo sus programas nacionales de desarrollo a seguir las reglas de un número creciente y más detallado de acuerdos regionales y transcontinentales se van multiplicando las dudas sobre los costos en términos de costos que hay que pagar para gozar para las ventajas de la globalización. Las implicaciones de la globalización prohijada por las grandes empresas y consorcios apoyados con entusiasmo por los gobiernos que derivan claros beneficios fiscales y administrativos en un planeta más compacto que disperso, merecen ser evaluados en términos de pérdida de flexibilidad en la toma de decisiones que afectan la vida diaria de sus electorados.

Hoy estamos presenciando y empezando a sufrir los efectos de la globalización en el cierre de plantas industriales por motivo de falta de entrega puntual de las piezas o los componentes que requieren para cumplir sus calendarios de producción. La concentración de decisiones en oficinas matrices no solo significa pérdida de autonomía para cada filial sino el sometimiento de ésta a las conveniencias globales sin posibilidad de desviación para atender los casos locales particulares. Sin negar las indudables ahorros que la interrelación de las operaciones intrafirma significa es importante considerar sus efectos negativos cuando ellas traban las posibilidades de desarrollo de ciertas manufacturas por las que haya interés en impulsar. La imbricación de producciones de diversas plantas resultará en artritis de las innovaciones para ser curada.

Hay que evaluar con criterios modernos la forma de solucionar los desajustes que han afectado las ventajas del sistema del capitalismo empresarial ha significado en el curso de los últimos tiempos para el progreso integral de la sociedad-

Desde hace varios años vienen produciéndose evaluaciones, teorías y propuestas de diversos esquemas que encierren posibilidades, algunos con mecanismos novedosos, otros con aplicaciones de principios cooperativistas, que hagan posible remediar los males de la competencia mercantil desalmada que ha hecho posible el crecimiento exagerado de las corporaciones y la fortunas sin control de sus fundadores que suceden cuando la globalización se a apodera de un país no importa su tamaño. Los supermillonarios productos de las condiciones favorables se encuentran en los países más pobres del planeta.

Al fondo de todo hay que entender que la relación entre el capital y el trabajo ha sido área de fácil conflicto. Los inicios de muchas revoluciones que costaron miles de muertes se encuentran en este tema. Las propuestas para alterar la relación entre el capital y el trabajo como las llamadas a la responsabilidad empresarial que inspiran a algunas asociaciones progresistas socialmente responsables subrayan la urgencia de encontrar la forma de solucionar las antinomias que, curiosamente, a nivel de las negociaciones anuales obrero-patronales constantemente se resuelven.

Las situaciones actuales son diferentes a las que se presentaban al finalizar la II Guerra Mundial cuando en busca de su independencia cientos de colonias se lanzaron a la aventura atenidos a la asesoría de la UNCTAD o las asociaciones regionales que se formaron para ayudarlos a ensayar nuevas fórmulas de desarrollo participativo e incluyente.

La viva inercia del exitoso sistema económico de los países desarrollados del primer mundo pronto absorbió a las nuevas economías. Se animaron dictadores que continuaron los métodos de utilización del recurso humano ahora en su propio beneficio. Fórmulas ideales que trataron de matrimoniar las ventajas del régimen capitalista a las necesidades de las poblaciones como en el caso de los países nórdicos no funcionaron en países de mayor dimensión México. Aquí hemos intentado, aún sin obtenerlo, hallar la solución equitativa y humana. Otra adaptación del sistema capitalista ha sido la realizada en China donde la estricta tradición de la moral de Confucio se tradujo en un régimen de rígida firmeza que reprime al que no lo acepta y adopta.

Las injusticias económicas que enfrentan a las juventudes tienen que desaparecer con nuevas maneras de eliminarlas que resuelvan las inconformidades sociales que persisten.

La repentina aparición de la Coronavirus, fuerza biológica imparable, interrumpe todo el sistema que nos rige. La reflexión que se impone es si. cuando se acabe el drama, queremos reemprender el camino conocido y seguir en la ruta que ya nos trajo a la crisis que nos venía atenazando antes. La respuesta está en nosotros.

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Escrito en: Editorial Julio Faesler

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