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De pandemias y debilidades

Urbe y orbe

ARTURO GÓNZALEZ

La pandemia del COVID-19, causada por el coronavirus SARS-CoV-2, no sólo representa uno de los más grandes desafíos a los que se ha enfrentado el mundo actual, sino que también ha puesto en evidencia las debilidades de nuestra civilización global y el sistema que la sustenta. Hace unos días, en este mismo espacio, hablamos de los desafíos que tienen sociedades y Gobiernos del orbe por esta pandemia: capacidad de los sistemas sanitarios, colaboración internacional, información oportuna y verídica, y contención coordinada del impacto económico. Conforme pasen los meses veremos qué tan bien se resuelven estos retos, pero, por lo pronto, la contingencia es mundial y el principal riesgo ya no está dentro de China, sino fuera de ella, con una rápida propagación que ha obligado a algunos Gobiernos a aplicar medidas drásticas, aunque no debidamente coordinadas hasta ahora. Es necesario y oportuno analizar las debilidades civilizatorias y sistémicas que han quedado expuestas con esta nueva pandemia.

Para comprender mejor dichas debilidades hay que repasar la historia de las primeras pandemias documentadas y extraer de ellas el común denominador. Me concentro aquí en cinco, ocurridas en un lapso de mil 782 años. La primera es la "Plaga de Atenas", causada probablemente por una bacteria (salmonella typhi), y que afectó a todo el Mediterráneo oriental entre 429 y 426 a. C., aunque azotó con particular dureza a la principal polis del mundo helénico, donde habría matado hasta un tercio de la población. No son pocos los historiadores que consideran que esta plaga fue un factor del debilitamiento de Atenas, que dos décadas después sería derrotada por Esparta, y de todo el mundo helénico, que un siglo después terminó sucumbiendo ante el creciente poder de Macedonia. Esta primera pandemia se generó en un momento de auge de las ciudades en el Mediterráneo oriental y Asia Occidental, y en medio de una creciente conexión comercial vía marítima y terrestre entre ambos focos de civilización.

Tuvieron que pasar seis siglos para que se volviera a registrar en el Mediterráneo una catástrofe pandémica: la peste Antonina, nombre de la dinastía gobernante en Roma. Y en este caso fue en el Imperio Romano, y sus regiones colindantes, en donde un virus (probablemente de viruela o sarampión) proveniente de Asia Occidental, provocó la muerte de la décima parte de la población del imperio entre 165 y 180 d. C. Existen registros que hablan de que hubo brotes incluso en el Imperio chino de los Han, más o menos por los mismos años. Aquel mundo estaba más conectado que el de la Grecia del siglo V a. C., y Roma y China representaban los extremos del orbe civilizado y las principales potencias de la época, comunicadas por rutas terrestres y marítimas englobadas en lo que posteriormente se conocería como la Ruta de la Seda. Nuevamente existen análisis que apuntan a que esta pandemia pudo ser en parte responsable de grandes cambios en el orden mundial de la época durante el siglo III, tales como el período de anarquía militar que vivió Roma, y la caída de las dinastías arsácida en Persia y Han en China.

Otro virus desconocido volvería a azotar el Imperio Romano entre 249 y 262, en plena crisis política, y causaría la peste de Cipriano, nombrada así en memoria del religioso que la describió. Al igual que la anterior, causó la muerte de una décima parte de la población romana. Se le atribuye a esta pandemia la decadencia de la religión pagana y el impulso definitivo del cristianismo, que abrazó a aquellas personas que buscaban consuelo y cobijo espiritual en momentos de extrema dificultad. Menos de una centuria después, el cristianismo se volvería la religión dominante en el Mediterráneo. Tres siglos más tarde, en los imperios Romano de Oriente y Persa se propagaría la peste bubónica, causada por una bacteria (Yersinia Pestis), y que entre 541 y 628 mataría al 40 por ciento de la población. Esta fuerte merma, y su impacto económico, sería una de las causas de la decadencia del Imperio Romano de Oriente y de la caída del Imperio Persa que dio paso a la hegemonía del Islam. Un mundo conectado, más amplio en sus horizontes… pero más vulnerable. La quinta plaga llegaría entre 1331 y 1353: la peste negra que asolaría Eurasia, causada por la misma bacteria de ocho siglos atrás, y que acabó con un tercio de la población europea. Era un mundo en donde la mancha civilizatoria se había expandido y el comercio estaba en auge por la estabilidad del Imperio mongol y el dinamismo de las ciudades-estado del norte de la península itálica.

El común denominador de todas estas pandemias es que se dieron en condiciones de creciente conexión e intercambio internacional y proliferación de las ciudades. El hecho de que las bacterias y virus causantes de las enfermedades fatales pudieran propagarse con todo y una lenta movilidad a golpe de barcos de vela y remo y carros tirados por animales, muestra las grandes debilidades de esas épocas: una ciencia médica incipiente que impedía conocer las causas de los males y, por tanto, su tratamiento; una ignorancia generalizada, ya que solo las élites contaban con educación; una higiene deficiente y servicios sanitarios insuficientes; un hacinamiento en ciudades por lo general mal equipadas, y una escasa o nula colaboración entre sociedades y gobiernos para construir una respuesta coordinada. Y es importante recalcar que, como vimos, todas las pandemias citadas transformaron de alguna manera a la sociedad, provocaron cambios en el orden establecido y potenciaron el efecto de las debilidades subyacentes.

Estas condiciones nos ayudan a contrastar y aprender de lo que pasa hoy con el coronavirus, en un mundo mucho más grande, más conectado, con más intercambio y con una población urbana ya mayoritaria. Si bien la ciencia ha avanzado en los últimos 200 años mucho más de lo que avanzó en los dos mil años anteriores, las posibilidades de rápida movilidad de las personas por medio de autos y aviones rebasan las capacidades de esa ciencia para actuar pronto y detener la propagación de los virus y bacterias. Lo que parece una gran fortaleza de nuestro mundo global, el transporte de alta velocidad, se convierte en este caso en una fuerte debilidad. Pero no es la única.

Si bien hoy la educación y la información están al alcance de la mayoría de la población, y no solo de las élites como antes, las redes sociales se han convertido en un factor de desinformación y propagación masiva de mentiras que no ayudan en nada a generar soluciones y sumar esfuerzos coordinados. Los mismos Gobiernos hoy se observan, paradójicamente, más desarticulados entre sí que hace 50 o 60 años, replicando una de las debilidades del mundo antiguo. Otra debilidad es el sistema intensivo de producción basado en la explotación animal, que propicia el brote de enfermedades que luego pasan a los humanos. Por si fuera poco, nuestra enorme interdependencia económica, motivada por una globalización que privilegia el flujo de capitales, nos ha vuelto altamente vulnerables a los efectos de la parálisis productiva en cualquier sitio ocasionada por la pandemia. En resumen, nos costará mucho recuperarnos y, cuando lo hagamos, seguramente el mundo será distinto al de hasta hace unos meses en muchos aspectos.

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