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La grilla en cuarentena

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Creciente la tensión política y la desconfianza de los inversores, la nueva e inquietante circunstancia sanitaria, económica y social llama a poner en cuarentena a la grilla -política sin sustancia-, bajarle a la polarización y abrirle espacio a la prudencia.

Si estamos ante una realidad desconocida, cuyo efecto mayor está por llegar -la pandemia del covid-19, un virus con gran capacidad infectiva, aunque con bajo índice de letalidad-, la clase política debería dejar de actuar como lo viene haciendo. Insistir en politizar e ideologizar cualquier asunto, incluida ahora la crisis sanitaria, complicará aún más el momento que, en un descuido, podría derivar en un desastre.

Mal no harían los políticos -la supuesta clase dirigente- en moderar posturas y mesurar conductas, cediendo el foro a quienes traen la enorme responsabilidad de indicar cómo encarar el apuro sanitario y económico. Sin constituir un alivio en sí, un poco de recaudo y silencio político, además de un menor protagonismo, disminuirían al menos el estrés y el miedo.

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Aun sin la amenaza del coronavirus, la situación nacional no era halagüeña.

El acuerdo para emprender obra de infraestructura seguía en el papel; los programas sociales, en trámite de aterrizar; la austeridad, a punto de afectar la operación administrativa; el ejercicio del gasto público, en retraso; el desabasto de medicamentos, en foco de inquietud; el anuncio de la política de energía, en promesa; el trabajo legislativo, en constante acelere sin concluir ni cuadrar el marco jurídico del proyecto; la violencia criminal, en incesante desafío al Estado; la industria petrolera nacional, en vilo; el combate a la corrupción, en práctica selectiva; la oposición, en estado de coma; la conferencia presidencial matutina, en ruta de problema; el crecimiento, en cero... la única certeza, la incertidumbre.

Preocupante de por sí el cuadro político y económico, a él se sumaron la furia social de las mujeres en reclamo de una vida libre de violencia, el desplome del precio del petróleo, el vaivén de los mercados y el arribo de la pandemia que, ahora, hace estragos en la salud y la economía mundial.

Aun sin llegar el coronavirus, la situación nacional no era halagüeña.

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Si bien la postura presidencial de negar o minusvalorar la realidad o, incluso, de asegurar que era otra, podía justificarse en la intención de mantener arriba el ánimo social de su base de apoyo, lo cierto es que le restó credibilidad a su palabra. Sin desconsiderar el desgaste supuesto en el ejercicio del poder, la caída de su popularidad da cuenta de ello.

Los "otros datos", el "eso ya se acabó", el "no hay desabasto" o el "vamos bien" sin aceptar errores, tropiezos ni problemas en el concepto, el diseño o el aterrizaje de los planes, a más de uno hizo pensar que sus colaboradores malinformaban al mandatario, o bien, que éste no los escuchaba. En todo caso, tal negación o distorsión de la realidad golpeó la credibilidad del mandatario ante quienes sufrían la consecuencia o no recibían el supuesto beneficio y, claro, otros actores de poder comenzaron a leer en el rebote de la palabra presidencial una creciente incertidumbre.

Quizá por eso, hoy, al verse aproximar la pandemia, afloran dudas sobre si la estrategia es la correcta, si la información en torno a ella es cierta y si, en verdad, se cuenta con la infraestructura y la capacidad para encararla. Y, desde luego, también surgen las posturas de quienes ven en la ocasión la oportunidad de debilitar al mandatario y sacar raja política al momento.

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Por eso y dada la delicadeza de la circunstancia, no estaría de más poner en cuarentena a la grilla, bajarle a las posturas ideológicas y la polarización, alentar una reflexión política profunda y declarar una tregua para concentrar el esfuerzo en atender la crisis sanitaria y evitar, en lo posible, un mayor deterioro de la economía.

Si una recomendación es evitar lugares concurridos, mal no le vendría al Ejecutivo suspender la realización diaria de la conferencia matutina -quizá, dándole otra periodicidad-, reducir las giras a los estados de la República y dejar la escena a los especialistas, así como a la información justa y precisa.

Aparte de mandar un mensaje ejemplar de prudencia y disciplina, el mandatario podría medir, como hicieron las mujeres, el peso de su ausencia y, a partir de ello, reajustar la política de comunicación y contacto social para replantear sus términos. En las últimas semanas, la conferencia diaria y las giras no arrojan los resultados de antes. El Ejecutivo se muestra a la defensiva, molesto o reactivo sin poder fijar la agenda.

Otra opción, complementaria de la anterior, sería ensayar otro tipo de comunicación a través de las plataformas digitales y fijar claramente el mensaje a posicionar, sin verse obligado a hablar de todo aquello cuanto aborda en la conferencia matutina y que, hoy, le resta seriedad a la comunicación oficial.

La palabra y la presencia en reposo darían oportunidad de revisar el límite y el horizonte de la acción de gobierno ante la circunstancia, así como de revalorar qué proyectos es preciso sostener, ajustar o cancelar para, superada la crisis sanitaria y aquilatado el daño, relanzar el proyecto. Hacer lo de siempre, cuando la situación es diferente, no surtirá el efecto deseado.

Bajarle a la reyerta política repercutiría en la postura contestataria de la oposición que, de no ser por el dicho presidencial, no tiene mucho que decir y menos proponer. Sanear el ambiente político es tarea en puerta, por ello, no estaría de más poner en cuarentena a la confrontación y guardar el protagonismo que ocupa sin llenar la escena. Una escena delicada en extremo.

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