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De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

Babalucas fue con un amigo a ver una película francesa. En la primera escena el hombre y la mujer van a la cama. Desnudos ambos él la besa en todas partes, menos en los labios. La besa con erótica fruición en el cuello, los hombros, los senos, la cintura, y luego más abajo. Ahí se detiene con morosidad. Babalucas le comenta a su amigo, despectivo: "El pendejo no sabe ni dónde se dan los besos". Himenia Camafría, célibe madura, dijo sus oraciones de la noche: "Señor: yo sé que no debo caer en las tentaciones, pero al menos mándame una, pa' calarme". "Mi marido es muy malo -se quejó la joven esposa con su vecina-. Me hace sufrir tanto que en tres meses que llevo de casada he perdido 9 kilos". "¡Préstamelo!" -le pidió, suplicante, la vecina. Mea culpa: en mis tiempos de joven fui machista. No era el único: todos los hombres lo éramos. Y las mujeres también, en cierto modo, pues se sometían en forma natural al dominio del varón. La esposa servía al esposo; la madre al hijo; la hermana al hermano. Cuando yo me casé -año 64 del pasado siglo- mi novia ganaba en su trabajo más que yo. Mi sueldo era de 600 pesos; el suyo de 800. Y sin embargo a ninguno de los dos se nos ocurrió la idea de que ella siguiera trabajando después del matrimonio. Eso ni pensarlo. La mujer era para estar en la casa atendiendo a su marido, y luego, cuando vinieran, a los hijos. Y qué decir de la cuestión del adulterio. El del hombre se admitía como parte de los usos y costumbres; el de la mujer, en cambio, era motivo de terrible escándalo y causa de ostracismo total para la adúltera. Otra cosa. ¿Que el marido era un ebrio irresponsable, un hombre violento que maltrataba cotidianamente de palabra y obra a su mujer? "Es tu cruz y debes llevarla" -le decían a la esposa tanto el cura como la madre de la víctima. Yo pertenezco a ese tiempo. Y sin embargo ese tiempo era mejor -debo decirlo- que el de mis padres, cuando no era mal visto que el hombre tuviera a la luz pública dos casas, la grande y la chica, y por lo tanto dos familias. Mejor que mi época es ahora la de mis hijos. El divorcio ya no es considerado execración, según criterio que imponía la Iglesia, y en la mayoría de los hogares el hombre y la mujer comparten los gastos y tareas de la casa. Persisten todavía, es cierto, anacrónicas muestras de machismo, pero se hacen visibles y son objeto de condenación. A cambio de eso ha crecido la violencia doméstica, y es mayor el grado de criminalidad contra la mujer. Por eso se explican y justifican tanto las marchas del día de mañana como el paro que las mujeres harán el lunes. Yo apoyo esa presencia y esa ausencia. Lo hago no por pose, sino por convicción. (Iba a decir "por remordimiento de conciencia", lo cual se acercaría más a la verdad). Espero que todo esto nos lleve a los varones a revisar nuestra conducta de cada día y a desterrar de nosotros hasta el último asomo de abuso, injusticia o discriminación contra la mujer. Doña Macalota dijo en la merienda de los jueves: "Por estos días mi marido pertenece al sexo débil". "¿Cómo es eso?" -preguntó, intrigada, una señora. Explicó doña Macalota: "Cada vez que me hace el amor queda completamente débil durante más de un mes". Lord Feebledick y sir Highrump bebían una copa de oporto en su club. Dijo sir Highrump: "¿Supiste lo que hizo Cuckoo? Se divorció de su mujer, dejó a sus hijos, liquidó su empresa, vendió todos sus bienes y se fue a vivir a una cueva del Sahara en compañía de un avestruz". Comentó lord Feebledick: "Siempre supe que Cuckoo era un excéntrico". "No tanto -acotó sir Highrump con británica flema-. El avestruz es hembra". FIN.

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