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Los desafíos del COVID-19

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Las epidemias y pandemias han acompañado a la humanidad desde los primeros siglos del contacto entre civilizaciones. El hacinamiento de las ciudades, la densidad poblacional y la conexión internacional han sido factores para la propagación de virus y bacterias que, además de cobrar la vida de miles o millones de personas, han dejado profundas secuelas en la sociedad. Y es que todas las epidemias y pandemias, más allá del impacto en la salud pública, provocan trastornos sociales, culturales, políticos y económicos que ponen a prueba el orden establecido. Así ocurrió con la peste antonina del siglo II, atribuida a la viruela o el sarampión, que mató a cerca del 10 por ciento de la población del Imperio Romano, y a la que varios historiadores consideran una de las causas de la gran crisis del siglo III. O con la plaga de Justiniano, provocada por la peste bubónica, que causó la merma de alrededor del 20 por ciento de la población euroasiática entre los siglos VI y VII, y que es considerada uno de los factores que propició el inicio de la decadencia del Imperio Romano de Oriente y la caída del Imperio Persa sasánida.

La misma asesina, la bacteria YersiniaPestis, azotaría Europa en el siglo XIV, asolando los reinos y ciudades de ese continente y provocando, según la tradición histórica occidental, profundas transformaciones en el decadente régimen medieval. En América, la derrota de las civilizaciones prehispánicas se debió en parte a la viruela, que diezmó a la población indígena por no tener defensas para ese virus desconocido entonces en este continente. Más recientemente el mundo ha padecido y atestiguado otras pandemias letales como las del cólera en el siglo XIX, la de gripe española al final de la Primera Guerra Mundial, la de VIH-SIDA desde la década de los 80 a la fecha, y la de influenza AH1N1 a partir de 2009.

Cada epidemia o pandemia no sólo es un recordatorio de la fragilidad de la naturaleza humana, vulnerable a los efectos de seres microscópicos. También se trata de un fenómeno multidimensional que plantea serios desafíos a los gobiernos y las sociedades en su conjunto. Desde los prejuicios raciales hasta los daños económicos. Desde la rumorología sin fundamento hasta los nuevos avances científicos y tecnológicos. Desde el aislamiento nacional hasta la construcción de protocolos de salud internacionales. La propagación de virus y bacterias nos pone a prueba como civilización y como individuos. Es importante detectar esos desafíos y enfrentarlos de la mejor manera ahora que nos encontramos frente a una nueva potencial pandemia, la provocada por el coronavirus de Wuhan, que causa la enfermedad respiratoria conocida como COVID-19, para la cual no existe vacuna y que en ciertas condiciones puede ser mortal.

El primer gran desafío que tienen las sociedades y sus gobiernos es el de la capacidad y eficiencia de los sistemas de salud. Hacer frente a una creciente demanda de casos ejerce una fuerte presión en la red médica hospitalaria, en donde se tienen que aplicar protocolos adecuados para prevenir la infección, detectar los contagios y atender a los pacientes para evitar decesos. Y no en todos los casos parecen estar aplicándose los protocolos de manera efectiva. Los esfuerzos de China, origen del virus, han sido descomunales para frenar la propagación. Pero no todos los estados cuentan con los mismos recursos del gigante asiático. Por eso, la colaboración internacional no sólo es necesaria, sino obligada. Y este es precisamente el segundo gran desafío, en un mundo en donde fuertes potencias, como Estados Unidos, Reino Unido y Rusia, promueven el aislacionismo y la desvinculación internacional. La historia reciente de la humanidad nos ha demostrado lo mucho que se puede conseguir cuando se suman esfuerzos para un mismo objetivo mundial. La erradicación de enfermedades infecciosas que antes mataban a millones es un logro de la coordinación entre países y del establecimiento de campañas de vacunación y protocolos internacionales.

Otro desafío importante tiene que ver con la información que se difunde respecto a la potencial pandemia. Las redes virtuales han hecho exponenciales los efectos de los bulos y las noticias falsas que se difunden más deliberada que ingenuamente. Gobiernos, medios de comunicación, comunidad científica y sociedad civil organizada deben trabajar de la mano para disminuir el daño que ocasiona la proliferación de notas y versiones que, en vez de aclarar las causas e impacto de la epidemia, confunden, afianzan los miedos, disparan el alarmismo, refuerzan los prejuicios xenófobos y abonan al discurso racista de políticos populistas que se aprovechan de los temores sociales para ver crecer sus dividendos electorales. Tampoco es que se deba caer en los extremos de censura en los que incurre el Gobierno chino, que impide a los ciudadanos obtener información veraz por medios alternos a la oficialidad. Se trata de llenar los vacíos, superar los vicios y contener los excesos del ecosistema digital con información comprobada y de calidad.

Por último, está el desafío que plantearán las consecuencias que ya se comienzan a sentir en todo el mundo. El impacto económico negativo del COVID-19 es un hecho incuestionable. La gran duda hoy es qué tan profundo será y cuánto tardará el mundo para superarlo. Pero si la epidemia del SARS, también originada en China a principios del presente siglo, provocó una merma en el crecimiento del PIB mundial, cuando la potencia asiática apenas representaba el 4 % de la economía global, es de esperarse que con una participación del 17 %, como es hoy, el daño será mucho mayor. Además, la propagación que hoy se da en todo el mundo aumenta el riesgo de un impacto más severo. También para enfrentar estos efectos será necesaria la colaboración internacional, para lo cual se tendrán que revisar las posturas proteccionistas que en nada ayudan a mejorar las perspectivas de crecimiento y desarrollo. Nuestro futuro como civilización puede depender de la forma en la que afrontemos hoy estos desafíos.

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