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Circunstancias

La superioridad moral y la arrogancia

Mtro. Francisco Pineda

La superioridad moral es una actitud basada en la idea de poseer valores morales superiores a la de los demás que facilita un derecho a tener una razón verdadera, y la opción de juzgar a otros. En algunos casos la situación puede ser realista y aceptable, pero en otros puede dar lugar a conflicto social.

Hace algunos años, y trabajando como director de una prisión estatal, había recibido quejas de varios empleados con respecto a la conducta "engreída" y "condescendiente" de un supervisor. De acuerdo a la percepción de estos empleados, el supervisor trataba a sus subordinados con arrogancia y soberbia, lo cual creaba algo de desmotivación en el trabajo. Mi impresión de este supervisor siempre había sido positiva, y su record de trabajo era aceptable en términos de conducta responsable y resultados. Después de entrevistar al supervisor sobre la impresión de sus subordinados, la persona no me pareció ser alguien con intención deliberada de ofender o subestimar a otros con su actitud y forma de comunicarse. Basado en sus opiniones, había notado que la autoconfianza y expresión de seguridad en sí misma tenían que ver con su carácter, y que posiblemente estaban asociados con una sensación de ser más virtuosa, y arriba del promedio de los demás, debido a un factor importante: que se sentía moralmente superior del promedio de la población.

Por superioridad moral en este caso me refiero a la actitud de una persona basada en su creencia de tener valores morales superiores a la de los demás lo cual les da el derecho a tener una razón absoluta, por consiguiente, el derecho a juzgar a otros, y creer que su punto de vista es el único válido. Otro aspecto muy importante, y quizá determinante en el estilo de este supervisor era la función de influencia que tenía en la comunidad. Después de su trabajo de gobierno, la persona era un predicador religioso en una iglesia protestante fundamentalista, y estaba estudiando para ser un ministro de la iglesia. Además, su cultura estaba estrechamente asociada con una familia de lideres religiosos. Como sus padres, su meta era dedicarse profesionalmente en este campo.

Estas conductas son observables no solo en el terreno religioso, sino también en el área de la política, o posiciones de poder, en donde las personas se dan la libertad y el derecho de juzgar a otros, y ejercer una autoridad hasta cierto grado ilimitada. Las actitudes de la gente que se consideran moralmente superior están basadas en la creencia de ser un "representante del bien," mientras que otros están "influidos por el mal," o viven "en pecado." La fuerza de esta superioridad moral puede ser tal, que hasta un preso con una larga carrera criminal puede sentirse que es mejor que muchos ciudadanos viviendo una vida normal en sociedad.

En un estudio sobre el tópico de superioridad moral, los psicólogos Ben Tappin y Ryan McKay (La ilusión de la Superioridad Moral, octubre 2016) concluyen que es común creer que nuestros principios son mejores que los de otros, y que por lo mismo es fácil considerarse arriba del promedio de la población. No porque sobrestimamos nuestras virtudes, sino porque subestimamos las virtudes morales de aquellos a quienes vemos diferentes a nosotros debido a una variedad de razones, por ejemplo, educación, clase socioeconómica, poder social, afiliación o creencia religiosa, profesión, origen étnico, etc. Regularmente el auto-engrandecimiento asociado al sentimiento de superioridad moral es más fuerte que otras características de la persona como son la inteligencia, conocimientos, ambición, capacidad competitiva, etc.

Los doctores Tappin y McKay llaman a este auto-engrandecimiento una "ilusión de superioridad moral," y agregan que esta percepción está relacionada a un mecanismo defensivo de supervivencia, ya que es más seguro asumir que somos más dignos de confianza que los demás, lo que a veces nos protege de los mentirosos, tranzas, o alguien de conducta sospechosa. En este sentido esta percepción de superioridad tiene sus ventajas, sin embargo, muchas veces existen desventajas. Cuando nos sentimos superiores a otros, reducimos nuestra voluntad de cooperar, y en algunos casos ponemos obstáculos para un diálogo productivo, lo cual se puede llevar a un nivel de intolerancia, hostilidad o violencia como es el caso de los conflictos ideológicos y/o políticos de derecha e izquierda, o guerras religiosas. Según Tappin y McKay, "cuando dos posiciones opuestas conflictivas están convencidas de estar en lo cierto y lo correcto, la agresividad es posible, porque ambos lados ven al otro como inferior."

Dependiendo de las circunstancias, sentirse en mejor posición moral que otros puede ser realista, sin embargo, cuando uno ve a otros que no pertenecen al grupo con quien se identifica como inferior, puede ser problemático. Gracias por su interés en esta columna.

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