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Equidad, sustentabilidad y ciudadanía

A la ciudadanía

GERARDO JIMÉNEZ GONZÁLEZ

Es común que nos preguntemos cuáles son las grandes preocupaciones que enfrentan las sociedades actuales a nivel global. Algunos dicen que es el hambre, otros las guerras, las enfermedades, la pobreza, la corrupción y así sucesivamente. Como sociólogo creo que hay tres temas a los cuales poner atención porque en ellos se resumen los grandes problemas del desarrollo, particularmente en los países no desarrollados, aunque también se presentan en los llamados desarrollados.

Nos referimos a la equidad, sustentabilidad y ciudadanía. La equidad refiere a la valoración ética que hacemos de las condiciones o situación de igualdad o desigualdad, particularmente económico-sociales y asociadas a estas las culturales y políticas, que se presentan y que diferencian a los individuos dentro de una sociedad, diferencias marcadas por el lugar que ocupan y el papel que desempeñan en una estructura económico-social, las cuales conducen a identificarles dentro de una clasificación como miembros de un grupo, estrato o clase social.

En la historia de la especie humana la inequidad está asociada con el surgimiento de la propiedad privada de los bienes que generan riqueza, cuando una parte de sus integrantes se apropia de ellos y de los productos que se obtienen con el trabajo, cuando esa parte, generalmente minoritaria, domina al resto surgiendo la explotación del hombre por el hombre.

Han sido varios los intentos filosóficos por explicar y resolver el problema de la equidad con propuestas que invocan la inequidad como un fenómeno injusto que ha afectado a una gran parte de la especie humana, donde destacan el marxismo y el cristianismo en las sociedades occidentales, como también los esfuerzos para reducir las desigualdades sociales y culturales en las sociedades complejas como las que actualmente vivimos por la pluralidad de sus componentes.

Pero el problema ya no solo es que la especie humana se domina y explota entre sí, sino también lo hace con la naturaleza. El advenimiento del capitalismo y la industrialización que trajeron consigo la expansión demográfica, particularmente en las ciudades, demandaron una mayor provisión de recursos naturales y productivos que incrementaron las tasa de extracciones de agua, minerales, energéticas, alimentos y otros bienes que requerían el crecimiento económico y demográfico.

Es indiscutible que una sociedad que se desarrolla incrementa esa tasa de extracción y que las actividades económicas en que se basa producirán impactos en la naturaleza, como también lo es que el crecimiento de la población aumenta el consumo y la generación de residuos, el problema reside en que tales actividades se han realizado sin control o con regulaciones laxas que provocan impactos ambientales y sociales que alteran seriamente los equilibrios ecológicos que la misma naturaleza ha creado para sostener las diferentes formas de vida.

Durante el último medio siglo, ya con economías globalizadas y una población de más de siete mil millones de habitantes, observamos el surgimiento de ideologías como el neoliberalismo que justifican la expoliación de los recursos naturales y productivos en cualquier confín del planeta, con un discurso basado en la competitividad y la productividad entre empresas y países como la lógica que rige el crecimiento económico, sin importar los desequilibrios ecológicos y la desigualdad social que provocan. Estamos en una época de culminación del capitalismo mundial que amenaza la vida en el planeta, volvimos nuestras sociedades insostenibles.

Frente a lo anterior nos preguntamos ¿Esto es un producto desordenado de la evolución biológica y cultural de la humanidad? Claro que lo es. Entonces ¿Cómo lo enfrentamos, como lo ordenamos para que no culmine en el colapso? El biólogo Jared Desmond, en su libro El Colapso no muestra cómo las diferentes sociedades sucumbieron en diferentes etapas civilizatorias por incomprender y no atender las causas que les derrumbaron, nosotros debemos entender la época que vivimos.

Ya se ha dicho que en la actualidad existe, si no todo, el suficiente conocimiento para enfrentar los grandes retos del desarrollo social para volver a nuestras sociedades más equitativas y sostenibles, el avance científico y tecnológico es tal que podemos atender desde problemas menores hasta calamidades globales, lo que no existe es la conciencia y la voluntad para hacerlo, y eso se refleja en la distancia que existe entre quienes toman las decisiones sobre las formas de desarrollo que adoptamos en nuestras sociedades.

Esa brecha, cada vez más ensanchada, entre los políticos que gobiernan a las sociedades en los diferentes países o regiones y los dueños de las empresas y corporativos empresariales, que dictan leyes y políticas públicas o implementan proyectos productivos marcados por ideologías como el neoliberalismo que miran con menosprecio a sus gobernados u obreros y empleados, élites desvinculadas de los ciudadanos, desde niveles globales como Donald Trump o latinoamericanos como Bolsonaro, hasta gobernantes locales.

Algo que desconocemos y que quizás debemos recordar es que están ahí y continúan destruyendo el planeta o sometiendo a los ciudadanos que lo habitamos en cada uno de los países, es que lo están porque los ciudadanos votamos por ellos, porque logran crear ideologías que alienan la percepción que tenemos del mundo que nos rodea, nos venden una idea falsa de los hechos que vivimos. Por ello, el otro gran problema es la falta de ciudadanía entre quienes habitamos una nación o cualquier localidad dentro de esta.

El ejercicio de nuestra ciudadanía, que no es sino tomar conciencia de ese mundo en que vivimos y posicionarnos frente a él, es lo que nos va a conducir a cambiar los derroteros que tienen a las sociedades en condiciones de inequidad e insostenibilidad, a construir democracias que nos permitan elegir a los gobernantes que enderecen el camino por un desarrollo más equitativo y sostenible. Por eso, la época que vivimos es la de los ciudadanos y esos cambios se podrán lograr si ejercemos nuestra ciudadanía.

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