EDITORIAL Sergio Sarmiento Caricatura Editorial Columna editoriales

Crisis global de la educación (I)

JUAN RAMÓN DE LA FUENTE

Con motivo del Día Internacional de la Educación, escuché al director general adjunto de la UNESCO, Xing Qu, afirmar sin titubeos, que la educación atravesaba por una crisis global, y junto con ella, el aprendizaje y el magisterio.

Sus argumentos, bien estructurados, se sustentaron en algunas cifras contundentes que ofrecieron tanto él como otros ponentes, en un panel organizado recientemente por el presidente de la Asamblea General de la ONU, el nigeriano Tijani Mohammad-Bande: 670 millones de adultos en el mundo no saben leer ni escribir, y otros 258 millones de niños (entre los 6 y los 17 años) no estarán escolarizados en 2030, cuando el compromiso con la Agenda de la ONU fue que todos lo estuvieran. La meta es ya casi inalcanzable. Se estima que hacen falta 69 millones de maestros y la infraestructura existente requiere de una inversión aproximada de 39 mil millones de dólares para estar al día en cobertura y calidad. Se calcula que son más de 600 millones de niños y de jóvenes los que, aun cuando van a la escuela, no aprenden.

La educación debe ser el motor mismo del cambio mundial. Sin educación no puede haber progreso ni bienestar. El capital productivo no crecerá sin el capital social, y este no aumentará sin el capital educativo, sin un proyecto generador de profesionales, técnicos, científicos, artísticos y humanísticos que sepan promover la riqueza con justicia y el bienestar con libertad, como habría dicho Carlos Fuentes.

La educación es un derecho humano fundamental, esencial para poder ejercitar todos los demás derechos. A través de la educación se construye una mejor ciudadanía: ciudadanos autónomos, críticos, agentes sociales del cambio que conduzca a una convivencia armónica. La educación es el mecanismo idóneo para la inclusión, la movilidad social y el desarrollo sostenible.

Es lamentable que, aun cuando existen los instrumentos técnicos para aprovechar cabalmente el mayor acervo de conocimientos que se haya tenido jamás, este siga siendo accesible sólo para algunos, los privilegiados. "Garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje permanente para todos" no es solamente el 4º objetivo de la Agenda 2030, sino un principio de elemental justicia que representa, en mi opinión, el principal compromiso para no dejar a nadie atrás.

Preocupa, sí, el rezago en el que se encuentran aún algunos sistemas educativos, pero al mismo tiempo alienta constatar el esfuerzo que hacen muchos países por ampliar su cobertura, mejorar su calidad, incursionar en la innovación y prepararse mejor para afrontar los cambios ineludibles que se avecinan. Si habremos de lograr una educación incluyente y equitativa, tenemos que sentar en las primeras filas de las aulas a las niñas y a los niños históricamente marginados -los de los pueblos originarios, por ejemplo-, cuyas vidas se verían genuinamente transformadas por la educación. Tenemos diez años y 258 millones de prioridades que atender. Si no dejamos a ningún alumno atrás, a ninguna niña o niño sin educación, estamos en tiempo para que esta década de acción sea también la década de la educación a favor del desarrollo sostenible para todos.

Hace no mucho, México firmó un Memorándum de Entendimiento con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe. El objetivo fue conjuntar esfuerzos e intercambiar experiencias de cooperación técnica, que fortalecieron la función social de la educación y su papel para alcanzar el bienestar con una perspectiva cultural integral. Educación que no conduzca al bienestar no es educación de calidad. El anhelo legítimo es el de una educación con equidad en el acceso y con calidad en el proceso, es decir, en los contenidos y métodos pedagógicos, partiendo del principio que la educación es un derecho esencial y no un privilegio. Una educación para el ejercicio responsable de la libertad, en la que la ética y no el afán de lucro, sea el hilo conductor de todo el proceso formativo.

La educación que se sustenta en valores estimula la creatividad, propicia la tolerancia y fortalece la democracia. Su aliada natural es la ciencia, la que puede ser el gran motor del desarrollo y la que, a través de la innovación, genere mejores posibilidades de vida en lo individual y lo colectivo, aún frente a entornos económicos o políticos desfavorables.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en: editorial JUAN RAMÓN DE LA FUENTE

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 1674855

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx