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PEQUEÑAS ESPECIES

CUANDO TENGA SESENTA Y CUATRO

M.V.Z. FRANCISCO NÚÑEZ GONZÁLEZ

Hoy que llego a mis sesenta y cuatro, parece que los años se han diluido en segundos, recuerdo que me faltaba toda una eternidad para llegar a esta edad senil cuando escuchaba hace décadas esa bella melodía del cuarteto de Liverpool... "Cuando tenga sesenta y cuatro". Entonces, imaginaba cómo sería el atardecer de mis días, y mi principal inquietud era, ¿Habré hecho de mi vida lo que yo quería?

Desde adolescente quise estudiar mi profesión, realizar un trabajo y disfrutarlo a la vez, Dios me lo concedió. Otro de mis anhelos era encontrar a la mujer más maravillosa para toda la vida y formar una hermosa familia, Dios me lo concedió. Con esos regalos de la vida, estaba más que agradecido, pasaron los años, acontecieron cambios en mi profesión, los hijos crecieron, y me fijé otras metas. Al principio fueron más las amargas batallas que las dulces victorias, pero jamás me di por vencido, y cuando lograba llegar a la cima lo disfrutaba enormemente, aún no terminaba de saborear las mieles del triunfo, cuando surgía otro reto mayor. Quise ver crecer rápidamente a mis hijos y terminar mis preocupaciones, pero me equivoqué, fue entonces que aprendí que la vida siempre tiene sus tiempos adecuados, y hay que disfrutarlos a cada instante aprovechando lo bueno y lo malo que nos ofrece.

Así pasaron los años, y cuando menos acordé, pintaba canas, los anteojos se hicieron indispensables, las reuniones con mis amigos se fueron diluyendo, mis pasos se volvieron lentos, quiero pensar no por la edad, sino por la experiencia acumulada, porque la juventud siempre permanecerá en la mente y en el corazón.

Mis hijos, todos profesionistas, en ocasiones se impacientan por mis antiguos valores, mis viejas costumbres y mis anticuados conocimientos, batallamos para aprender a manejar los nuevos aparatos; la pantalla, el celular, la computadora. Jamás olvidaré cuando los enseñamos a leer y escribir con tanto amor y paciencia que lo hicimos, siempre los apoyaremos, pues la paternidad nunca termina. Es entonces, cuando el Señor nos recompensa con la dicha inmensa que un padre alcanza siendo un viejo, con el milagro más grande de la vida, ¡Ser abuelo!.

Los hijos fueron el testimonio de nuestro amor, y los nietos se convierten en la confirmación de este sentimiento, a ellos les damos los besos que tal vez no les dimos a los hijos, y ellos nos dan los besos que quizás ya nadie nos da. Con los nietos se revive la historia de amor y el hogar ya viejo vuelve a florecer renovando toda esperanza en la vida.

A mi edad, estoy más que agradecido con el presente, no por los años que tengo, sino por la magnanimidad en que los disfruto, por mi pasado, tuve más alegrías que sinsabores, quedando satisfecho y en santa paz, ahora estoy viviendo el futuro, disfrutando ya mis sueños del mañana.

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