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Impronta vital

María del Carmen Maqueo Garza

Hace unos cuantos días falleció Kirk Douglas, uno de los grandes actores hollywoodenses del siglo pasado. Al margen de su notable participación en cintas de calidad, y de ser cabeza de una familia de actores, en lo personal me remitió a una parte de mi infancia que es grato recordar, y aquí les cuento:

Eran mediados de los años sesenta, cuando mi padre -ingeniero civil-- fue invitado a participar en la construcción del Auditorio de Durango, dentro del Parque Guadiana, en la capital de dicho estado. De esta obra se seguirían otras más, lo que llevó a que la familia moviera su residencia de Torreón a la Perla del Guadiana. Fue así como yo entré a cursar el cuarto año de primaria en un colegio de aquella ciudad donde, además del español se enseñaba el inglés. Ahí pronto descubrí que con frecuencia llegaban actores norteamericanos a filmar cintas del oeste en la región. Se hospedaban en el hotel Casa Blanca, justo en el corazón de la ciudad.

Dentro de las obras encomendadas a mi padre, estuvo el primer set de filmación para dichas películas, en la población de Chupaderos, a 14 kilómetros de la ciudad capital. En lo personal, siendo aún muy niña, me maravillaba ver cómo aquellas construcciones de madera se transformaban, con la magia del cine, en edificios en torno a los cuales, se desarrollaba la trama de la película en turno.

Unas de las situaciones más surrealistas que viví, entonces con mis nueve años, fue acompañar a mi padre al restaurant del Casa Blanca algunas mañanas de sábado. Mientras él hablaba con los personajes que le encomendaron la construcción, mi madre y yo, desde otra mesa, nos deleitábamos viendo desayunar a los grandes del momento, así como si nada. De igual manera recuerdo a John Wayne y a Kirk Douglas en un vehículo de la época de color azul (mentiría si tratara de indicar marca o modelo, no lo sé). La cuestión es que pasaban sobre la avenida Fanny Anitúa, en las proximidades del Parque Guadiana, frente a la esquina donde todas las chiquillas esperábamos el camión escolar. Lucían divertidos los dos señorones al percatarse de la alharaca que hacíamos las escolares uniformadas, cuando ellos nos saludaban a su paso.

Un recuerdo que viene también a mi memoria es el de Stella Stevens, cuando estuvo por allá filmando alguna película. Salía de la casa donde se hospedaba, a pasear a su perro sobre la misma avenida, situación que aprovechábamos los escolares a la salida de clases, para abordarla y practicar el inglés.

Ahora que falleció Kirk Douglas, todos esos recuerdos vinieron a mi mente en tropel. Habían estado en un limbo, puesto que no existía la necesidad de traerlos a la conciencia, salvo un par de veces cuando, visitando la hermosa ciudad de Durango, aparecieron, para pronto regresar a su escondite. Lo que sí me queda muy claro, y me dio la pauta para escribir lo que hoy deseo compartir, es lo siguiente: Tal nitidez de hechos, personajes y momentos, pone en evidencia hasta qué grado los acontecimientos de la infancia son capaces de marcar la vida de un niño. Una realidad a la que poca atención ponemos. Solemos tomar la niñez como un lapso con igual valor que el resto de la vida, cuando en realidad es un período que con mucho nos marca.

Así como hoy, en un ejercicio de la voluntad, traigo a colación estas vivencias, habrá episodios de mi propia infancia que no logro hacer conscientes, pero que aun así han hecho mella en mí, y me llevan a actuar de un modo determinado, sin que la razón alcance a dilucidarlo.

¡Qué maravilloso es voltear a nuestros primeros años y descubrir esos momentos mágicos, que al paso del tiempo no pierden su esplendor! ¡Ser capaces de revivir con la intensidad original dichas experiencias, a través de las cuales vivimos, en su momento, la magia de la infancia! Ahora, como adultos, habría que preguntarnos qué hacemos para favorecer en nuestros pequeños un cúmulo tal de experiencias inolvidables. Y bien, si acaso estuviéramos generando en ellos infancias planas, hacer lo correspondiente para vivificar esa experiencia única de ser niños. En realidad, no es tan complicado, significa desterrar por completo esa idea de considerarlos parte del menaje de casa, para comenzar a enfocarlos como individuos únicos, con gran potencial, cuyo desarrollo emocional se va abriendo en abanico. Los pequeños momentos que vive de niño, van teniendo mayor repercusión con el tiempo hasta la edad adulta. Esas memorias generan una impronta imborrable, que habrá de acompañar a cada uno, -de manera consciente o no-por el resto de sus días.

Descanse en paz Kirk Douglas, personaje que llega hoy para recordarnos la importancia de crear espacios mágicos en la infancia, ésos a partir de los cuales los adultos nos vamos construyendo.

https://contraluzcoah.blogspot.com

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