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La sujeción

No hagas cosas buenas...

ENRIQUE IRAZOQUI

Todos los días es la nota. El actual presidente constitucional de México tiene entre muchas de sus aptitudes la capacidad de marcar la agenda mediática nacional. Si cuando era oposición y representaba lo que entonces y ahora él establecía como los poderes fácticos, los que él denominaba antes (se dice que AMLO ha concedido dejar de llamar a una parte del empresariado de esa forma) la mafia del poder, tenía la capacidad de ocupar los principales espacios televisivos, radiofónicos y lugares trascendentes en la prensa escrita del país, ahora que es el jefe del Estado mexicano, pues no hace falta imaginarlo.

Desde la pacificación institucional del país en la década de los veinte del siglo pasado, que hizo el profesor sonorense Plutarco Elías Calles, creador del que hoy conocemos como el Partido Revolucionario Institucional, ente que tuvo la capacidad de dirimir las controversias para tener acceso al poder político por la vía civil después del periodo convulso, salvaje y sangriento que terminó significando la Revolución Mexicana.

Andrés Manuel López Obrador por muchas cosas es una persona diferente a los que en últimas décadas se han sentado en la silla que hoy él calienta. Fundamentalmente lo que al presidente tabasqueño lo hace distinto a sus predecesores del México moderno es su manera de acceder al poder. López Obrador es el presidente de México por si solo. Él no le debe nada a nadie, solo hizo todo lo que había que hacer para ser el mandamás democrático del país, a diferencia de las siete décadas de dominio priista, donde el poder presidencial empezaba cuando el afortunado era designado candidato a la presidencia de la república y terminada cuando designaba a su sucesor.

Después cuando vino la alternancia, lo que algunos denominan como la docena trágica y otros solamente el par de sexenios panistas, el hoy presidente llegó por sí solo. En el PRI, si bien el poder presidencial era plenipotenciario, estaba constreñido a seis años. El PRI ya se había desgastado como modelo de poder del siglo XX en México, todo estaba desgastado. De esa circunstancia nació el fenómeno de Vicente Fox. Un señor proveniente del empresariado que logró primero hacerse de la gubernatura del próspero Guanajuato (gracias a los guanajuatenses) y que después supo erigirse como el estandarte del cambio. Convenció a la mayoría.

Cuando el PAN se estableció en Los Pinos (sede de la casa presidencial hasta que López hoy lo convirtió acertadamente en centro cultural y museo) mayormente se mimetizó con lo que el priismo había establecido. Fox Quesada pronto optó por disfrutar las mieles de la presidencia y no tuvo el arrojo de desmontar el presidencialismo del partido tricolor. Felipe Calderón también fue producto de la circunstancia. El PRI estaba en un periodo de conversión, luego de perder la presidencia de la república, los tricolores no sabían transitar sin el pastor mayor que les representó por siete décadas. La reyerta de entonces de Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo desfondó el partido, dejando las cartas entre los que ya seguían, AMLO y los que ya le temían. Calderón capitalizó el miedo que entonces infundía el actual presidente y con dudas se hizo con el poder.

Todo este antecedente es necesario establecerlo por lo que hoy sucede. AMLO es el hombre fortísimo de México. Y claro que los gobernadores de hoy de Coahuila y Durango cuentan en La Laguna, sus facultades son importantes. Pero en un sistema donde la Federación tiene entre el 90 y 95 % de los ingresos del erario, claro que el presidente López tiene todos los hilos del poder.

Esto viene a cuento por el Insabi, la designación del actual régimen para dar a la población general servicios de salud.

El problema es que AMLO hace por designio, sin bases sólidas. El Insabi sustituye al Seguro Popular, que con un cierto esquema cubrían los Gobiernos estatales.

Hoy el Insabi por decreto obliga a las entidades federativas a dar servicios de salud a todos sin tener los recursos fiscales necesarios. Los gobernadores panistas patalearon, algunos priistas hicieron lo propio.

Nada que reclamarle, la máxima de que "el poder es para ejercer" AMLO la hace a pies juntillas, y, como a todos, hizo lo propio con Miguel Riquelme y Rosas Aispuro, no les quedaba de otra. El poder de sujeción es mucho.

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