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Violencia

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

La tragedia ocurrida el viernes 10 de enero en el Colegio Cervantes de Torreón ha abierto nuevamente las heridas de la violencia en una comunidad que hace menos de una década se encontraba ubicada entre las regiones urbanas más violentas del mundo. Pero en este caso la sacudida ha sido diferente, debido a la participación de un niño en los hechos. El acontecimiento es sumamente traumático para el entorno inmediato de los afectados y para la comunidad en general, y ante ello es válido reconocer que nos rebasa. Que no tenemos la respuesta a la pregunta que muchos hoy nos hacemos: ¿por qué? Que no sabemos a ciencia cierta qué motivó a ese niño a agredir y agredirse como lo hizo. No obstante, el hecho nos debe mover a la reflexión como comunidad, una reflexión que debió darse tras el pico de violencia que vivimos entre 2010 y 2013 y que hemos pospuesto dentro de la zona de confort de la baja momentánea en los índices de inseguridad. Y debe darse no solo porque las causas de esa violencia probablemente sigan ahí, al igual que la violencia misma, en estado latente, potencial y, de vez en vez, real, sino porque las consecuencias forman parte de nuestra vida cotidiana.

Cada quien como persona, como familia, procesará este hecho traumático con las herramientas que tenga a su alcance, que ojalá les sean suficientes y adecuadas. ¿Quién puede atribuirse la suficiente autoridad moral como para decirle a otro cómo debe educar o amar a sus hijos? Pero como sociedad también existe un proceso que debemos asumir dentro de una reflexión colectiva. Porque este asunto no tiene que ver solo con la familia, los valores y los hábitos personales. También tiene que ver en buena medida con las deficiencias que como Estado y sociedad padecemos. Dejar el asunto en el ámbito familiar es deshacernos de la responsabilidad que como ente colectivo tenemos y cancelar la posibilidad de soluciones desde el ámbito político, que es el mejor instrumento para incidir en la vida pública. Porque la violencia, en todas sus manifestaciones, es un problema público. No pretendo en este texto hurgar ni especular en las motivaciones del doloroso hecho del viernes pasado. Las autoridades son quienes tienen la obligación y los recursos para esclarecer lo ocurrido. Mi intención, como periodista y miembro de esta comunidad, es únicamente aportar algunos elementos para la reflexión pública del problema de la violencia.

Es imposible no comenzar la discusión con el tema de las armas. Estudios académicos indican que existe una clara relación entre el crecimiento en el número de homicidios en México y el incremento de la disponibilidad de armas de fuego. La importación y venta indiscriminada de pistolas y rifles no solo ha propiciado un aumento en los asesinatos sino también un alza en la proporción de crímenes cometidos con armas de fuego. Pero el problema es más grave: la inseguridad ha llevado a muchas familias a adquirir armas para su autodefensa, lo cual trae como consecuencia que no sólo haya más armas en la calle, sino que éstas también estén en los hogares. En pocas palabras, el acceso a una pistola o rifle es hoy mucho más fácil que hace 20 años y, por ello, deben revisarse los mecanismos de control de tráfico, compra y portación.

Otro aspecto que no podemos dejar de lado es la apuesta que han hecho los gobiernos a la hora de enfrentar la violencia. En vez de fortalecer el aparato de justicia, el Estado de derecho y la vía civil de solución de conflictos y combate a la delincuencia, en los últimos 14 años se ha fortalecido la vía castrense. La seguridad pública se ha militarizado, lo cual ha abierto una profunda herida en la sociedad, ya que mientras se mantienen los altos niveles de impunidad, las violaciones a los derechos humanos se multiplican. En un juego simplista de supuestos "buenos contra malos", se salta por alto el respeto a la ley por los cauces civiles de la justicia, y se alienta la promoción de la venganza. A la par, se ha dejado de lado la atención a las víctimas y a los familiares de los victimarios abatidos, hecho que abre aún más heridas.

No se puede minimizar tampoco el papel que está desempeñando la polarización social que, potenciada por el uso abusivo de las redes sociales, conduce a una fractura de la comunidad y a la imposibilidad cada vez mayor de ver en el diálogo la vía más sana y eficiente para resolver nuestras naturales diferencias. La descalificación del otro nos está llevando a la anulación que, a la postre, puede convertirse en un aliciente para el ataque verbal o físico. Sin diálogo, el camino a la conciliación se cancela y el espacio público, real o virtual, se vuelve escenario de batallas entre quienes solo aceptan una razón: la suya. Reproducir este patrón, que incluso se promueve desde la política, es decirle a las nuevas generaciones que la única vía para superar las diferencias es la violencia.

La educación formal, por supuesto, es también un factor importante a revisar. No se puede plantear la formación de los alumnos solo pensando en el éxito académico. La atención a aspectos psicológicos y emocionales es fundamental en el sano desarrollo de los seres humanos. Qué tanto se procuran estos aspectos en el sistema educativo actual es una de las preguntas que debemos hacernos como sociedad. En este sentido, también es importante plantear de forma más decisiva la construcción de un nuevo modelo de masculinidad, lejos de los patrones propios del machismo. No ver que las masculinidades tóxicas forman parte del problema de la violencia es dejar de lado que la inmensa mayoría de los asesinatos son cometidos por varones. Hombres que matan hombres. Hombres que matan mujeres. La violencia machista no solo afecta a la población femenina, también daña a la población varonil.

Un punto más a revisar es la instauración del individualismo como doctrina de nuestra sociedad. Habría que preguntarnos qué tanto la destrucción del tejido comunitario es producto del ensimismamiento, la pérdida de la solidaridad como un valor cotidiano (que solo en situaciones extraordinarias aflora) y el encumbramiento del éxito material individual como único proyecto de vida digno de aplaudir, incluso a costa de los demás. Aunque doloroso, este es un momento oportuno para entender que las desgracias de unos son las desgracias de todos como comunidad. Que no se puede construir una sociedad viable pasando por alto la integración y el desarrollo de cada uno de sus miembros.

Sin afán de ser exhaustivo, dejo estos elementos para la reflexión con la conciencia de que cada uno de ellos está sujeto a debate y de que existen muchos otros que pueden ser incluidos.

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