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Soltar lastre

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Más allá de la voluntad o el deseo, algunos signos sugieren operar ajustes en la actuación presidencial, así como en su equipo de colaboradores.

Si el Ejecutivo requiere de este año para asegurar los pilares de su proyecto y dar los resultados prometidos, está impelido a moderar el discurso, bajarle a la expectativa y, sobre todo, a tirar lastre. Sólo así podrá ampliar el margen de maniobra y ensanchar el compás de espera.

Suena absurdo, pero es hora de rescatar la virtud política, afinar el rumbo, revisar prioridades y fijar ritmo a la acción para asegurar el gobierno.

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Alguna vez se caracterizó, aquí, a Andrés Manuel López Obrador como un político que se crece ante el castigo y se pierde en la victoria. No sobra recordarlo.

El envidiable instinto y músculo político mostrado por el tabasqueño desde su ruptura con el perredismo (septiembre 2012) hasta el primer tramo del periodo de transición (septiembre 2018) se viene trastocando: elasticidad en rigidez; sentido del humor en sarcasmo; humildad en soberbia; sentido de realidad en espejismo; innovación política en viejo recurso; tenacidad en terquedad; oído en tapia; suma en resta; aliados en grilletes; sencillez en simplicidad; compromiso en marometa; medida radical en acción desbocada; parecer en dogma; multiplicación en división...

Exagerada, la virtud política del mandatario toca los linderos del vicio político. Los extremos se tocan, como él mismo dice.

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Aparte de la resistencia y las zancadillas de quienes la repudian, la pretendida transformación nacional se ha topado con varios problemas y ha incurrido en tropiezos a causa de sus propios errores o enredos.

Faltan recursos económicos, dominio pleno de la administración, planeación probada de los proyectos de gobierno, conocimiento y pericia en algunos colaboradores. En paralelo a esa situación, algunos problemas estructurales -destacadamente el de seguridad- tienen una dimensión muy superior a la estimada. Junto a ello, el apresuramiento en echar a andar nuevas instituciones, programas o medidas ha provocado dificultades o penas, justamente, a quienes se quiere beneficiar. Por si algo faltara, al entorno económico y político internacional lo tiñen la incertidumbre y la inestabilidad.

Por fortuna social y también por mérito presidencial, el país no se ha descarrilado como otras naciones. Sin embargo, visto el cuadro interno y externo ante el cual se encuentra, la administración está obligada a recalcular con mucho mayor cuidado sus pasos y verificar, una y otra vez, si los colaboradores son o no los operadores indicados y funcionales.

Una mala decisión o un traspié, en el contexto señalado, podría significar no un tropiezo más, sino una caída con fractura expuesta.

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Con el margen de maniobra constreñido y la presión del tiempo, la acción de gobierno reclama exactitud en el movimiento, rapidez en la reacción y certeza en la postura. De ahí, la urgencia del ajuste en la actuación presidencial y en el equipo de colaboradores.

El tono y la tonada dieron de sí, hoy el peso y la importancia de la voz de Andrés Manuel López Obrador exige, quizá, restarle tiempo a la expresión y añadirle esmero. De la sencillez se ha pasado a la simplicidad del dicho y, con frecuencia, a la contradicción (notoria sobre todo en el capítulo de la política exterior).

A un año de ocupar Palacio, el soberano ya no puede seguir describiendo el legado que recibió, sino empezar a escribir el suyo. El pasado ya quedó atrás y el futuro aún está lejos, pero ello no justifica ignorar el presente, la realidad prevaleciente.

La reiteración de la frase ingeniosa o coloquial que permitió calar en el ánimo popular se ha convertido en un búmeran.

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Parte de la fortaleza del liderazgo presidencial deriva de la honestidad y sencillez en su conducta, así como de su disposición al trabajo; desgastar, manchar o debilitarla por dar cobijo o amparo a colaboradores o aliados sin igual proceder o tocados por el protagonismo, es un error.

Defender, tolerar o, incluso, halagar a personajes incapaces de acreditar su compromiso con el proyecto impulsado, prestancia profesional, rectitud y ambición política o trayectoria en el servicio público no los salva y sí, en cambio, arrastra a la figura presidencial. Someter a un innecesario desgaste la imagen del Ejecutivo puede hacerle perder la viga maestra de su popularidad. (Manuel Bartlett debería reflexionar si no rendiría un mejor servicio a la causa dejando el puesto que ocupa, vista la pérdida de credibilidad que le endosó al Ejecutivo y a la Secretaría de la Función Pública).

Soltar lastre, pintar la raya y reaccionar con rapidez ante el desvarío de colaboradores o aliados es un imperativo, si el mandatario quiere invertir y crecer su capital político, al tiempo de requerir un periodo mayor de gracia.

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Son varios los signos que sugieren llevar a cabo estos ajustes. Empero, en estos primeros días del año, cuatro revelan que el malestar social puede resurgir, sin reparar mayormente en el propósito y carácter de esta administración.

La manifiesta resistencia de los zapatistas a la construcción del Tren Maya; la trompicada visita presidencial a Anenecuilco; el anuncio de la caravana en Defensa de la Vida y la Paz; y la sorda, pero constante molestia de quienes, con un familiar enfermo, no encuentran debida atención en los centros de salud.

Sin minusvalorar otros, esos signos incorporan un ingrediente que no puede perderse de vista.

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Sí, es mucho lo que hay que corregir, pero ello no supone empezar todo de nuevo. Es hora de recuperar la virtud política, ajustar la actuación presidencial y al equipo de colaboradores; sólo así ampliará el margen de maniobra y alargará el compás de espera.

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