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Ingeniería de la demolición

JESÚS SILVA-HERZOG

La semana pasada comentaba un libro que captura el aire de los tiempos. Era Cómo perder un país. Los siete pasos que van de la democracia a la dictadura, el ensayo de la escritora turca Ece Temelkuran sobre los populismos de derecha. Tomaba de ahí la hilarante conversación imaginaria entre Aristóteles y un populista que daba cuenta del imposible diálogo. La zona de racionalidad común vuela por los aires. En el universo populista no es posible la neutralidad. Ninguna. Ni siquiera la lógica puede ser la razón común. Es su lógica contra la nuestra. Sus datos y los nuestros.

Vale adentrarse en el ensayo porque es una aportación valiosa para entender el desafío político de nuestro tiempo. Temelkuran, crítica política y novelista, ha publicado un testimonio personal que es, al mismo tiempo, una denuncia de la quiebra de la democracia en su país y la descripción de un trastorno global. No es el texto de una teórica de la política preocupada por el esclarecimiento de los conceptos, sino el ensayo de una observadora del poder que ha padecido sus abusos. Disparar las alarmas y pensar alternativas. Escrita desde la experiencia y sobre lo inmediato, logra asomarse a un fenómeno mundial. No son las democracias recientes las que corren peligro. Nadie puede decir hoy que el autoritarismo es un vicio del subdesarrollo. Hasta las democracias que considerábamos más arraigadas muestran su fragilidad.

Cuenta la autora que, cuando presentaba en Londres un libro sobre la política turca y la imposición de la dictadura de Erdogan, una mujer muy bien intencionada se levantó para hacerle una pregunta: "¿Qué podemos hacer nosotros por ustedes?". La intervención la desconcertó. Aquella mujer la veía como una víctima de una política que nada tenía que ver con la noble y civilizada política británica. Se imaginaba naturalmente como una fuerza bienhechora que podría acudir al rescate de esos bárbaros que, nuevamente, perdieron el camino. Seguramente pensaba que su país era inmune a la desgracia que asolaba a Turquía. Dígame cómo puede la Gran Bretaña acudir a su auxilio. Ese es el punto fundamental de su argumento: nadie está a salvo. Todos ahogados en la misma locura. La ingeniería de la demolición se extiende por todo el planeta. "Me crean o no, lo que pasó en Turquía va por ustedes. El delirio político es un fenómeno mundial".

La exilada desde el autogolpe de Erdogan de 2016 identifica los pasos que sigue el populismo de derecha para demoler la democracia. Lo primero es romper con las ataduras del partidismo. Por encima de un partido, el populismo ha de formar un movimiento que exprese al pueblo "real". Podrá inventar o absorber a un partido, pero el movimiento debe estar siempre por encima de él. El autoritarismo requiere igualmente corroer la racionalidad y eliminar los estorbos institucionales. Los datos son armas de una batalla y deben usarse a conveniencia. A los jueces corresponde tocar la tonada que marca el caudillo. La complejidad del debate público debe suprimirse, como si fuera una trampa de las élites y reemplazarse con un relato simple e infantil que sirva para identificar al enemigo y llame a la epopeya del retorno. El código del populismo, dice la periodista, es la desvergüenza. Lo que era inaceptable y aún repulsivo debe convertirse, así, en motivo de orgullo. El maltrato, la humillación, la procacidad y la mentira se transforman en medallas de autenticidad. Y de esa forma, el populismo diseña un ciudadano y un país a su imagen y semejanza.

Esta distopía que borra verdad y lógica, que atropella derechos, elimina frenos y mina el entendimiento no puede comprenderse sin su precedente ideológico. Propone Temelkuran que ubiquemos al populismo (ella siempre se refiere al populismo de derecha) no como enemigo del neoliberalismo sino como su descendiente directo. Lo dijo con mucha claridad en una entrevista con Ricardo Dudda publicada hace poco por Letras Libres: "El neoliberalismo debilitó la parte fundamental de la democracia, que es la justicia social. La democracia sin justicia social es una cáscara vacía: un proceso repetitivo y ceremonioso y nada más. Es natural que la gente haya perdido su fe en las instituciones democráticas".

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