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El trajín y la bulla

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

El trajín y la bulla constante vienen en desmedro de la acción y la palabra, las aplana y las iguala. Impiden apreciar cuanto se hace y, desde luego, escuchar cuanto se dice.

El tráfago y el parloteo, a veces, son recurso útil al propósito de distraer la atención de los asuntos o las cuestiones importantes que otro, el contrario o el adversario, pretende colocar al centro. Del ardid no es raro que la oposición eche mano, es una herramienta. Se entiende. Lo incomprensible es que el partido y el Gobierno en el poder no sepan cuándo detenerse, moderar el tono o guardar silencio.

En esa trampa está cayendo la administración lopezobradorista. De la virtud de fijar y dominar la agenda y el debate nacional -frecuentemente reducido a una discusión pública sin consecuencia- está haciendo un vicio. Minusvalora el reposo y la pausa, incluso cuando el éxito de alguna medida toca a su puerta.

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Asombra cómo de manera recurrente la administración, el grupo parlamentario y el partido lopezobradorista, en su trajín y bulla constante, opacan cuando no sabotean sus propios aciertos, muestran falta de coordinación en su actuación de conjunto e incapacidad en la regulación del flujo informativo. Comunican de más e informan de menos; anuncian más de lo que hacen; y lo que hacen bien, lo anuncian mal.

Si como meta y objetivo la oposición se planteara hacer del pataleo y el escándalo la zancadilla para hacer tropezar al gobierno, se entendería la actitud aun cuando careciera de justificante. No así, cuando la misma administración o su partido tropiezan a causa de la palabrería, la ambición desbocada, la exageración del mandato popular recibido, el gusto por la luz de los reflectores, el ansia de ocupar la tribuna o el simple afán de aparecer en el reparto estelar de los actores de la pretendida cuarta transformación.

Es paradójico que, por momentos, el más fuerte y duro enemigo del grupo en el poder sea el grupo en el poder. Se echa de menos a un jefe de gabinete -un secretario non entre pares-, así como una política de comunicación e información que acompañe y trascienda la conferencia presidencial matutina.

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En las últimas semanas, la administración tuvo varios aciertos en el campo económico, sobre todo, en el ámbito de la inversión, el comercio y el trabajo, acompañados de indicadores positivos relacionados con la paridad de la moneda, la inflación y la calificación de las finanzas públicas. Sin embargo, la incapacidad de alinear y administrar el flujo informativo terminó por desvanecer esa buena racha de noticias.

La falta de articulación y alineamiento en la actuación de los distintos actores, en vez de dejar respirar a la información, la asfixió.

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La celebración de la firma de las adendas al tratado de comercio con Estados Unidos y Canadá fue sofocada por la confusión generada por la propia Secretaría de Relaciones Exteriores. Más allá de la atropellada actuación del subsecretario Jesús Seade, la coordinación de comunicación social de esa dependencia también enredó el asunto.

El comunicado oficial 447 de Relaciones Exteriores del pasado lunes 16 es un monumento al embrollo. En una de sus partes dice: "... el representante comercial de Estados Unidos, embajador Robert E. Lighthizer, ha informado mediante comunicación oficial que el gobierno de EUA no designará 'inspectores laborales' en México. Los agregados laborales referidos en dicha iniciativa de ley realizarán inspecciones (sic) y se ceñirán a las leyes de nuestro país en la materia".

O sea, no habrá inspectores laborales, sino agregados que harán inspecciones laborales. Vaya forma de disipar dudas.

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Unos cuantos días después, se echó abajo otra oportunidad para dejar respirar la información y administrar la comunicación.

Ante la posibilidad de subrayar el avance en la ratificación del tratado por parte de la Cámara de Representantes de Estados Unidos; el monto del aumento salarial que rompe una inercia de casi medio siglo y sacude la vida sindical, así como las relaciones obrero-patronales; la superación de la meta fijada en materia inflacionaria; o bien, la suma de la inversión derivada del acuerdo entre el sector público y privado en obra de infraestructura, se optó por abrir otros temas. Funcionarios, legisladores y dirigentes del partido en el poder cambiaron el foco de atención y animaron discusiones absurdas, incluso, peligrosas.

El afán protagónico, el ingobernable desbocamiento, la ambición incontenible o el ansia de imponer políticas borraron aquellos asuntos de la agenda y colocaron otros.

¿Cuáles fueron los nuevos temas? La reapertura del capítulo de la separación Estado-Iglesia que, sin duda, es pasto seco en el marco de la polarización; la lamentable confrontación entre la Federación y los estados en materia de seguridad pública que, obviamente, deja mal parados al Ejecutivo y los gobernadores; la gana de los ultras de Morena por echar de sus filas a quienes no se alineen a la pretendida transformación, como consideran que lo hace la senadora Lilly Téllez; o el cubetazo de agua fría a la inversión privada, reponiendo el carácter dominante de Pemex y la Comisión Federal de Electricidad en el ámbito de la industria energética que resta certidumbre al acuerdo político de emprender obras de infraestructura en conjunto.

Difícil de entender esa manía.

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De no fijar, controlar y administrar las políticas prioritarias; de no escoger qué batallas dar y qué pleitos evitar; de no gobernar la comunicación y la información; de no someter las ambiciones políticas anticipadas y el protagonismo desmesurado, el trajín y la bulla terminarán por frustrar la posibilidad de transformar la realidad.

Salvar las zancadillas es necesario; evitar los tropiezos, fundamental.

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