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Fox y Calderón

RENÉ DELGADO

Cuando un político desahuciado hace del ridículo prueba de su vigencia, siempre termina peor de cómo empezó su carrera. Vicente Fox y Felipe Calderón corren ese peligro por separado, pero unidos por el cordón de la desvergüenza.

El primero, tropezando una y otra vez en su reinserción política, creyendo que su reciclamiento, auspiciado por la nulidad del encargado de Acción Nacional, Marko Cortés, puede recolocarlo en la palestra. El segundo, promoviendo un partido matrimonial para reaparecer en escena sin sentido, después de haber destrozado el partido king-size que llegó a encabezar.

Antes de pedir respaldo a su eventual reaparición y de plantarse en la escena como si durante su gestión nada hubiera ocurrido, ambos deben una explicación de qué fue lo que hicieron al ocupar la Presidencia de la República, cuando menos en el capítulo de la seguridad pública.

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Radicalmente distinta la forma en que Fox y Calderón llegaron a la otrora residencia oficial de Los Pinos, los vincula el hecho de haberla ocupado sin habitar. De la frivolidad y la pusilanimidad política hicieron su gloria, el estilo personal de su gestión presidencial. Fueron muy diferentes, pero con un gran parecido: practicaron el ejercicio del no poder.

Ahora, más allá de los resbalones que protagonizan en el afán de recobrar presencia y calentar una curul en cuanto puedan, comparten por denominador común el arresto del hombre que encumbraron como el policía estrella del panismo, el gendarme albiazul, Genaro García Luna, probable ejemplar redivivo de política y delito.

Los cargos formulados en Estados Unidos contra el ex director de la Agencia Federal de Investigación y ex Secretario de Seguridad lo sientan en el banquillo de los acusados, pero a Fox y Calderón los condena políticamente. Y, eso, no lo resuelve ni un hilo de tweets, como tampoco fingir demencia o amnesia, sobre todo, cuando más de una vez, de modo distinto y reiterado, supieron o fueron enterados de probables ilícitos o irregularidades cometidas por el funcionario que endosaron.

Si ambos ex mandatarios esperan el desenvolvimiento y la conclusión del juicio de su ex colaborador en Brooklyn para entonces determinar qué decir o hacer, harán gala del dominio de la artimaña política, pero no de entereza para fijar una postura. Por lo demás, si están convencidos de la verticalidad, inocencia, honestidad y prestancia de su ex colaborador, obligado sería que salieran en su defensa.

Parapetarse en el silencio o el asombro no corresponde a quienes ostentaron, quizá, sin tener, la jefatura del Estado y del Gobierno.

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A diferencia de sus víctimas inocentes a las que les negó esos derechos, Genaro García Luna sí tendrá un proceso judicial debido acompañado de la presunción de inocencia o, bien, la oportunidad de canjear su condición judicial por aquella que más le convenga.

Por consecuencia, tienen razón quienes consideran tan injusto como prematuro dar por sentada la culpabilidad de García Luna, pero la sola sospecha de haber servido y protegido al crimen y no a la ciudadanía desde la Secretaría de Seguridad constituye un brutal revés a quienes lo fueron encumbrando. Si duele ver cómo a veces, por la vía de recursos fiscales, la misma ciudadanía subsidia al crimen a través de la traición de policías que ponen a disposición de aquel su investidura, autoridad, vehículos, equipo y armas; imaginar que una Secretaría de Estado le sirvió de escudo, escuece el alma.

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Si, en efecto, el dirigente panista, Marko Cortés, pretende resucitar a Vicente Fox para encontrar en su chocarrera figura un foco de atracción electoral y recompensarlo con una curul en el Congreso, debería explicar sus motivos. Tan dado a descalificar cuanto ocurre, no sobraría que calificara lo ocurrido.

En ese punto, si Cortés no aclara los términos de la renovada relación de su dirección con el expresidente, podría decirse que no se conduce como un compañero, sino como un cómplice.

Allá él, si insiste en reciclar a Fox.

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Si, en efecto y pese a lo ocurrido, Felipe Calderón insiste en llamar a sus seguidores a sumarse a formar filas en su nuevo partido, por un mínimo de decoro político debería exponer y explicar su postura frente al arresto de uno de sus colaboradores favoritos.

En esto, hoy más que nunca resulta absurda la denominación popular de la formación política que impulsa Calderón: México Libre.

El título correcto sería el de México Preso porque, a partir de la supuesta guerra que Calderón declaró al crimen, uno de cuyos principales cruzados fue García Luna, muchas libertades -tránsito, expresión, profesión, sólo por mencionar algunas- se vieron conculcadas, limitadas o socavadas por la actividad criminal. Retenes, límites a la prensa, derecho de piso, extorsión, impuestos por el crimen son parte de la herencia de aquella aventura.

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Claridad y firmeza sobre el asunto también se echan de menos en el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Indagar, aquí, la compostura del ex secretario de Seguridad, Genaro García Luna, al saber de las gravísimas acusaciones que le imputan no pueden evadirse bajo el argumento de "no hacer leña del árbol caído" o sujetarse a una consulta popular. Hay o no Estado de derecho.

Siendo la inseguridad el flagelo que agobia y lastima al país, es menester investigar la alianza entre el crimen y la política para poder restablecer la frontera entre una actividad y la otra.

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Si la impunidad criminal ha hecho un enorme daño al país, no menos daño ha hecho la pusilanimidad política.

Vicente Fox y Felipe Calderón está obligados a fijar postura frente a la situación que afronta su policía estrella. Si no están dispuestos a cumplir con ese deber político, al menos podrían evitar hacer el ridículo. Terminarán peor de como empezaron.

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