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¿A dónde vamos?

JULIO FAESLER

No lo sabemos porque no están claras las implicaciones del documento que acaban de firmar con rebosante alegría en Palacio Nacional los representantes del Ejecutivo de los tres países norteamericanos

Lo que entendemos es que lo que aprobaron y firmaron los señores Freeland, Lighthizer y Seade, en presencia del Presidente de México, es un "protocolo" que comprende las cartas adicionales que se anexan al tratado, llamado T-MEC que fue firmado el 30 de noviembre de 2018 en Buenos Aires por los ejecutivos de los tres países minutos antes del término del sexenio de Enrique Peña Nieto. Es importante tomar nota que solo México ha ratificado ese Tratado. Las ratificaciones legislativas formales de Estados Unidos y Canadá están pendientes.

Las modificaciones al TLCAN, para convertirlo en T-MEC, se negociaron desde hacía mucho tiempo. Al pasarse el nuevo tratado a los Legislativos pendientes, en el de Estados Unidos surgió el tema de adicionar al Tratado cartas sobre el tema laboral, al lado del ecológico y otros. Esas cartas adiciones al T-MEC, particularmente la laboral, fueron objeto de negociaciones de última hora. En ellas el sector empresarial presentó sus propuestas que no fueron aceptadas. Dicho sector se opuso a la designación de agentes en cada empresa para monitorear las condiciones en que se articulaban los intereses sindicales de acuerdo con los lineamientos del Convenio respectivo de la OIT. Asimismo los empresarios se opusieron al texto del gobierno que no conocieron y que fue el firmado en Palacio Nacional.

Dadas las serias complicaciones en el escenario político norteamericano se festinó la aprobación de dichos textos, pero particularmente el laboral que contiene disposiciones muy controvertidas. En él, México se alinea a los esquemas laborales de los Estados Unidos en lo referente a democracia sindical al sujetar a castigos incluso de carácter arancelario a la empresa mexicana a que un "panel" decida acusarla de no respetar lo dispuesto por decisiones de la OIT. Surgen aspectos jurídicos que auguran inesperados conflictos judiciales.

No se está en contra de la coordinación entre México y Estados Unidos puesto que dado que compartimos el continente norteamericano es perfectamente lógico que haya un mínimo de similitud en las condiciones de trabajo para que se pueda realizar el movimiento de trabajadores cuando éstos lo quieran o cuando haya una necesidad inevitable. Donde hay preocupación es en cuanto a la validez de introducir en cuestiones, no sólo de relaciones obrero-patronales sino sindicales y con ello introducir medidas de carácter arancelario, un elemento netamente de comercio exterior, en la vida interna de los sindicatos.

Además de ilógico, la disposición, es extremadamente dañina. En momentos en que los esfuerzos por consolidar nuestra estructura industrial y con ello aumentar la productividad y con ella la producción de artículos para la demanda interna y para las exportaciones, el plantear en los delicados equilibrios sindicales y relaciones obrero patronales el que su solución pueda implicar la imposición de aranceles u otros elementos que afecten adversamente nuestro comercio exterior introduce una peligrosa posibilidad desestabilizadora. Nuevamente es el caso de las amenazas arancelarias que en su momento Trump mezcló con asuntos migratorios.

El empeño que algunos sectores en Estados Unidos por uniformar condiciones laborales en los dos países contiguos ya tocó el tema de salarios mínimos, los de ciertas áreas de la fabricación de vehículos y lo referente al contenido nacional o regional de los productos que se intercambian los socios del nuevo TLCAN. Según lo que se va sabiendo, el nuevo acuerdo trilateral "T Mec" cuyos términos no ha sido plenamente divulgados, manda que en el caso de no respetarse sus nuevos criterios dirigidos a homologar las condiciones de vida de los trabajadores mexicanos con los norteamericanos, pretende ajustar a la conveniencia de Estados Unidos. No solo lo estamos presenciando: lo que está sucediendo corresponde a los propósitos hegemónicos de nuestro vecino que, caso por caso, va incorporando a México a su ambicioso plan mundial.

En todo esto, el Presidente López Obrador debe saber que el piso está minado. ¿A dónde vamos?

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Escrito en: Editorial Julio Faesler

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