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Diferir, coexistir y convivir

AGENDA CIUDADANA

LORENZO MEYER

Todo apunta a que la opinión pública mexicana va a continuar por la ruta de la polarización. En un proceso como el actual, de cambio rápido y de demolición de prácticas del pasado, eso es inevitable.

Si se parte de definir diálogo como un intercambio de ideas y opiniones que buscan instruir, entonces el que se está llevando a cabo en los escenarios tradicionales -medios de comunicación, el congreso, entre gobierno y sectores de la sociedad civil-, se está tornando difícil. Sin embargo, tal dificultad palidece frente a ese peculiar debate que se desarrolla libérrimamente en esa zona relativamente nueva y con multitud de participantes: el ciberespacio. En este tipo de interacción, especialmente en twitter, muchas veces lo que se busca es descalificar, ofender y enfurecer. Ello profundiza las distancias entre las comunidades que apoyan a la Cuarta Transformación (4T) y las que buscan descalificarla y, si pudieran, echarla abajo. Y si bien en la arena tradicional como las columnas o mesas de opinión se mantiene algún espacio para posiciones aristotélicas -las del justo medio-, en el otro es cada vez más escaso.

La vida pública de cualquier sociedad moderna implica la coexistencia de cooperación y de conflicto. Sólo en las utopías es dado suponer la convivencia de grupos amplios y complejos sostenida en un acuerdo general sobre objetivos y normas. En el mundo real, el problema de la vida en común es como arreglárselas para que coexistan intereses materiales y visiones del mundo encontrados -conflicto de clase, regionales, partidistas, culturales, etc.- sin que se pase de la confrontación de posiciones y perspectivas al empleo de esa última instancia de la política: la fuerza, en el choque violento.

AMLO y quienes con él asumieron el poder al concluir 2018, intentan llevar a cabo un cambio de fondo en la forma y contenido del ejercicio del poder. Este empeño afecta a muchos de los intereses creados a lo largo del último siglo y hace que la cara positiva de la política, la cooperación, tenga menos reflectores porque el conflicto los acapara.

El nuevo gobierno tiene mayoría en el legislativo y la oposición formal y organizada está fragmentada. Es verdad que sus partidos veteranos, el PRI y el PAN, acumulan muchos años de experiencia y en esto aventajan al del gobierno, pero su derrota electoral en el 2018 fue tan contundente, que por ahora sus brújulas no funcionan bien, lo que ha permitido a AMLO moverse muy de prisa para operar su afianzamiento.

Sin embargo, fuera de los partidos, en los medios y las redes sociales la oposición está activa y combativa en materia de descalificaciones. Cualquier movimiento del lopezobradorismo es atacado de inmediato: el bajo crecimiento del PIB (fenómeno extendido en muchos países), la cancelación del NAIM, el incremento de la inseguridad, el Tren Maya, el fracaso del operativo en Culiacán, la brutal masacre de mormones indefensos en Sonora, el asilo al expresidente de Bolivia, la sucesión en la CNDH, la estructura del presupuesto y un largo etcétera. En cualquier caso, la 4T navega rápido, pero entre descalificaciones y el efecto se nota. Según una encuesta de El Universal (15/11/19), en los últimos tres meses el apoyo a AMLO bajó de 68.7% a 58.7%. Lo que aumentó más fue la neutralidad -pasó del 10% al 16%- y la desaprobación sólo se movió hacia arriba tres puntos, del 19.8% al 22.9%.

Lo notable es que, pese a la polarización en el universo de los que opinan en los medios y redes, la encuesta muestra que, de haber una consulta, el 69.9% de los ciudadanos votaría porque AMLO continuara en su cargo y sólo el 19.9% demandaría que lo dejara. Quizá esa respuesta se explica porque comparan la situación actual con la que le precedió, cuando la meta de quienes controlaron el poder resultó obvia: usar el gobierno para beneficio de quien gobernaba, dejando que los gobernados se las arreglaran como pudiera con "el mercado".

Por ahora, la 4T y sus adversarios tienen que practicar el difícil arte de coexistir sin convicción. Por otra parte, las políticas del régimen, en particular las sociales y culturales, se proponen derribar barreras, acortar las distancias entre los gobernantes y una mayoría de los gobernados. Quizá ahí pueda cultivarse eso que se esbozó como objetivo desde la 1ª T, la de la independencia: una convivencia con menos desigualdad y amplio espacio para la empatía.

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