Columnas Social

PEQUEÑAS ESPECIES

UNA VACA PENSATIVA

M.V.Z. FRANCISCO NÚÑEZ GONZÁLEZ

Me encontraba en el poblado de Santiago de Mapimí, Durango, Pueblo Mágico y pintoresco con más de cuatrocientos años de Historia, tenía veinticuatro años de edad y trabajaba como veterinario de gobierno, atendía a toda clase de animales domésticos, desde las gallinas que enfermaban por problemas de ectoparásitos, al ganado de traspatio que criaban en los enormes corrales de las casas, también me encargaba de la salud del ganado caprino y bovino en los agostaderos de ejidatarios y particulares, aplicaba vacunas, descornaba, diagnosticaba gestación y otras actividades que implicaba el manejo de ganado de la región. Me dirigía por las calles empedradas de Mapimí a ver a mis pacientes a sus centenarias casas de adobe, conformadas con enormes patios y arcos de cantera situados alrededor de las habitaciones, adornaban los pasillos abundantes macetas con plantas multicolores de aromas de madrugada, sin faltar las destiladeras, eran grandes cántaros de barro con bases de viejas maderas, goteaban día y noche filtrando el agua fresca y transparente para el consumo diario, en algunas casas aún se apreciaban los vestigios de las viejas norias de agua que le dieron vida a esas familias de antaño. Trabajábamos varios compañeros en el sector agropecuario de gobierno atendiendo el municipio; Agrónomos, veterinarios, técnicos, trabajadoras sociales, licenciados, secretarias, gozábamos de juventud, recién egresados, solteros, tratando de ser lo más eficiente en nuestro primer empleo, disfrutábamos de una gran amistad que hasta la fecha conservamos, compartíamos los alimentos y pernoctábamos de lunes a viernes en la casa donde se encontraba la oficina. Los productores que atendíamos eran nobles y agradecidos, cuando cosechaban nos obsequiaban; elotes, chile, frijol, trigo que compartíamos en la comida, y el suculento queso de cabra que no faltaba cuando vacunaba a sus animales, que me abstenía de comerlo por temor a contraer fiebre de malta por la leche bronca, aunque la hervían para hacer el queso, siempre le tuve respeto a la brucelosis, por fortuna nadie de mis compañeros enfermó. Mi trabajo era variado y ocurría en santa paz, lo más excepcional era las cirugías de emergencia, ruminotomías (cirugía de rúmen), cesáreas en bovinos y porcinos, en general mis labores no implicaba acciones de grandes riesgos, claro, con las precauciones adecuadas en el manejo del ganado mayor, como los toros cebú de una tonelada de peso, aunque no me libré de una que otra coz, pisoteada o mordida. Nos encontrábamos en verano y el calor estaba en su apogeo, pasaba de medio día cuando solicitó de mis servicios Don Chuy, un señor amable y respetuoso de más de setenta años de edad, dueño del billar y el bar más grande del pueblo, también contaba con un pequeño hato de vacas lecheras. Al encontrarme frente a mi paciente, le pregunté a su dueño el motivo de la consulta, quedó en silencio por un momento e irrumpió en una espontánea carcajada, se contuvo y me dijo: "A esta vaca la noto pensativa" y volvió a reír con mesura y apenumbrado por su respuesta, para mí fue suficiente información, los veterinarios estamos acostumbrados a recibir menos datos que esto, esa palabra representaba; Postración, anorexia, apatía, decaimiento, enfermedad, el termómetro me dio una gran información, fiebre de cuarenta grados centígrados, palpé ganglios linfáticos inflamados, ubre rubefaciente (cálida y rojiza), pensé en mastitis. En seguida inyecté antibióticos, antipiréticos y desinflamatorios, hice una receta y le aseguré al dueño que su vaca estaría "Sonriendo" en unos días. Al salir de la casa me dijo, Doctor, está muy fuerte el calor, no gusta tomar un refresquito, era la manera muy particular de expresar su agradecimiento, lo pensé por un momento, realmente no era un refresquito, se refería a más de una espumosa y fría cerveza, pasaba de las tres de la tarde y era mi última consulta del día, así que acepté y nos encaminamos a su negocio que se encontraba a tiro de piedra. Al llegar, permanecí en el centro de la barra, había dos señores de la tercera edad también en la barra que se encontraban en mis extremos, a dos metros de distancia, uno a cada lado de mi, al darme la cerveza Don Chuy, en ese instante el señor que se encontraba a mi derecha sacó un arma y la dirigió al hombre de mi lado izquierdo, quedé petrificado en medio de los dos, le empezó a reclamar sin alzar la voz y sin aspavientos, el señor de la izquierda le negaba lo dicho, pensé en alejarme pero no quería amedrentar al hombre armado, en ese instante Don Chuy le habló por su nombre y muy ecuánime lo hizo entrar en razón, le pidió el arma ofreciendo devolverla al marcharse, este la entregó sin emitir alguna palabra, con gran pericia sacó el cargador y la guardó. Todo sucedió en segundos, empecé de nuevo a escuchar la música de la rockola que había dejado de oír por el susto, como si el tiempo se hubiera detenido un instante, el ambiente continuó normal como si no hubiera pasado nada. No alcancé a dar un sorbo a mi "refresco" cuando ya me encontraba en la oficina, peor que mi paciente que venía de consultar… Muy pensativo y con diarrea.

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