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La canción de la tierra

EDGAR SALINAS URIBE

Acabamos de pasar los festejos por el aniversario del Grito de Dolores con el cual celebramos el inicio del movimiento de Independencia y, por extensión de la tradición, la independencia misma de nuestro país. Aceptamos el legado que, en madrugada del 16 de septiembre, el cura del pueblo de Dolores arengó a los feligreses y con gritos que hoy serían políticamente correctos y otros no tanto, dio inicio con la movilización que una década después culminaría con el reconocimiento de la independencia de lo que ahora es conocido en el mundo como México.

En torno a la efeméride hay dudas, supuestos y conclusiones porque, en principio, no hubo registro escrito de lo gritado por el ex rector del Colegio de San Nicolás de Morelia, el padre Hidalgo. Hay varias versiones y en la suma de ellas, nos hemos dado un listado de vivas más o menos consistente en el tiempo, pero que ha admitido variantes según la época.

Para efectos prácticos, tenemos un ritual, un mito y una tradición de festejo y algarabía que ya nadie nos quita y que se renueva cada año en las plazas de todo el país, en las embajadas, consulados y casas de mexicanos en el extranjero.

Uno de los elementos del ritual que con especial emoción se entona ese día, es el Himno Nacional, dígase además que agregado con el paso del tiempo pues sus bellísimas notas y marciales letras fueron escritas tiempo después de la tan anhelada independencia. A propósito del Himno, unos amigos me platicaron que su hijo, de cuatro años, toca la trompeta y con un poco de atención y otro tanto de imaginación, es perfectamente audible la melodía del Himno, a quien el niño llama "la canción de la tierra".

Me pareció musical y poética la manera en cómo este niño tituló a la melodía que cuando esté en la primaria le dirán que no se llama "la canción de la tierra", sino Himno Nacional Mexicano. Le ofrecerán precisión; solo espero que no pierda en imaginación y poesía.

Al escuchar el nombre recordé "Das Lied von der Erde" (conocida como "La canción de la tierra" de Gustav Mahler; y también, de manera afectivamente automática, una de mis favoritas de cuanta música se ha escrito: "Mein Vaterland" (" Mi patria", entre la tropa) de Bedrich Smetana. Pero esto es desviarme del punto inicial.

Vuelvo a "la canción de la tierra" como uno de los ingredientes de mayor emoción para nuestros festejos. El otro me parece es muy rico en la interpretación y el llamado que implica y que además pinta estos días: el verde, blanco y rojo de nuestra bandera. Colores del Ejército de las Tres Garantías, el que al final del eco del Grito de Hidalgo consumó la Independencia.

Y fueron tres colores y no más porque luchaban por la independencia, la unión del país y la instauración de la religión católica. La última de esas luchas quedó del lado en la historia posterior a las Leyes de Reforma. Y la primera, en un mundo globalizado, necesariamente adquiere una connotación de mucho mayor relatividad de la que se suponía hace dos siglos.

Pero la central (porque ahora el blanco representa la unidad) vale mucho que no se deje como mera anécdota del significado de los colores. Estamos en un momento marcado por la división discursiva a tal grado que cualquier diferencia política se sobredimensiona y se lleva a planos de contraposición que no abona en la construcción de un andamiaje institucional más justo, democrático y libre. Por el contrario, predomina la diferencia que se plantea irreconciliable.

Una vez repuestos del jolgorio, el puente o fin de semana largo, los vivas y los ajuares de china poblana y mariachi, habría que inventar mecanismos de reencuentro nacional. Darle al blanco (de la bandera). Si como decía Lincoln las grandes naciones caen por lo que internamente les divide, las pequeñas y medianas no darán el estirón si se aferran a la separación interna. Pacificar en mucho más difícil que arengar a la pelea; conciliar lo es más que encontrar y difundir las diferencias.

Ojalá que el blanco de nuestra bandera fuera "la canción de la tierra": nuestro México.

@letrasalaire

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Escrito en: editorial Edgar Salinas Uribe

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