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La soga de Bonilla

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Sin querer, Martí Batres y Porfirio Muñoz Ledo mencionaron la soga que le viene a la medida a Jaime Bonilla.

La frustrada tentación reeleccionista del senador y el diputado a fin de prolongar su mandato al frente de su respectiva Cámara legislativa impacta la desmesurada ambición del gobernador electo de Baja California que, campante, intenta cometer un atraco político: echarse tres años extra de gobierno al bolsillo, pese a haber sido electo por dos. Tal fue la chuza provocada por Morena -quién lo dijera- que, a su pesar, el militante principal con licencia, Andrés Manuel López Obrador, tuvo que aplicarse a fondo y dar un manazo sobre la mesa.

Ahora, algún oculista y otorrino deberían ayudar a Jaime Bonilla, quien sufre de ese mal tan común en los soberbios: no ve ni escucha.

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Mal, muy mal parados quedaron importantes cuadros y dirigentes de Morena que, quién iba a decir, al provocar un zafarrancho con tufo de embriaguez por el poder, generaron una circunstancia absurda con múltiples efectos, igualando su compostura a la del resto de los partidos. Si lo suyo no es la venganza, al parecer, la revancha sí que lo es.

Esa constelación de personajes paralizó la actividad legislativa colocándola al borde de una crisis, distrajo el debate sobre el mensaje presidencial del domingo, tensó innecesariamente la relación con las fracciones parlamentarias opositoras, exhibió el problema de legislar sobre las rodillas y, al final, obligó al mandatario a tomar postura en un asunto donde, no es por presumir, ya no quería intervenir.

El sainete por fortuna en ese nivel quedó, pero expuso el mayor desafío de la fuerza en el gobierno. Sin el liderazgo de López Obrador, la dirección de Morena se mueve al ritmo de los intereses de éste o aquel grupo. Si los cuadros y la militancia que no han perdido el sentido de la razón de su agrupamiento no moderan y acotan a quienes comen ansias por hacer de él patrimonio en litigio de ambiciones grupales o personales, el movimiento tendrá por sólo impulso el de la inercia y terminará por repetir la historia de las organizaciones a las que el aroma del poder las marea, embriaga y, luego, las desmadeja.

Mal salen del lance Yeidckol Polevnsky, Mario Delgado y Ricardo Monreal, así como los legisladores ya mencionados. No asombra que la oposición parlamentaria y partidista le ponga piedras al proyecto del Ejecutivo, sí que lo hagan quienes deberían allanarle el camino.

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Qué bueno que Andrés Manuel López Obrador salió a fijar postura y jalar las riendas.

El argumento presidencial de ya no intervenir en asuntos relacionados con Morena podía justificarse -no necesariamente entenderse- en la idea de guardar distancia, pero también suponía evadir dos cuestiones importantes: una, reconocer un hecho incontrovertible: sin el andamiaje institucional necesario y sin una dirección atinada, el liderazgo lopezobradorista es clave en esa organización; y, la otra, escapar a fijar postura frente a asuntos directamente relacionados con la democracia no hablaba bien de quien, más allá de la posición y el cargo que ahora ocupa, se hacía de la vista gorda frente al abuso político.

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Qué bueno que Porfirio Muñoz Ledo rectificó. Confundió la posición con la postura, pero corrigió. Se reivindicó a sí mismo.

Dos frases pronunciadas adrede y sin querer por el legislador pusieron de relieve la grandeza y la pequeñez que cohabitan en los protagonistas políticos del momento. Resumen lo sublime y lo grotesco. "Se puede tener el poder y no pasar a la historia; y pasar a la historia sin tener el poder". Cierto. "Chinguen a su madre, qué manera de legislar". Cierto también.

Lo lamentable es que, ahora, siendo necesario reformar la Ley Orgánica del Congreso de la Unión y muchas otras, será difícil llevarlo a cabo, por haberlo pretendido hacer sobre las rodillas. La miopía de legislar al ritmo de la coyuntura en curso, con dedicatoria personal, al gusto del capricho transitorio, en atención al interés a satisfacer, a fin de eliminar requisitos imposibles de cumplir o queriendo transformar la realidad a punta de enmiendas inútiles, ha hecho de las leyes un mazacote.

Pese a los neoconservadores que no quieren moverle una coma al marco jurídico del régimen político y electoral, jurando que es divino, es evidente que requiere de un replanteamiento profundo. México es un país de leyes sin apego a derecho.

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Con eso de que no hay mal que por bien no venga, ahora el gobernador electo de Baja California tiene un problema: ver, escuchar y entender lo ocurrido y dicho estos días. Domar su ambición y evitar ponerse la soga al cuello, arrastrando con él a su amigo, el presidente de la República, y a Morena.

Insistir en prorrogar su mandato más allá del límite establecido por la ley es un golpe a la democracia, un atraco político que Morena debería ser el primero en censurar e impedir. Así Bonilla diga que registró su candidatura a la gubernatura por cinco y no por dos años, es evidente el afán de cometer una trapacería. Aun con el plomero Amador Rodríguez Lozano, que pretende emplear como secretario de Gobierno, no puede prorrogar su mandato. Hacerlo es, simple y llanamente, un acto de corrupción política, el saqueo de la democracia.

La sola duda es si rectificará por sí mismo o si será menester obligarlo. Bonilla puede tirar de la soga o zafarse de ella.

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Dirigentes, cuadros y militantes de Morena están ante una disyuntiva: acompañar y amparar a la administración que encumbraron, transformarla en gobierno e impulsar su proyecto, o bien, abandonarla a su suerte y sumarse al resto de los partidos. Igualarse con ellos en vez de marcar que, en efecto, son distintos.

Hay gente de valía en ese movimiento, ojalá reaccione bien y cuanto antes.

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