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El mundo de cabeza…

GABRIEL GUERRA CASTELLANOS

Es comprensible y natural, queridos lectores, que nos concentremos siempre y con gran intensidad en lo que sucede en nuestro país, nuestro estado, ciudad o comunidad. No sólo es nuestro entorno inmediato, sino que están ahí además nuestros intereses directos, nuestra agenda, por así llamarle.

Sin embargo, de repente conviene echar una mirada a lo que acontece en el resto del mundo para tener un poco más de contexto, de puntos de referencia o comparación. No se trata ni de lejos de aplicar aquella frase del "mal de muchos...", pero sí de ver que lo que en casa nos parece escandaloso o novedad en otras partes es cosa común y corriente, o por el contrario, que estamos atrasados en comparación con otras naciones o sociedades, o incluso nadando a contracorriente.

Les cuento esto porque me parece que a veces estamos demasiado inmersos, obsesos incluso, con lo que está pasando en México. La confrontación de ideas, por llamarlas de algún modo, nos está llevando a niveles inéditos de bajeza discursiva, de descalificación, de retórica ofensiva no sólo a las personas, sino a nuestra inteligencia. Sé que lo he señalado en otras ocasiones, pero no deja de sorprenderme (y me entristece) ver cómo personas a las que considero inteligentes y sensatas se pueden dejar llevar por el maniqueísmo que hoy caracteriza el debate de la cosa pública en México.

Un poco para escapar de eso, y otro poco porque siempre he estado convencido de la importancia de lo internacional, quiero hoy tentarlos a que nos dejemos de ver el ombligo por un momento para fijarnos en nuestro alrededor.

El caso estadounidense podría ser de risa o de pena ajena si no se tratara de nuestro vecino que es, además, la nación más poderosa del mundo. Donald Trump ha decidido levantarse de la mesa, con todo y mantel y vajilla, para cambiar las reglas del juego no solo del comercio internacional, sino de las instituciones que han medio ordenado y guiado al mundo después de la Segunda Guerra Mundial.

Con gran desparpajo se retira, o mejor dicho retira a su país, lo mismo de consensos alcanzados con dificultad en materia de protección al medio ambiente, a la contención del riesgo de una conflagración nuclear, de acuerdos comerciales multinacionales, y de las tradicionales alianzas y rivalidades que norman (o normaban, mejor dicho) las políticas y conductas de EUA.

Con más preocupación que esperanza, el mundo ha tratado de sobrellevar cada uno de los episodios trumpianos como quien espera a que pase la tormenta, solo para ver que la llovizna se vuelve aguacero y después granizada. Hoy habría motivos para pensar que estamos ante el diluvio.

Olvide usted los riesgos de negociar con un dictador inestable como el de Corea del Norte, amable lector. Deje a un lado la inquietud que le cause el rompimiento del acuerdo nuclear con Irán. No ponga atención a las implicaciones del reinicio de una carrera armamentista nuclear con Rusia. De las fricciones con la OTAN, la Unión Europea, México y Canadá ni hablemos, pues todo eso es peccata minuta.

Pero la guerra comercial que Trump ha declarado a China, que le quite el sueño. Las primeras repercusiones ya se hicieron sentir, pero fueron como las primeras gotas de agua que golpean el parabrisas, apenas un aviso de lo que viene.

Hasta ahora, Donald Trump se había salido con la suya a fuerza de su tozudez, sus feas maneras y la prudencia de sus contrapartes. En el caso de China se ha topado con la horma de su zapato: por su tamaño absoluto, por la manera en que se ha colocado en la mayoría de los segmentos económicos y mercados mundiales, por ser el principal tenedor de bonos (es decir de deuda) del gobierno estadounidense, por lo que significa para las cadenas de producción y suministro para el resto del mundo industrializado.

La diferencia es que los chinos apuestan al largo plazo y no están sujetos a los controles y contrapesos de las democracias modernas. Trump está enojado y tiene muchas herramientas a la mano, pero tiene que lograr su reelección en 2020. En cambio los chinos están pensando ya en los siguientes cincuenta o cien años. Usted dirá quién lleva las de ganar. Porque las de perder las llevamos todos.

Twitter: @gabrielguerrac

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