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PEQUEÑAS ESPECIES

UN GRAN REENCUENTRO

M.V.Z. FRANCISCO NÚÑEZ GONZÁLEZ

Recordaba aquel año de 1971 cuando asistí al primer entrenamiento de prueba para ingresar al equipo de futbol americano, "Apaches Dorados", de mi Preparatoria Venustiano Carranza. Fuimos más de cien participantes, temía no pasar las pruebas de ingreso, no tenía ni la más remota idea del enorme tesoro que me deparaba el destino que encausaría mi vida a partir de ese día. Eran mis pensamientos después de 48 años cuando me encontraba en la reunión de ex jugadores del equipo de mis amores de futbol americano, "Apaches Dorados", conmemorando el campeonato de 1974. A la mayoría de mis amigos no los veía desde hace 46 años, nos mirábamos y dudábamos, y al preguntar con una sonrisa: ¿Quién soy?, y luego reconocernos, nos abrazábamos y decíamos: "Estas igualito", con el pelo cano si es que lo había, los anteojos, la dentadura con la agradable sonrisa y hasta el bastón, pero sobre todo la alegría, los abrazos y la gran amistad que siempre nos caracterizó, se encontraban ausentes aquellos cuerpos atléticos, barnizados por el sol del entrenamiento diario de medio día, recuerdo que eran extenuantes, de mucha garra, velocidad y perfección. El "Yo no puedo" no existía en el vocabulario del enérgico entrenador, Leonel Chaúl, un gran amigo, que también se encontraba presente en la reunión. Independientemente de comprometernos a dar el cien por ciento como jugadores, nos hacía firmar una carta compromiso de ser buenos estudiantes y mejores hijos, cualquier queja de la familia o asignatura reprobada, estábamos fuera del equipo y gracias a nuestro entrenador, resultamos ser campeones, buenos profesionistas, excelentes padres y mejores abuelos. Contaba con 15 años de edad cuando inicié en el equipo como la mayoría de los jugadores, había algunos compañeros que cumplían los 20 años y cursaban la universidad, así como me encontré jugadores contrarios, de mayor edad, peso, estatura y marrulleros, recuerdo a uno de ellos que se jactaba de su golpe de antebrazo sobre mi casco, cubría su brazo con una venda ocultando una suela de zapato neolite, era guarda ofensivo y yo jugaba de tackle defensivo, su función era desplazarme para que su corredor pasara por mi lugar, pero su única estrategia era utilizar el antebrazo, y efectivamente, lo sentía sobre mi barra del casco en cada jugada, pero "Nunca me rajé" y jamás pasó por mi hueco corredor alguno, fue otra de las enseñanzas de nuestro entrenador, a parte del "Yo no puedo", jugar siempre limpio y evitar lesionar al contrario. Fue el precio de mi novatez, aunque agradecí esas lecciones que me sirvieron para después ser un jugador de mayor experiencia durante más de cinco años que jugué con el otro equipo de mis amores en la Universidad de Durango, "Toros de Veterinaria". Al terminar el bachillerato, mi objetivo era estudiar veterinaria y no había escuela en la región, así que me trasladé a la ciudad de Durango en 1973, y esa fue la razón por la que no fui campeón con Apaches en 1974, pero Dios me concedió serlo en 1976, cuando ganamos el campeonato regional en Durango con "Toros de Veterinaria". Tuve la fortuna de tener grandes compañeros con quien hice mejores amigos durante la preparatoria, de convivir a diario en clases y en los entrenamientos. Desafortunadamente, dejé enfriar esa amistad durante 46 años, hasta el día de nuestra reunión que me encontraba platicando y degustando una espumosa y fría cerveza, cuando sentí un beso en la mejilla, al voltear para ver a mi arrojado admirador, lo supuse porque damas no había en la reunión, y recibí uno más en la otra, al ver de frente al osado, me dio mucho gusto volver a abrazar a mi gran amigo de clases, de equipo y de juerga, que había viajado de Cd. Juárez ex profeso a la reunión. Ni cómo agradecer al Señor los grandes amigos que llegaron a mi vida, que con el tiempo adquieren mayor valor como los buenos libros. Quienes estuvieron ausentes fueron nuestros queridos amigos que se adelantaron: Isaías, David, Raimundo, Jaime, Gerardo Ch., Carlos, Gerardo, Agustín y Alfredo. Conformamos el equipo varias parejas de hermanos, todos excelentes jugadores: Los Magadán, Chaúl, De la Rosa, Castillo, Romero, Núñez, Perches. Y por ende, había algo especial en el equipo, donde sobresalía la unión y la gran amistad que existía entre nosotros, que nos veíamos todos como hermanos, sentimientos que perduran hasta la fecha. Estábamos jóvenes y no había muchas novias aún, y nuestras madres, que en Gloria estén, eran las que asistían a los juegos, el amor a sus hijos no tenía límite, sin importar el qué dirán y lo demostraban a cualquier edad del hijo y en el lugar que fuese. Durante un juego, nuestro querido amigo Carlos Trasfí quedó lesionado a mitad del campo, se detiene el juego, el médico y el entrenador examinan al jugador sin permitirle levantarse, es un protocolo de uno a dos minutos para evaluar la salud del lesionado y confirmar si continua jugando, cuando en eso llega corriendo la mamá de nuestro amigo, angustiada haciendo a un lado a todo mundo para poder ver a su hijo tendido en el césped. Él contaba esta anécdota después de años, "Nunca había sentido tanta pena como cuando mi mamá se metió al campo de juego en el estadio delante de todos los espectadores", afortunadamente no tenía lesión alguna, pero como padre lo comprendo ahora. Mi estimado Carlos debe de estar sonriendo en el cielo al compartir esta bonita anécdota de amor de su querida madre. Había una mamá muy entusiasta que nunca se perdía un juego de sus tres hijos que integraron el equipo, la Señora de la Rosa, nos encontrábamos jugando cuando escuchamos el mariachi en las gradas del Estadio Revolución. Le decía Marcial de la Rosa a su hermano Mundo con cierto pundonor: "Carnal, ya llegó la Jefa". Mi madre se encontraba en el juego junto con la Sra. de la Rosa, el juego era ríspido y de mucho golpeo, se retorcía los dedos y algo decía entre dientes: pues que tanto dice Sra. Núñez, le preguntaba la Sra. de la Rosa. Muy angustiada le contesta: estoy rezando... ¡No rece Señora! "Miénteles la madre a sus hijos", no ve que vamos perdiendo.

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