Durante el verano suele llenarse la cartelera de películas dirigidas al público infantil. De hecho, pocas películas saturan la oferta de salas. Y la gran mayoría están dirigidas a la más estruendosa de las audiencias. En esta ocasión, una de las esperadas y, desde luego taquilleras, ha sido Toy Story 4.
La cuarta versión de la exitosa producción de Pixar Disney ha tenido un nuevo protagonista para acompañar a Woody. Se trata de Forky, un juguete hecho por su propia dueña, Bonnie, una niña que con su tenedor favorito y unos limpiapipas rojos creó al nuevo juguete de la familia y que se ha convertido en furor entre niños. Hasta donde me he percatado se ha convertido en la manualidad favorita de este verano.
Precisamente por su origen, de aparentes desechos, Forky se concibe a sí mismo como "basura". Reiteradamente en el planteamiento de la película se define de ese modo. No obstante los esfuerzos de su familia de juguetes por hacerle sentir como juguete, Forky se obstina en señalarse a sí mismo como "basura".
Pero precisamente la revelación de sus posibilidades harán ver a Forky que su destino no se encuentra en aquellas cosas que le dieron origen, sino en el propósito de su condición. La felicidad de Bonnie, su niña, es la orientación que da sentido a su ser. Pese a que él se reitere a sí mismo como "basura".
Al final no solo se hace parte de la familia, sino que hace de su propósito su referencia principal. Y todo esto que aparece en una historia para niños, pero los adultos que han visto las cuatro entregas seguramente también lo pueden comprender en relación con el propósito de cada persona en su entorno.
Quiero referirme en esta entrega al propósito que nos creamos en lo individual, pero en relación con la colectividad, con la sociedad. Seguramente nadie, a diferencia de Forky, se regodea autodefiniéndose como "basura", y menos aún insistirá en ello pese a que familiares y amistades hagan por decirle que no es así y que pertenece como igual a un grupo, a una familia y a una comunidad.
Pero, aunque nadie procure referirse a sí mismo de un modo tan peyorativo, las circunstancias sociales y de oportunidades pueden ser condicionantes negativas en la percepción que se tenga de uno o del colectivo que se integra. Probablemente pueda parecer un exceso pensar que alguien, aunque no lo diga abiertamente, actúe socialmente a partir de una percepción de "no valer" o "no contar" para lo que "sí vale" socialmente. Pero esta suposición no está alejada de la realidad. Basta conocer las intenciones que sobre su futuro se plantean miles de adolescentes en la periferia socioeconómica.
Sin embargo, esa práctica no sería exclusiva de tales periferias, sino incluso entre quienes poseen escolaridades de más de quince años. Vaya unas preguntas para ejemplificar: Forky se presenta a sí mismo como "basura", pues bien, desde una perspectiva de ciudadanía, ¿hay quien se percibe como solo votante?, ¿o como que su voto no vale nada? ¿Habrá quien se perciba como contribuyente? ¿Habrá quien se asuma como integrante de una comunidad y, por tanto, responsable en y con ella? ¿Habrá "ciudadanos Forky"?
La semana pasada falleció, a los noventa años, Agnes Heller, mientras nadaba (según una fuente de su país). Entre otras ideas clarificadoras del comportamiento individual en una sociedad, esta extraordinaria pensadora había colocado a "la vida cotidiana" como el centro del acontecer histórico y de una sociedad. Y la vida cotidiana la señalaba como las actividades de los individuos creadoras de la posibilidad de reproducción social. Es decir, sin vida cotidiana, la particularidad de los individuos, no hay posibilidad de sociedad.
Pues bien, la vida cotidiana está plagada de actitudes a lo Forky; la reproducción individual de esas actitudes concibe la posibilidad generalizada de una sociedad que, sin decirlo, pero sí actuando, no es otra cosa que una metáfora equivalente a la que usaba Forky para definirse a sí mismo.
Ofrecerle un camino al propósito de cada persona en tanto integrante de una sociedad implica romper esquemas de enajenación cuyas consecuencias sociales son, como ejemplo, la pasividad, la intolerancia, el racismo, la indiferencia, etcétera.