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VERANO DE COPAS

EDUARDO SEPÚLVEDA

Había esperado mucho el momento de poder disfrutar los torneos de selecciones nacionales que se celebran durante el verano sin tener que estar en la oficina a la hora de los partidos; pasar de ser un simple aficionado al futbol a reportero o editor de deportes puede ser una trampa peligrosa.

Y es que todos esos momentos de ocio, en los que me revolcaba en la cama todo el domingo con la única preocupación de comer, ir al baño y cambiarle de canal a la tele, redituaron (años después) en el trabajo soñado. Mi madre nunca hubiera imaginado que aquel joven holgazán terminaría al frente de una sección en el diario más importante de la región.

De pronto, y casi sin saber cómo, me encontraba pensando en un título (“cabeza”) para la nota principal de la sección de deportes. Con la posibilidad de entrar gratis al estadio, pero con la imposibilidad no poder asistir por estar dentro de la redacción haciendo la parte creativa… y de edición, claro.

Cada partido, un reto nuevo. Cada resultado, cada derrota o triunfo, una posibilidad más.

Durante esas jornadas, sobre todo cuando llegaba el verano, añoraba estar un día de vacaciones frente al Pacífico con una televisión al fondo y el rectángulo verde dentro de ella. Recordaba como en el 93, la final entre México y Argentina, en la primera participación del Tricolor en el torneo de selecciones más añejo del mundo, la viví al lado de mi familia en un restaurante a miles de kilómetros de la tierra que me vio nacer.

Años después, vería así otros tantos torneos; esas copas tienen pues un toque a “vacaciones”.

Esos días terminaron cuando acepté hacerme cargo de Meta; a fin de cuentas, cumpliría el sueño de ver mi nombre en la parte alta de la portada de la sección, justo a un lado de donde dice: “Editor”.

Este año, por fin regresé al palco del aficionado, el que puede despotricar sin detenerse por una ética profesional. El que no va dirigido a lectores, el que ve el partido en bermudas y con cerveza sobre la barrita cercana. Y cacahuates.

Pero algo pasó. El joven que disfrutaba tanto esas jornadas de futbol de verano se ha ido. Este año, con la posibilidad de seguir Copa América y Copa Oro de manera simultánea, puedo decir que no me interesó en lo absoluto. Vi algunas partes de partidos pero la gran mayoría me los perdí. En la primera ronda, me justifiqué con un “no despliegan todavía su mejor futbol”, pero avanzaron los torneos y mi desinterés permanecía.

De vez en vez, eché un clavado a Twitter y por marcadores, videos y repeticiones, constaté que no me perdí de gran cosa. En tele, seguí la gran exhibición de Perú sobre Chile y la final entre México y Estados Unidos. Y ya.

Lo extraño es que hoy no extraño a esas copas de verano. O soy yo, o el futbol asociación de este continente se ha vuelto gris, repetitivo, predecible que hasta los mismos mexicanos “consagrados” le dicen no a su selección. Ojo, esto no me pasa en los Mundiales o Eurocopas; ahí me duele cuando me pierdo un encuentro, así sea Zimbabue contra Guatemala o Bosnia ante las Islas Feroe.

¿Qué no sería mejor unificar los dos torneos de América, para no tener que invitar a Catar o Japón, y que se busque un mejor nivel de competencia? Digo, a mí Argentina no me decepcionó esta vez; primero porque ni lo vi y segundo porque no esperaba nada. Ya mejor que empiece la Liga MX, que sea lo que sea, ahí nos tiene a todos entretenidos por lo menos para “malacopear”. Saludos desde el pacífico último cuarto de mi casa… y síganme los buenos: @Foko_54.

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