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Rapidez, lentitud... y tropiezos

SOBREAVISO

RENÉ DELGADO

Cuanto más define su propósito el presidente Andrés Manuel López Obrador, más confunde su rol la oposición... y, entre la rapidez y la lentitud del uno y la otra, el denominador común son los tropiezos.

Falto de timidez para hablar, el mandatario no deja de repetir y reiterar que lo suyo no fue un cambio de gobierno, sino un gobierno de cambio y, en su discurso del lunes -más allá del listado de los cien compromisos adquiridos, de los cuales supuestamente ha cumplido setenta y ocho, trastocando empeño en resultado-, hizo varias definiciones sobre los fines que pretende y los medios que utiliza.

Aun cuando esas definiciones fueron referidas en el comentario de "Despierta. Con Loret", vale recuperarlas. Son las siguientes:

Su movimiento no limita su propósito a un cambio de gobierno, sino a superar "el régimen corrupto y despiadado". Su gobierno no es más de lo mismo. La política es, entre otras cosas, pensamiento y acción. Al concluir el año terminará de "arrancar de raíz el régimen corrupto y quedarán construidas las bases para la transformación política". Su activismo -"loca pasión"- tiene fundamento racional. Es menester trabajar de prisa y con profundidad para evitar que, de regresar "el conservadurismo faccioso y corrupto", eche atrás lo logrado. El proceso iniciado no tiene retorno, y tampoco lo caracterizan titubeos ni medias tintas. Una cosa es evitar la confrontación y garantizar las libertades, otra muy distinta la indefinición. En cuanto a honestidad, justicia y democracia, él y sus seguidores son radicales, no moderados. Los moderados son conservadores más despiertos.

Se puede coincidir o no con esas definiciones, pero no argüir falta de certeza de cuanto pretende. Se puede dudar de la capacidad para desarmar el viejo régimen y armar el nuevo, pero no del afán de ensayarlo. Se puede cuestionar si no hay más acción que pensamiento, pero no desconocer que López Obrador sí va a ejercer el poder, no el no poder.

Frente a la evidencia del objetivo presidencial, la oposición partidaria se confunde de más en más y, curiosamente, resiste no el fin, sino el modo. Se interesa por las molduras del carro sexenal, no por el motor, la suspensión ni la carrocería.

Parodiando el señalamiento del periodista español José Luis Cebrián, si el presidente López Obrador es un encantador de serpientes, la serpiente es la oposición. Lamentable su actuación.

Litiga sin éxito cuántos años debe aguardar un ex servidor público antes de integrarse al servicio privado, no la medida en sí. Litiga y gana, qué gran logro, cambiarle el nombre a una nueva institución sin reparar en el sentido de ella. Festeja la puntada del senador priista Mario Zamora Gastélum, de querer tomar unas cervecitas en horas laborales, como franco cuestionamiento a la absurda Ley de Austeridad Republicana...

Por si ello no bastara, la oposición hace fiesta de su funeral. El partido tricolor celebra la simulada elección de su próximo dirigente, Alejandro Moreno, quien -con ánimo de congraciarse- se tira por adelantado a los brazos de López Obrador. El partido albiazul hace coro de lamento, callando e ignorando la más absoluta falta de dirección y cohesión. Y el partido del sol azteca abre un frente para incorporar cuadros, y al primero que recibe es al descuadrado Gabriel Quadri.

Ante la urgencia de salir de la política de salón, pasillo y tribuna, la oposición incrementa la producción de boletines y declaraciones. Salir a la calle e intentar retomar contacto con la ciudadanía en la acción, ni por asomo. La calle hoy es muy insegura, sólo a López Obrador se le ocurre andar en ella.

Dice el jefe de los senadores de Morena, Ricardo Monreal, que "hay mucho Presidente". No, hay Presidente de más y oposición de menos.

Y qué decir de los ex presidentes de la República. Enrique Peña Nieto baila y baila después de haberse bailado al país, rogando a su amigo, el prófugo ex director de Pemex, Emilio Lozoya, no llevárselo al baile. Felipe Calderón vive un momento de gloria con el espacio que, sin querer, le abre Alfonso Durazo y aprovecha la oportunidad porque, tras destruir a Acción Nacional, nomás no logra construir el nuevo partido matrimonial. Y Vicente Fox no duda en demostrar que un sexenio no basta para hacer el ridículo.

Hoy, el vínculo entre la posición y la oposición son los tropiezos y, además, el contraste en la rapidez y la lentitud de su respectiva actuación.

El Ejecutivo entiende el valor de la velocidad en un cambio de régimen tanto porque sabe de la breve oportunidad que le ofrece su propia condición política, como la fortaleza de su movimiento en el Legislativo, la debilidad opositora... y el límite impuesto por la duración de un sexenio y la vida misma.

No en vano subraya la importancia de actuar con prisa y profundidad, pero la falta de equilibrio entre una y otra le ha provocado tropiezos en acciones cuyo resultado aún no está acreditado con suficiencia.

Si, a la postre, el desabasto de gasolina y medicinas, la baja en la calificación crediticia y la expectativa de crecimiento, el retraso en la elaboración y entrega de los libros de texto y el motín de un grupo no despreciable de la Policía Federal a la Guardia Nacional se traducen en freno al robo de combustible, a la voracidad de los proveedores sobre los recursos públicos, a la caída de la producción petrolera, al despilfarro del gasto, al crecimiento sin bienestar social, al deterioro de la educación y al imperio del crimen, la rapidez y rispidez de su acción quedarán coronadas con el título que el mandatario ya antepuso a su gestión: la cuarta transformación.

De no ser así, la rapidez del Ejecutivo y la lentitud opositora tendrán una grave, muy grave responsabilidad.

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