¿Qué enseña la historia a los ilusos?¿Qué enseña la historia a los ilusos?
No basta con la buena voluntad para que los males se corrijan de la noche a la mañana. Hay cosas que nunca se harán por decreto. Por más que lo quiera nuestro señor presidente, no vamos a dejar de ser lo que siempre hemos sido sólo porque él lo dice. Si no hay una verdadera voluntad de reeducar al pueblo mexicano, y ya vimos que no la hay con lo que le pasó a la reforma educativa, nunca cambiaremos nuestras costumbres. Somos corruptos. Este es el motivo que echa a perder las buenas intenciones de nuestros gobernantes.
Cito a Fernando Benítez, en su libro Lázaro Cárdenas y la Revolución Mexicana: "Ocho años después de la repartición, mientras el auto que llevaba a Ergon Erwin Kish por la nueva carretera entre los campos verdes matizados de amarillo y violetas purpúreos, el famoso periodista checo, escapados de los nazis recordaba los titulares europeos de 1936: 'Robo de tierras ordenado por el gobierno', '¿Triunfa el bolchevismo en México?', y naturalmente recordaba también lo que le habían dicho los economistas, los políticos y los funcionarios de la capital antes de emprender el viaje: 'El reparto, según lo verá usted con sus propios ojos, ha fracasado lamentablemente'. Los antiguos jornaleros sólo han conseguido perder sus salarios fijos y seguros para convertirse en esclavos financieros de los bancos y hundirse en la miseria. Los nuevos poseedores de la tierra suplican de rodillas a sus antiguos dueños que se hagan cargo nuevamente de las fincas y vuela tomarlos a su servicio como peones, pero los latifundistas se resisten a hacerlo, esperando que el gobierno les restituya la tierra en bloque".
En la plática, los ejidatarios parecieran confirmar las alarmistas predicciones y aún excederlas.
- ¿Qué tal se vive por aquí? - preguntó Kisch.
- Como quiere usted que se viva. Bastante mal.
- ¿Mal? ¿Por qué? Los campos están hermosos y el algodón tiene ahora un buen precio en el mercado.
- Si, pero los beneficios no llegan a nosotros. No sacamos más que pero y medio al día.
- Pero tengo entendido que eso no es más un anticipo. ¿No se reparten los beneficios al venderse las cosechas?
- Así debería de ser, pero en la práctica nunca hay nada que repartir.
- ¿Cómo es eso?
- Porque tenemos que saldar todavía las deudas que venimos arrastrando del primer año, en que apenas recogimos nada. Y también tenemos que pagar el Banco Ejidal, para que éste pague a los latifundistas.
Kisch se resistía a creer que el reparto hubiera convertido a los campesinos en siervos de los bancos, pues parecían más bien obreros industriales de Europa y no guardaban ninguna semejanza con los indios de mejillas hundidas y cubiertos de harapos que él había encontrado en otras partes de México.
- Ayer visité el hospital que tienen ustedes en Torreón.
- Si - intervino un muchacho - el hospital es muy hermoso. Pero, aunque uno esté malo, no es tan fácil ir a meterse en él.
-¿Cómo? ¿No admiten a todos los enfermos de estos ejidos?
- Y si todos nos vamos al hospital, ¿quién se encarga de sacar adelante los trabajos?
- ¿Y las escuelas, las nuevas escuelas?
- Estarían muy bien si los niños no tuviesen que ayudarnos en las faenas, sobre todo en la época de la recolección. No pueden trabajar e ir a la escuela al mismo tiempo.
El último sentimiento optimista de Kish se desmoronó. Había perdido la batalla y exclamó:
- Entonces, ¿vivían ustedes mejor antes?
(Más adelante del artículo concluye)
- Pero hemos hablado con más de cien ejidatarios y todos ellos nos han asegurado que viven incomparablemente mejor que antes - arguyó Kisch.
- Si - le respondieron - los tienen bien amaestrados. No cuentan a quien va a verlos más de lo que les conviene a los sindicatos. ¡Pobre aquel que diga la verdad! ¿Y usted, señor, ha sido tan cándido que los ha creído?
Tenía un tío americano que decía: "Así semos, mijo". Sin una buena educación, esto no cambia.