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Roma y cómo 'en mi país no hay romas'

Asuntos corporativos

EDGAR SALINAS

Aún antes de ganar alguno de sus múltiples premios; aún antes de sus muchas nominaciones en los Oscar; aún antes de ganar los tres que ganó; aún antes de convertirse en la primera película mexicana en ganar el de " Mejor película en lengua extranjera" (extranjero es todo lo que no sea en inglés, curioso, por no decir arcaico); aún antes de que la casa donde se filmó fuera sitio de visita turística; aún antes del hashtag #vivamexicocuarones; aún antes de todo eso, Roma ya despertaba polémica y, para muchos como yo, también era una bella, plástica y entrañable película.

Hubo quien publicó que no se entendería si quien la viera no era chilango y hubo quien, sin ser chilango, ni mexicano, supo apreciarla y así fue como internacionalmente la consideraron para ser reconocida, premiada y enlistada entre las películas que merecen ser vistas más de una vez.

Hace poco tuve la oportunidad de recibir a un grupo de facilitadores de inversiones oriundos de uno de los países más desarrollados económica y tecnológicamente del planeta. Entre otras cosas hablamos de aspectos culturales de nuestras respectivas naciones y allí fue que ocurrió lo que ahora narraré.

Era la sobremesa y entre el café y algún pastelillo, mientras la conversación era sobre la decisión de los más jóvenes en su país de no tener hijos, una persona del grupo me dijo en tono de explicación a ese fenómeno: "en mi país no hay romas". No entendí de botepronto a qué se refería, hasta que ella insistió y dijo: "sí, romas, como la película".

Además del gusto de saber que Roma era una película vista ya en un lugar no imaginado, me llamó la atención el que esta persona hiciera del nombre de la película el propio de su protagonista, Cleo (Yalitza Aparicio). Roma ya no como la colonia donde vivió el director, Alfonso Cuarón, ni una de las de moda en la ciudad de México, sino como el calificativo para nombrar a las personas del servicio doméstico… "las romas".

"En mi país no hay romas", fue la explicación económica a por qué no tener hijos. Le pedí que abundara y señaló que contratar a una persona para ese trabajo implicaría trabajar para ambos en la pareja, pues es muy costoso ese servicio allá. Quizá iba a ser más costoso que el ingreso obtenido por el segundo empleo.

Duro escuchar esas palabras de una persona de otra nación. Duro enfrentarse a esa realidad que la narrativa de Roma ha hecho visible mejor que cualquier otro intento. Duro enfrentarse a ese espejo. Tan duro que alguna parte de la polémica en torno a Roma fue precisamente la condición de Yalitza Aparicio en tanto "no actriz" o, en el colmo, su condición indígena referida en el más peyorativo de los sentidos, pero no las circunstancias sociales que mostró con su personaje o las de su origen.

Como es de suponer en un país que de pronto una vez y otra también se niega a entender los errores sociales cometidos, el debate y la polémica no la han suscitado las situaciones en la que trabajan miles de mujeres que, a diferencia de lo que ocurre en el país de aquellos interlocutores míos, acá sí se pueden contratar una o más porque no son caras. Y tratarlas con decencia y respetando su dignidad se considera una prestación y a la vez un lujo encontrar para ellas.

Mucho del ambiente social polarizado por el que atravesamos lleva años de cultivo. La indiferencia, la normalización de situaciones cuya longevidad histórica pareciera ser la justificación de su permanencia y no la incapacidad y falta de voluntad para enfrentarlo y cambiarlo. El enojo que pudiera causar la pretensión de que ahora se busquen hacer de otro modo las cosas, merece ser moderado ante la inactividad para generar condiciones donde la inclusión y equidad formaran parte central de los objetivos comunes.

De la noche de los premios Oscar será inolvidable esa fotografía de dos mexicanos posesionados, triunfadores, del máximo escenario de la industria mundial del cine: Cuarón y Del Toro caminando abrazados. Unos segundos antes, el ganador de la noche a mejor director había recordado cómo su película hacía visible la realidad de 70 millones de "romas" en todo el mundo. En el país de mi visita no hay, y si las hay no laboran en las condiciones fotografiadas en Roma. Me alegra mucho que otra vez Cuarón haga que, aún sin ser chilangos, ni mexicanos, miles hayan vibrado con su película, pues, como dijo Julia Roberts esa noche, con esas narrativas "son cintas que nos conectan".

Conectar quizá se el verbo que como reto tenemos en México. Conectar con nuestro pasado y con sus pendientes ancestrales, para que el futuro se construya sobre bases de una sensibilidad diferente y no sobre la indiferencia ni el resentimiento sociales.

Twitter: @letrasalaire

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