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Venezuela en el nuevo (des)orden mundial

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

La crisis sociopolítica de Venezuela no sólo ha evidenciado la fractura real que vive la sociedad de ese país, sino también la nueva división que impera en el mundo dentro de un proceso gradual de descomposición del antiguo orden globalista. Pero no es el primer y único ejemplo. Siria demostró que el mundo ya no es el que era cuando cayó el muro del Berlín hace 30 años, a costa de la sangre y desgarramiento de un país que tras siete años de cruenta guerra civil a penas está tratando de recuperarse bajo la mirada e injerencia de potencias regionales y mundiales.

La realidad es más cruda y profunda que las posturas y los pretextos. Pensar que Estados Unidos y Brasil actúan en Venezuela a favor de Juan Guaidó porque les interesa defender la democracia y los derechos de los ciudadanos de ese país es tan obtuso como creer que Rusia y China apoyan a Nicolás Maduro por un compromiso con la soberanía de las naciones. Las potencias, como la mayoría de las naciones que se posicionan a su lado, se mueven más por sus propios intereses geopolíticos que por valores como los Derechos Humanos y la democracia. Petróleo, oro y mercados son factores reales de más peso en esta historia, que abarca también la rivalidad comercial y tecnológica entre la potencia estadounidense y el gigante asiático.

En contra de la postura actual de Washington de defensa de los pueblos oprimidos opera el apoyo económico y militar que durante años ha brindado a la monarquía absoluta de Arabia Saudita, apoyo que le ha servido al régimen de Riad para destruir a su vecino Yemen. De la misma forma, la injerencia de Moscú en Ucrania contradice el discurso del Kremlin sobre el respeto a la soberanía de los países. Lejos de la hipocresía diplomática de las potencias, para entender lo que pasa hoy en el contexto internacional sobre Venezuela es menester reconocer que estamos frente a una nueva fase de la lucha geopolítica.

Esto no quiere decir que el anhelo de un sector importante del pueblo venezolano por acabar con el gobierno de Nicolás Maduro sea una farsa, como tampoco lo es el apoyo que otros sectores vinculados de alguna manera al oficialismo le brindan al titular del Ejecutivo. Los reportes más serios hablan de una crisis socioeconómica que se ha agravado en el país sudamericano en los últimos años, de la cual los opositores al chavismo culpan completamente al presidente. Pero también es cierto que esa crisis se debe en buena parte al bloqueo parcial y las sanciones que Estados Unidos y otras naciones han impuesto a Caracas, con todo y que le siguen comprando petróleo.

Pero si se deja de lado el ingrediente del extremismo islámico, lo que está pasando con Venezuela tiene semejanzas con el inicio de la descomposición en Siria, en donde un sector de la población se sublevó para intentar derrocar al régimen autoritario de Bashar Al-Asad, con el apoyo de Estados Unidos y naciones europeas. Las protestas masivas y la consecuente represión derivó en una guerra civil que ha bajado de intensidad pero no ha concluido del todo, y que ha cobrado la vida de cientos de miles de personas y obligado al desplazamiento de millones de sirios dentro y hacia fuera del país.

El apoyo de Rusia a partir de 2015 fue decisivo para revertir el curso de la guerra y mantener a Al-Asad en el poder, pero también ha sido importante el respaldo logístico y militar de Irán y económico de China, de quien se espera encabece la reconstrucción del país medioriental como parte de su gran proyecto de Nueva Ruta de la Seda. La derrota de Estados Unidos ha sido tal que la Casa Blanca ha anunciado la retirada de sus tropas, aunque la derrota también ha sido para las facciones democráticas sirias que no tendrán mayor opción que negociar su supervivencia dentro de la estructura política con Al-Asad.

La fuerte discusión protagonizada por Washington y Moscú en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el sábado sobre el caso de Venezuela, anuncia un escenario internacional similar al observado en Siria. El papel determinante de apoyo a Maduro lo está desempeñando Rusia, pero con el apoyo de China y otros gobiernos, mientras que la postura de impulsar el cambio de régimen es liderada por Estados Unidos con el respaldo decidido de Brasil y otras naciones, y con una posición cada vez más cercana de la Unión Europea que ha pedido que se convoque a nuevas elecciones. El poder de veto de las principales potencias de ambos bandos augura que no habrá resoluciones del Consejo de Seguridad en ningún sentido en el corto plazo.

La situación no es distinta dentro del país. El presidente Nicolás Maduro, respaldado por las Fuerzas Armadas, el Poder Judicial y las bases clientelares del chavismo, ha aceptado la propuesta de México y Uruguay de sentarse a dialogar con las fuerzas opositoras para encontrar una solución pacífica, pero ha descalificado a Juan Guaidó, el presidente de la Asamblea Nacional y autoproclamado "presidente interino" de Venezuela, al llamarlo "títere" de Estados Unidos y acusarlo de un intento de golpe de Estado. En respuesta, Guaidó ha rechazado prestarse a un "falso diálogo" con el oficialismo pero ha propuesta una "ley de amnistía" a quienes dejen de respaldar a Maduro y un plan para sumar adeptos entre las Fuerzas Armadas y otros sectores gubernamentales. De momento, no se ve posible el diálogo con estas posturas tan enfrentadas.

Está claro que la estrategia de Estados Unidos será la de tratar de asfixiar al régimen de Maduro aplicando más sanciones y presionando a otros países para aislar al gobierno, mientras otorga apoyo político y económico a los opositores. Por su parte, el presidente chavista tratará de aferrarse al poder con el respaldo político y militar de Rusia y el económico de China, principalmente. Las preguntas que surgen en esta etapa de la historia de Venezuela dentro del nuevo (des)orden mundial son: ¿hasta dónde piensan llegar Moscú y Pekín en su respaldo a Maduro? ¿Estarán dispuestos Washington y Bruselas a patrocinar una rebelión armada en Venezuela como en Siria? Y en lo que nos concierne a nosotros como mexicanos, ¿hasta cuándo mantendrá el gobierno de México el reconocimiento al actual régimen de Caracas?

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