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LA CONSTITUCIÓN MORAL Y LA CARTILLA MORAL

Arturo Macías Pedroza

Moral, para algunos, no es sino un árbol de moras. Apelar a la moral es apelar a algo fundamental de todo ser humano: el uso adecuado de su libre albedrío, pero no falta quien, renunciando al crecimiento personal en plenitud, usa mal su libertad. Las leyes creadas para regir la convivencia humana regulan el actuar y deben basarse en la recta razón que fundamenta la moral. Pero no toda la moral se mete en una constitución, es decir, en un conjunto de leyes obligatorias para una comunidad; sería demasiada extensa y nunca abarcaría todas las circunstancias que la conciencia de cada individuo debe tomar en cuenta a la hora de decidir responsablemente de acuerdo a su naturaleza, para poder crecer en plenitud conforme al proyecto de su ser de persona humana.

No todo el actuar humano está sujeto a la ley, sino sólo aquello que se requiere para la convivencia social y que contribuya al bien común. Por tanto, toda constitución debe ser moral, pero una lista de preceptos morales no legislados y sin relación con el bien común no puede ser llamada constitución. Si los legisladores consideran necesarias algunas normas para el recto desarrollo de la sociedad, tendrán que elaborar las leyes que sean necesarias para la convivencia. Legislar, por ejemplo, sobre las relaciones íntimas de dos personas, no corresponde al estado. La legislación matrimonial implica sólo lo que sea necesario para salvaguardar a la sociedad y a la institución matrimonial que la fundamenta.

Desde su candidatura, el Presidente de México había propuesto la redacción de una nueva constitución moral. Algunos ya temían que ésta fuera la causa de la disolución efectiva de la ley por una teocracia revolucionaria que continúe el culto al nuevo mesías que dibuja las nuevas líneas del bien y del mal desde el nuevo Sinaí.

En el gobierno actual, existe oficialmente un comité para la elaboración de esta Constitución Moral, coordinado por Verónica Velasco, José Agustín Ortiz Pinchetti y Enrique Galván Ochoa. Para ello, se está siguiendo todo un proceso que incluye consultas y recolección de propuestas. Este mismo comité presenta la "CARTILLA MORAL", un clásico original de Alfonso Reyes, editada por primera vez en 1952 y que la Secretaría de Educación Pública reedita recientemente como parte de los materiales para los Programas Emergentes de Actualización del Maestro y de Reformulación de los Contenidos y Materiales Educativos, con un pequeño prólogo del presidente Andrés Manuel López Obrador. Tal cartilla está distribuyéndose en todo el sector educativo.

Sin embargo, este documento no es la anunciada "Constitución Moral". La cartilla está bien fundamentada, sin tendencias ideológicas o desviaciones antropológicas. Habiendo visto la luz hace ya 67 años, sigue vigente por estar basada en principios perennes, científicos y de razón. En el prólogo de este corto documento (apenas treinta páginas con ilustraciones), López Obrador habla de la decadencia del país a causa de la corrupción del sistema, la pobreza y "la pérdida de valores culturales, morales y espirituales". Citando a José Martí, escribe: "Para alcanzar la felicidad se requiere el bienestar material y el bienestar del alma". Afirma que con esta formación se busca el renacimiento de México con la promoción de "una manera de vivir sustentada en el amor a la familia, al prójimo, a la naturaleza, a la patria y a la humanidad". Lo moral es una dimensión que comprende valores, actitudes, normas y costumbres humanas que se requiere fomentar en la educación.

Habrá que esperar la "constitución moral", que, por principio no deberá contradecir a esta "Cartilla moral". Algunos sostienen que existen muchas morales, al no existir un concepto homogéneo, absoluto y universal de la moral. Pero si la moral se basa en un concepto auténtico y completo del ser humano sin recurrir a subjetivismos ni a ideologías que niegan al hombre su naturaleza, entonces podrá existir una moral "humana" que podrá ser enriquecida en la medida que lo haga la antropología. El temor es que se quiera imponer la moral del grupo en el poder.

En México, desde hace mucho, la moralidad pública ha sido una forma de perseguir a los ciudadanos por parte de autoridades e instituciones. Parece que hoy algunos se arrogan el derecho a escoger un tipo de vida y de moralidad, e imponerlo a todos y hasta castigar a quien se le resista. No se trata de inventar un ser humano e imponer una moralidad de docilidad ante toda autoridad, resignación ante toda decisión de poder, desconfianza ante cualquier libertad, adoración a los nuevos "mesías" y desprecio a quienes se les opongan, exagerando el culto a la religión, a la patria y a la familia que paraliza la participación social y la acción ciudadana. La imposición de una moralidad implica la persecución de las otras, autoritarismo e incluso brutalidad.

Esta Cartilla moral del mexicano de Alfonso Reyes, aún sin ser perfecta, se funda en la naturaleza misma del ser humano, sin manipularla, contaminarla o aislarla de otros elementos constitutivos de ella como son su conciencia, su religiosidad o su libertad.

La transformación moral sufrida por la sociedad mexicana como consecuencia de las repercusiones ideológicas del modernismo y pos-modernismo, del neoliberalismo y capitalismo, tienen que revertir sus tendencias suicidas. El consumismo apela a un tipo de ciudadano arrogante, ávido, agresivo, narcisista, hedonista, que se destruye, destruye a los demás y destruye su entorno.

La moralidad pública no es una restricción de los poderosos sobre el pueblo, mientras ellos siguen otro rumbo. Exige coherencia porque se basa en la igualdad de todos. ¿Cómo podría interpretarse la "nueva moralidad" de López Obrador? ¿Cuál es la vieja moralidad? Sus pronunciamientos airados contra la corrupción pública no contemplan a muchos que lo rodean; las llamadas al patriotismo, a la nobleza, a los valores tradicionales, a la verdad, manifiestan un deseo de monopolio sobre la moralidad de los ciudadanos, para no relativizar su autoridad. Por eso, la defensa de sus seguidores es tan encarnizada ante la mordacidad pública; por eso, se busca la fuerza militar para combatir el miedo al caos.

No se puede renovar moralmente a la sociedad por decreto. Tampoco se trata de hacernos a todos inmorales para poder aceptar a un gobernador que robó cientos de millones. ¿No se trata de implantar la sumisión cívica, laboral, cultural, política, etc., por parte del Estado, para conseguir más poder aún sobre los ciudadanos? ¿No es una forma tiránica de descalificar a la sociedad civil como organizadora de su propia cotidianeidad? ¿No es otra táctica para consolidar el poder? Muchos están dispuestos a sacrificarse por un capricho oficial; a seguir perdiendo su poder adquisitivo; a formarse contentos por un poco de gasolina; a ceder al gobierno facultades anticonstitucionales extraordinarias en terrenos de cotidianeidad social y de vida privada.

La dictadura de los gobiernos sobre la vida privada de las sociedades no es privativo de las dictaduras. Los datos recolectados a través de registros han logrado restar espacio y ejercicio a la sociedad civil aun en asuntos personales. La lucha por una moralidad ajena a los caprichos, a la arrogancia y a la prepotencia del poder, es una manera de defenderse como sociedad contra la expansión arbitraria del gobierno.

La moral es buena, la cartilla moral es buena, pero hay que estar atentos para descubrir todo lo que hay detrás. Piénsalo.

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