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El código moral

JULIO FAESLER

En un acto verdaderamente enternecedor el Sindicato Petrolero puso su ofrenda propiciatoria de 500 camiones pipa en el ara de la limpieza que el nuevo gobierno montó. Nada mejor, seguramente, que hacer gala de humildad gremial y con eso recuperar la gracia de estar en buenos términos con la divinidad en turno. Pero ni con su juego de amparos puede el líder Romero Deschamps dormir tranquilo. El mal engendrado por el sindicato que aún preside es demasiado grande, lo rebasa con creces.

Pero el "huachicoleo" es sólo un gajo de la titánica metástasis que llevó la corrupción a todo el cuerpo nacional y cuya extirpación requiere la decidida acción de todos, absolutamente de todos los ciudadanos. Ningún sector, por poderoso que se sienta, queda al margen de este esfuerzo que no admite tregua.

Los muchos que pretendemos monitorear los pasos con que el presidente López Obrador va abriendo su administración encontramos incongruencias entre su discurso y su actuación. que podrían restarle confianza. El apoyo popular para el presidente en nada ha bajado. Sigue tan campante en popularidad como en la campaña.

La esencia íntima de la aprobación general brota de la coincidencia de dos factores que se complementan. Por una parte, está el indomable deseo de toda la República de que su gestión sea exitosa en términos de mejoramiento tangible de condiciones de vida para las clases más sacrificadas. La expresión más renuente de una actitud positiva se llama beneficio de la duda.

La otra parte, el tono de la comunicación presidencial emana con formas simples de ver la vida y sus variadas circunstancias, que pervive en el México permanente, esencia de una actitud siempre luchona, sin complicaciones inútiles, de dimensiones familiares y de comunidad y que sabe de la sencillez con que la población no quiere saber de falsedades políticas o del comercialismo que la rodea.

Los tiempos de México como el resto del mundo no son fáciles. Hace falta cortar de tajo la confusión general para encontrar directrices que interpreten y respondan al desánimo y a la decepción, que reanime con nuevo ímpetu el espíritu indomable y optimista del hombre.

De pronto aparece en medio del marasmo la difusión, por orden del Presidente López Obrador, la Cartilla Moral, escrita hace más de 50 años, por don Alfonso Reyes, ondeante enseña de la vida del individuo libre en la comunidad.

El mensaje lo recibe la sociedad mexicana que, a ciencia y paciencia, durante más de 150 años, se le ha dicho en todos los tonos que la vida personal es distinta a la pública y que ésta se rige por su propio estatuto. Se afirmó esa separación con toda nitidez y a la comunidad se le predicó relegar la moral inspirada en la religión que, cuando mucho, pertenecía al reino de los cielos pero no al de la tierra.

Los resultados están a la vista. El comportamiento moral se guarda en casa mientras que, para lo público basta la intuición guiada por principios que no tienen más respaldo que la fama personal o institucional del que los postula. Esa fama, empero, oscila de tiempo en tiempo, de individuo en individuo, de árbitro en árbitro o de gobierno en gobierno.

El que ahora el presidente de la República nos revele su más íntima convicción respecto a la verdadera fórmula, la moral, para remedar la corrupción, es un parteaguas fundamental en la evolución de la sociedad mexicana que tuvo que esperar muchas décadas para, por fin, recibir esta indispensable señal. México tardará tiempo en curarse de los males acumulados, aunque afortunadamente, no tanto si es que tenemos cuidado de formar desde ahora a las generaciones que nos siguen la mentalidad moral. Si hoy no tomamos en serio la responsabilidad que nos corresponde presenciaremos la repetición infinita de la corrupción que hemos heredado.

Al sindicato petrolero y los demás entes corruptos se les dice que no bastarán todas las pipas repartidoras de gasolina como las que ofreció antier al gobierno, para corregir al país si además de cualquiera ofrenda propiciatoria, no hay propósito de enmienda. Hace algunos años un presidente lanzó su programa de regeneración moral. De poco sirvió. No hubo cambio en la actitud de los que corrompían al sistema. También tramitaron amparos.

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Escrito en: Editorial Julio Faesler

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