El "igualitarismo" simplón que invade grandes zonas del discurso contemporáneo pone en peligro asuntos que son indispensables para el desarrollo de las sociedades humanas. Si han ocurrido sucesos que pueden ser interpretados como un avance o progreso se debe a que se reconocen las diferencias de lo nuevo con relación a lo que había antes. Pero, desde la perspectiva del "siempre ha sido lo mismo" desde la cual las diferencias son sólo superficiales ¿cómo distinguir cuando sucede una mejoría?
Cada vez que en nuestro presente se reclama "igualdad" se hace corriendo el riesgo de olvidar que eso es parcialmente cierto. Que las diferencias existen y que es gracias a éstas que la humanidad brilla a través de sus ejemplos más notables en las ciencias, las artes, los deportes y otras disciplinas del quehacer humano. Las grandes proezas logradas por grupos e individuos no serían posibles si éstos no hubieran reconocido, al comienzo de sus carreras, que estaban muy lejos de ser tan buenos como sus maestros y que, por tanto, tenían que aceptar su guía para poder crecer.
Incluso los genios han necesitado acompañamiento para poder desplegar exitosamente todo su potencial. Pero la creciente convicción de que nada nos distingue de los demás suele ser utilizada como una justificación para no aceptar el acompañamiento docente. Por el contrario, no hay nada más común en nuestros días que los discursos que aplauden la rebeldía como si ésta fuera por sí misma valiosa. No es que el maestro no deba aspirar a ser superado; pero, eso debe ocurrir luego de un recorrido en el que las destrezas del alumno deben ser desarrolladas.
A los aprendices, y más todavía, a quienes no practican determinada actividad, les puede o no gustar el resultado de lo que producen los más aventajados en una disciplina. Pero no es allí en donde está lo importante, sino en el reconocimiento de que hay una trayectoria que respalda lo realizado. Ese camino es imposible de ser apreciado por quienes sienten que el éxito es algo inmediato; un lugar al que se llega sin esfuerzo alguno.
Hoy muchos creen que el prestigio y el reconocimiento llegan también de manera automática. Que basta con que digan que son buenos, para en verdad serlo. Que unos pocos "me gusta" los coloca en la cúspide del mundo. Por eso, no sienten el menor pudor cuando con sus acciones y opiniones pasan por encima de quienes sí han luchado para destacar. No les importa dañar el honor de nada ni de nadie porque "al fin y al cabo todos somos iguales". En especial, las redes sociales y los medios alternativos se han convertido en espacios en los que es habitual que se pisoteé el prestigio de los demás sin experimentar culpa alguna y sin tener que asumir las consecuencias que ocasionan los insultos, calumnias y demás formas de deshonrar a las personas afectadas.
Son cada vez más los individuos convencidos de que los únicos que merecen respeto son ellos, incluso, cuando apenas están empezando sus carreras. Se autocalifican como "los mejores" y no sienten necesidad de probarlo. Intervienen en actividades en las que antes se respetaban criterios y principios, surgidos de la experiencia, los éxitos y los fracasos de aquellos que buscaban construir un nombre a partir de realizar con excelencia una actividad. Se adjudican logros que jamás fueron suyos y humillan sin piedad a los que destacan.
Son un triste comienzo que anuncia la etapa de una humanidad que, por largo tiempo, reconoció que había unos mejores que otros y que fomentaba el respeto y el reconocimiento por aquellos que, con sus actos, se ganaban tal distinción. Y que hoy, parece renunciar a la búsqueda por superarse, como consecuencia de creer en una malentendida "igualdad" que, sin embargo, sólo existe en sus mentes extraviadas y gravemente equivocadas.
