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Las aguas procelosas de 2019

JULIO FAESLER

La desaparición de instituciones, la modificación de agendas nacionales, la drástica reducción de presupuestos, son características de 2019. Para la mayoría de nosotros esos cambios afectan de alguna manera los alcances y ritmos de nuestras vidas y las de los que de nosotros dependen. La reducción de sueldos a los empleados y funcionarios puede ser drástica, especialmente cuando será del 50% en el caso de los puestos del sector púbico.

El asunto no termina ahí. Por todas partes se escucha hablar de despidos masivos en bancos e instituciones de servicios. Las repercusiones afectarán el ritmo de la diaria actividad comercial, el volumen del consumo doméstico, la compra de casas, autos o de enseres caseros. Los seguros personales de salud

El reajuste en la economía hacia la vida modesta que el nuevo régimen impone responde a la realidad de una demografía hinchada en las últimas décadas que no encontró en el sistema económico la manera de hacer que la producción de bienes alcanzara a dotar de poder de compra a los niveles de consumo mínimos que requieren las grandes masas de población, ni tampoco a las pretensiones de las crecientes clases medias en todos los países.

La brecha entre ricos y pobres en todos los países va aumento sin que los economistas que asesoran a los gobiernos tengan más que explicaciones del perverso fenómeno, pero sin recetas para detenerlo.

La reducción en la calidad de vida en las mayorías es inevitable se observa en el alto nivel de endeudamiento a que recurre la típica familia para sostenerse su nivel de comodidad. La norma de que cada generación ha de mejorar las condiciones en las que nació no se está cumpliendo más que en aquellas clases muy pobres que reciben ayudas de programas oficiales. No todos gozan de tal asistencia. La extrema pobreza nos acompaña aún. En las clases medias el mejorar las condiciones de vida es la tarea ingrata de reducir gastos en consumos habituales.

El fenómeno de las clases medias es donde más se aprecia el sacrificio de consumos y aplazar aspiraciones. Todos los gobiernos están planteando reducciones en los presupuestos nacionales, no por un gusto por hacerlo, sino porque sencillamente las sociedades no están produciendo lo suficiente para mantener poblaciones cada vez más numerosas que, gracias a la difusión de los atractivos de consumos antes sólo de grupos reducidos de la sociedad, exigen gozar también de ellos.

En las épocas que ahora algunos ven con nostalgia los atractivos del consumo no eran para las mayorías sino para solo las capas privilegiadas de la sociedad. La democracia económica se instaló y el precio que cobra puede ser, no las horas infames de trabajo o los sueldos esquilmados o ignorancia, sino la baja en la calidad de vida, o la simple inaccesibilidad de la que el sistema económico prometió, pero no tiene fuerzas para ofrecer y cumplir.

Si tenemos la situación antes descrita en que la comunidad que no genera la riqueza social que corresponde al consumo que de hecho se da, es evidente que la opción es cegarnos a ello y seguir alentando en todos los medios el nivel de consumo que el aparato productor no ofrece.

Es obvio que el problema tiene toda la complejidad que implica la estructura del sistema que prioriza el consumo antes que la producción, y que para cumplir tan objetivo se ve obligado a financiarse al crédito que simplemente aplaza la deuda que tiene que tendrá que pagarse. La sociedad que vive del crédito para satisfacer las demandas populares no podrá evitar llegar al vencimiento de los pagarés que firmó.

Ha llegado al momento en que el ritmo de consumo tiene que frenarse para dedicarnos a recomponer y rehabilitar la productividad del sistema que nos ha traído al punto en que nos encontramos. Reducciones por doquier de sueldos, ajuste del sistema educativo para eficientarlo, remodelación de las prerrogativas del sistema financiero y nuevos esquemas de relación obrero-patronal, cancelación de obligaciones anteriores, se repetirán.

El presidente de la República se ha lanzado a corregir los problemas y destacadamente la corrupción que a lo largo de los años fueron propagándose en todo el sistema. Hay que curar al país de esos males acumulados pieza por pieza a menos de que recurramos a una revolución total y violenta. México ya la tuvo en 1910-1929 y la mayor parte de la sociedad no queremos otra.

Preferimos, a la luz de una perspectiva histórica, dosificar los remedios. La transformación progresiva que hace varios meses se inició no dejará de toparse con resistencias institucionales como las que ya estamos presenciado. Frente a la minoría extremista que quiere desviar el proceso hacia la violencia, nosotros los ciudadanos debemos ser firmes en poner diques a los autoritarismos que con el pretexto del cambio aparezcan a nuestro nivel es locales de gobierno. De esta manera muy sencilla contribuiremos a que las transformaciones lleven a la sociedad justa y fuerte que la Patria espera.

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Escrito en: Editorial Julio Faesler

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