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El señor presidente y su inédita personalidad

JULIO FAESLER

A pocos días de iniciado el sexenio van reafirmándose los rasgos del presidente López Obrador que más influirán en la imagen que proyecte ante el público nacional.

Ante todo, es notoria la desconcertante manera que tiene AMLO de hablar lentamente tanto al responder a preguntas como al dirigirse a un público. No se sabe si es por lentitud de pensamiento, de ideas, o por una cautela, ahora más necesaria que antes. Puede ser una treta para retener la atención del interlocutor o del reportero que lo entrevista, o también acaparar tiempo para evitar preguntas cuya respuesta es comprometedora. Pero otro efecto de la lentitud es que aburre.

En segundo lugar, se confirma que es terco. Lo sabíamos desde hace muchos años al empeñarse en ser presidente y que no hacía caso a los muchos obstáculos que tenía que vencer o superar. Ahora, la decisión del aeropuerto es un ejemplo evidente. Obstinarse en su propósito, sin aceptar las razones y argumentos que desaconsejaban seguir de frente con una promesa de campaña que, como las que hacen los candidatos de todos los tiempos y de todos los lugares, demostró que no hay antídoto a su inamovible necedad.

Una tercera característica de Andrés Manuel es que no le interesa enriquecerse. Hecho a costumbres sencillas de vida, no se antoja que el presidente vaya a caer en la tentación más frecuente de los políticos de todo el mundo. La modestia de su forma de vida lo inmuniza. No parece que vayamos a tener un presidente que se hace de una fortuna que le alanzará a él y a sus descendientes por varias generaciones.

Una cuarta nota es que no le preocupa el riesgo profesional que su alto cargo conlleva. A diferencia de los que se rodean de costosos blindajes, AMLO se considera en manos de Dios y de los ancianos espíritus benévolos que lo acompañan en todos sus pasos, dice además que el pueblo lo cuida y protege.

Hay algo más que vale comentar. AMLO se convence de lo que dice. Cree profundamente en lo que declara y demanda que se le crea con la misma intensidad. Los números no cuentan y el ganar una elección no depende de ellos, sino de la convicción con que se declara. La democracia participativa es didáctica. La realidad es la propia.

Es precisamente esto último lo que explica la fuerza de López Obrador ante su público. La lentitud de la dicción se marca hondo en quien lo escucha. El detenerse antes de responder a una pregunta repentina implica, de acuerdo a él, sabiduría.

Ser obstinado es la virtud sobresaliente del presidente. Los problemas acumulados de México no tienen rápida solución, y muchos de ellos tardarán en desaparecer o diluirse. México es conocido por inconstante por lo que la obstinada actividad es la mejor arma contra la cultura de la violencia y de la impunidad. Miles de seres humanos así como millones de expedientes judiciales están en estos momentos pendientes de atención. La falta de seguimiento es la plaga de los buenos programas de gobierno. Como ciudadanos hay que aprovechar la ilimitada terquedad del presidente para que la acción oficial que el país necesita deje de ser superficial y efímera.

El desinterés de AMLO en la riqueza personal debe garantizar que el poder concentrado en su persona descuide los detalles más vulnerables de su gobierno. El desapego económico del presidente es una gran ventaja, pero la problemática de esta consideración está en los que lo rodean, empezando por sus hijos y los amigos más cercanos. Ningún presidente mexicano ha querido o ha sido capaz de vigilar el comportamiento de sus colaboradores o parientes. La ejemplaridad del presidente de la república debe ser de exigente honradez.

La ola inédita de criminalidad, violencia y muerte que asuela a nuestro país será vencida con una acción policiaca contundente. Es el aspecto duro de un gobierno que debe ser querido y temido.

La personalidad de López Obrador, muy distinta a la de sus antecesores en el cargo, podrá generar un gobierno de equidad, paz y progreso en la modernidad, siempre y cuando la ciudadanía sepamos encauzarlo a través de una interlocución racional y cercana.

La acción ciudadana que también es terca, seguirá teniendo éxito en sus aspiraciones en los nuevos escenarios que acaban de inaugurarse.

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Escrito en: Editorial Julio Faesler

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