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La tercera es...

RENÉ DELGADO

A lo largo del siglo, el electorado ha buscado una opción de poder capaz de aminorar la desigualdad y consolidar la democracia, bajo el amparo de una mayor justicia en una atmósfera de paz y seguridad. Darle perspectiva al país.

En las dos primeras oportunidades el resultado fue insatisfactorio -por no decir, fallido-, hoy arranca el tercer intento. Fallar esta vez sería en extremo delicado. El régimen de partidos se encuentra en crisis, el modelo económico cuestionado, la violencia criminal desatada, el principal socio extranjero desequilibrado, los mercados inquietos, el malestar social a punto de estallido y la polarización reanimada.

La decisión de ensayar otro derrotero se tomó en julio, ahora es menester formular votos porque el conjunto de los actores políticos y económicos entiendan la importancia de esta tercera alternancia, sin incurrir en revanchas y provocaciones, tropiezos y zancadillas, desbocamientos o frenos.

Perder esta oportunidad supondría abrirle la puerta a un problema nacional de una dimensión desconocida.

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Con el inicio del gobierno de Morena, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, concluye el recorrido del espectro de las tres principales fuerzas políticas. En el horizonte, por lo pronto, no aparece otra opción política.

Las dos anteriores alternancias en el poder presidencial resultaron frustrantes. Vicente Fox despilfarró el bono democrático y sembró la polarización que, armado y jubiloso, acendró Felipe Calderón. Contando con insuperables condiciones políticas, económicas y sociales, aquella alternancia no se irguió en alternativa. Fox no la enalteció, la rebajó a una cuestión de turno que, por su incapacidad, posibilitó el retorno del partido tricolor al Poder Ejecutivo.

Enrique Peña Nieto hizo de la oportunidad de oro de su partido, un plomo. De error en error, oscureció la leyenda negra del priismo. Del "roban, pero saben gobernar" la llevó al "no gobiernan, pero saben robar". No entendió, paradoja, el momento mexicano. Confundió acuerdo nacional con arreglo cupular; posturas con posiciones políticas; gobierno con administración; bienestar social con salud de indicadores macroeconómicos; poder con tener; lealtad con complicidad. No descifró el hartazgo ante la impunidad y la pusilanimidad, la corrupción y la inseguridad; la desigualdad y la pobreza. Saboteó así las reformas emprendidas.

Si Andrés Manuel López Obrador no desprende lección de los errores cometidos en aquellas alternancias y descuida el paso y ritmo en el campo minado por donde camina, la suya -aunque de signo distinto- terminará pareciéndose a las otras. Y, desde luego, una política de campanazo no garantiza construir un proyecto alternativo, como tampoco recuperar tradiciones conduce a la modernidad, ni polarizar favorece la reconciliación.

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De tal dimensión es el ansia social por darle perspectiva al país que, esta vez, el electorado descartó equilibrar las fuerzas e incentivar el acuerdo entre los partidos. Desechó el gobierno dividido y entregó a un solo partido la mayoría en el Legislativo y, desde luego, el Poder Ejecutivo.

Esa circunstancia le da una ventaja con toque de arsénico a López Obrador. Lo despoja de pretextos para justificar en la resistencia la imposibilidad de concretar su proyecto, pero lo autoriza a hacer cuanto desea. Querer no es poder, poder no es imponer a como dé lugar, menos si pretende realizar cambios sin ruptura. Resistencia que no apoya, derrumba.

En esas condiciones, encontrar el equilibrio no es sencillo. Los desplantes de soberbia de algunos de sus aliados, colaboradores o allegados están a la vista, como también la tentación de avasallar al adversario o forzar ajustes. Frente a ello, están quienes aceptando el resultado electoral repudian la consecuencia política; quienes, desde el dogma neoliberal, critican el fanatismo; quienes, sin haber iniciado, ya pronostican el fracaso del sexenio; y quienes con candor le piden operar los cambios sin movimiento o lo instan a hacer lo de siempre, pero bien.

Vaya desafío para el jefe del Ejecutivo que reconoce el valor del tiempo y la velocidad en la acción política, pero debe correr con pies de plomo y guardar el equilibrio.

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Paradójicamente -aunque, desde luego, con enfoques, modos y estilos distintos-, los protagonistas de las tres alternancias diagnosticaron y diagnostican la inseguridad, la corrupción, la impunidad y la desigualdad como los nudos a desatar. A su entender, Fox y Peña Nieto se declararon los abanderados del combate a esos cuatro males que tanto han dañado al país, como ahora lo hace López Obrador.

Fox propuso la reforma del Estado como instrumento para romper paradigmas, inercias y atavismos. Peña Nieto prometió transformar y mover a México, considerando que era tiempo de romper mitos y paradigmas, y todo aquello, decía, que ha limitado al país. Ahora, López Obrador, presume encabezar la cuarta transformación nacional, ofreciendo erradicar corrupción e impunidad, a su parecer, raíz de la desigualdad y la violencia.

El clamor nacional por reponer el horizonte y darle perspectiva al país quedó como el eco de un anhelo perdido en las dos primeras alternancias, hoy recobra fuerza, pero rebota entre la esperanza y la inquietud.

Si el diagnóstico es el mismo, la clave es el tratamiento y la medicina.

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Arranca, hoy, la tercera alternancia. Mal resuelto, el desafío colocará al país no en el horizonte, sino en el límite. Andrés Manuel López Obrador tiene el poder. Depende de él, pero también del conjunto de los actores políticos y económicos.

Apuntes

No por reciprocidad sino por elemental justicia, Luis Videgaray merece ser condecorado por los servicios prestados al gobierno... de los Estados Unidos.

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Escrito en: René Delgado

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