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El justo medio

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LUIS F SALAZAR WOOLFOLK

Para el proyecto de López Obrador, el tema del Nuevo Aeropuerto Internacional de México, es un problema de caja y una trampa política potencial y en último término, un factor en juego en la disputa por el poder, entre el gobierno saliente y el próximo.

Aunque las bondades de un aeropuerto de primer mundo son innegables, lo cierto es que el NAIM surgió como planteamiento tardío del gobierno de Peña Nieto, cuando ya se avizoraba que el PRI podría perder las elecciones federales de este año, aunque todavía no estaban claras las verdaderas probabilidades del Peje de llegar a la Presidencia de la República.

El NAIM se presentó como oportunidad para que el actual grupo en el poder continuara vigente después del primero de diciembre, al menos en el rubro de los grandes negocios que se hacen al amparo del poder público. Dada la magnitud del proyecto, su realización requiere una alianza entre la clase política y los grandes capitalistas privados del país, asociados desde luego al indispensable financiamiento por parte del gobierno, que se sustenta en bancos internacionales y por consecuencia, se traduce en deuda pública.

La presión ejercida por el costo del proyecto planteó un reto para el Peje, en la medida en que convierte a los políticos del régimen actual en poder fáctico y grupo de presión sobre el gobierno entrante, de cara a la definición de lo que será el presupuesto de egresos para el año entrante y el próximo sexenio en su conjunto. Lo anterior quiere decir que la construcción del aeropuerto significaría una carga para la causa de López Obrador, con el inconveniente de que sus primeros frutos se recogerían hasta el fin del sexenio que está por iniciar.

El posible impacto ambiental y los retos urbanísticos que plantea la construcción del aeropuerto en Texcoco, ofrecieron la excusa perfecta para decretar la suspensión a la que en este momento está sujeto el proyecto, en virtud de una decisión de gobierno que todavía no es gobierno, vinculada a una consulta pública que legalmente no lo fue. López Obrador calculó que la construcción del aeropuerto en Texcoco reduciría su capacidad de maniobra desde el punto de vista presupuestario, para consolidar su proyecto político frente a un electorado que votó por él en espera de recibir su rebanada del pastel, a través de los programas sociales.

Por eso aunque el hoy Presidente Electo manifestó su oposición al NAIM desde su planteamiento inicial, nunca ha descartado la posibilidad de concesionarlo, lo que quiere decir que está dispuesto a la realización de la obra, siempre y cuando no le cueste a su administración y la tenga bajo su control, es decir, libre de la influencia de los que dentro de un mes, serán emisarios del pasado.

Una vez tomada la decisión de suspender la construcción del aeropuerto en Texcoco, los involucrados en el proyecto tendrán que sentarse a negociar con el nuevo gobierno, los términos de las indemnizaciones y demás costos derivados de la suspensión. No se necesita ser sabio para avizorar que en cuanto el equipo de AMLO meta sus manos de lleno en la revisión de la operación de la obra durante el régimen peñista, van a sobrar motivos para denunciar actos de corrupción como los que han sido la regla en los últimos seis años.

En tal escenario López Obrador, ya investido como Presidente Constitucional, tendrá el palo y la zanahoria para conducir las cosas como mejor convenga a su proyecto político, y del resultado del encuentro dependerá la solución final del tema aeroportuario propiamente dicho. Es cierto que en campaña el Peje ofreció a sus adversarios impunidad, pero por tratarse de control político, como dijo una cosa, podrá decir la otra.

Lo lamentable de todo lo anterior para la sociedad mexicana, es que el desarrollo nacional continúa sujeto a las vicisitudes de la lucha por poder, sin más opción que la de escoger entre Dos Venenos, como bien dice Denisse Dresser en una de sus últimas entregas. La solución a la tóxica política que padecemos, consiste en continuar la búsqueda del centro, del justo medio aristotélico, entre los extremos del neoliberalismo rapaz y el populismo delirante.

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