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Una mala decisión

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Mal y tarde fue cuando, finalmente, se resolvió consultar a la gente sobre una megaobra de enorme importancia y consecuencia en el mediano y largo plazo para el Valle de México y el país.

Aunado a ello, a la ciudadanía se le puso contra la pared: optar por continuar una mala obra o iniciar otra igual. Eso representa concluir el aeropuerto en Texcoco o empezarlo en Santa Lucía.

Fuerte el problema, ahora resume la lucha por dilucidar quién lleva las riendas del poder: los factores formales o reales. Además, exhibe la pusilanimidad de un gobierno saliente enmudecido, presto a emprender la huida.

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El absurdo discurso del "pueblo sabio" o del "pueblo no apto para opinar sobre cuestiones técnicas" no oculta una realidad -expuesta al abrirse el debate sobre la pertinencia o no de continuar la construcción del aeropuerto en Texcoco-: la incapacidad para planear obras en beneficio del país o, peor aún, la habilidad para hacer grandes negocios en perjuicio del país.

Los más ilustrados siervos de los grandes corporativos juran que la construcción de la terminal en Texcoco replicaría lo ocurrido en Atlanta: al crearse un "hub" aeroportuario -un centro de enorme conectividad de carga y pasaje-, formarían filas los grandes inversores, se detonaría el desarrollo y, luego, aparecería otra gran ciudad. ¿En verdad se quiere otra gran ciudad, al lado de una megalópolis que no da más de sí y se va a quedar sin agua la próxima semana, después de inundarse por las lluvias mientras se hunde? ¿Aguanta el Valle de México un polo así?

En contrapartida, los más puros defensores y promotores de la sabiduría popular y, quizá, de las más ancestrales tradiciones proponen un parche: dos pistas más en la base de Santa Lucía, una chalpaqueada al benemérito aeropuerto de la Ciudad y una manita de gato a la terminal aérea de Toluca y listo. ¿Sí? ¿Por cuánto tiempo? ¿Tanto como dura el sexenio, dejando al siguiente patear el bote aeroportuario o resolverlo en serio?

Y, en medio del litigio, el gobierno saliente que ha hecho del silencio su mejor refugio; de la pusilanimidad, el firme ejercicio del cinismo; y del ansia de jugar golf, su mayor aspiración. No abre ni puede abrir la boca. Los dos escuderos naturales de esa obra, el secretario de Comunicaciones y Transportes y la secretaria de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano carecen de autoridad moral y política para hablar a favor de ella. Con qué cara podrían hacerlo. A excepción del secretario Enrique de la Madrid y del director del Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México, Federico Patiño, del gobierno ni quién defienda la obra magna de infraestructura del sexenio. Ahí se las encargo, parece decirle al sector privado.

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Mientras todo era cupular y nada popular, ¡hombre!, fácil tomar decisiones, emprender obras pertinentes e impertinentes y asociarse en grandes negocios.

Si desde principios de siglo se sabía de la sobresaturación del aeropuerto de la Ciudad de México, ¿por qué el gobierno saliente y silente construyó un tren con destino a la bancarrota, sin pasar por el aeropuerto de Toluca? El tren México-Toluca bien podría darle conectividad al aeropuerto de la capital mexiquense, pero -cosa curiosa- no pasa por ahí. Arranca en Observatorio, termina en Zinacantepec y para en Santa Fe, Lerma y la central de autobuses en Toluca, pero no en el aeropuerto de esa ciudad. Más brillosos que brillantes nos resultaron los estrategas nativos o adoptivos del grupo Atlacomulco.

La improvisación y la falta de planeación, a veces disfraz de la ambición de hacer negocios, rubrica la decisión de construir el aeropuerto en Texcoco. Y, a la vez, la obsesión de no cargar con ese fardo ni de destinarle recursos a una obra que limita la posibilidad de fortalecer la política social, anima la idea de desarrollar la base de Santa Lucía.

Así, ante una mala decisión, se propone otra igual.

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El absurdo mayor es que el debate sobre continuar el aeropuerto en Texcoco o comenzarlo en Santa Lucía ha resbalado a una cuestión formal y a otra sustancial.

El asunto formal, centrar la discusión en el método de la consulta que, sobra decirlo, no consiguió acreditar su organización, cobertura y validez. El asunto sustancial, convertir el tema en la arena para medir fuerzas de poder entre el gobierno entrante y el sector empresarial, ocasión para fijar los términos de la relación entre sí.

Si el aeropuerto de Texcoco se cancela, aseguran sus defensores, los mercados se van a caer, la inversión se espantará y el caos será el porvenir, México se hundirá antes que el aeropuerto. Y en respuesta, dicen sus detractores, no va a pasar nada, sencillamente, se hace otro, donde la gente decida porque, dicho está, el pueblo además de sabio es bueno.

Ese es el nivel de una democracia que nomás no acaba de consolidarse.

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La suma de errores no da por resultado un acierto, como tampoco la cohabitación de un gobierno enmudecido y otro desbocado arroja un equilibrio. Si de reconciliar al país se trata, este primer ejercicio lo ha confrontado.

Con sus fuertes costos a mediano y largo plazo, así como con el cierre del actual aeropuerto de la Ciudad y la base militar de Santa Lucía, condicionar la conclusión de la terminal aérea en Texcoco no es lo más sensato, pero sí lo menos descabellado.

El socavón Gerardo Ruiz

El diputado José Luis Montalvo Luna, del Partido del Trabajo, al secretario Gerardo Ruiz Esparza, durante la comparecencia de antier: "En una revisión a las observaciones realizadas por la Auditoría Superior de la Federación (ASF) a la dependencia a su cargo se detectó que de 2013 a 2017 se registraron irregularidades por casi mil 985 millones de pesos".

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