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La Marcha de Centroamérica como evento regional

JULIO FAESLER

24 de octubre es un aniversario más de la ONU, que como siempre, está en la mira de los que no tienen fe en la fuerza del optimismo.

La caravana centroamericana que dolorosamente se acerca a la frontera norte de nuestro país, es el capítulo más reciente del drama de la pobreza que retrasa el progreso de América Latina. El que la impresionante migración se explique porque la promuevan las alas más extremas de las izquierdas de Honduras, El Salvador y Guatemala, no le quita ni importancia ni sentido.

Aunque se resuelva el enigma de quien presta el apoyo efectivo a las dos sucesivas caravanas que, por televisión se ven constituidas en su mayoría por gente, ni harapienta sino razonablemente vestida, el hecho es que los que más sufren en la kilométrica marcha son los que no están afiliados a algún movimiento de resistencia y por ello carecen de todo apoyo.

El reto que esta columna de esperanzas nos plantea no es fácil de resolver. La marcha da razón a Trump, en cuanto a que una migración sin control es un peligro que da pie a su reacción de militarizar su frontera sur y negar toda entrada a los ilegales.

El asunto es en realidad una jugada de varias bandas: contra el capitalismo depredador, contra los gobiernos ineficientes culpables de la pobreza y de la ignorancia, y al mismo tiempo una confirmación de la importancia y el verdadero poder de los movimientos populares que, sin ofrecer soluciones viables e inmediatas a sus reclamos, se especializan en tender trampas a las autoridades.

La marcha trae a nuestras puertas los dramas que hemos presenciado por televisión en las costas de Italia, las fronteras de Alemania y las inenarrables tragedias de Siria y de Yemén. Estamos ahora en la necesidad, no solo obligación, de responder con la solidaridad y compasión que hemos exigido a lo largo de los años a las autoridades y pueblo de estados unidos para nuestros emigrados.

Afortunadamente la entrega desinteresada de cientos de familias mexicanas a lo largo de los caminos de la marcha está probando una vez más la calidez del ánimo popular para con el desvalido. El de las organizaciones sociales, tanto nacionales como internacionales, las iglesias con sus admirables actos de caridad y los esfuerzos oficiales son ejemplares.

El gobierno intenta organizar la marejada humana, documentando en lo posible la situación migratoria de cada individuo. La posibilidad de pedir asilo en México está abierta, como también el trámite de internación formal para encontrar trabajo, aunque sea temporal. Es en esta opción que podríamos incorporar a nuestra economía a cientos de inmigrantes centroamericanos, primero a nuestros campos y luego a nuestros pequeños y medianos pymes.

México tiene mucha experiencia en tratar a los centroamericanos que han huido de las violencias de todo tipo, igual de las mafias o de los regímenes militares. Los estados del sur han recibido miles de refugiados y por ello afortunadamente contamos con estructuras para repetir, en números semejantes a los de antes, programas solidarios. Desde luego, se requiere de un mínimo de tiempo para echarlos a andar.

El problema de qué hacer frente a la realidad de miles de hermanos latinoamericanos que llegan en necesidad de ayudas y apoyos de todas índole, no es solo nuestro. La meta de la mayoría de los que marchan es entrar a Estados Unidos hace elemental el que ese país comparta con nosotros los aspectos económicos de los múltiples planes que se requieren. Es tarea del gobierno entrante de México negociar con el gobierno de Trump, el reparto equitativo de la carga dejando en claro que la intensidad e inmediatez del problema es por culpa de las políticas migratorias norteamericanas.

Es el momento de hacer que la relación que se estrecha cada vez más entre México y los Estados Unidos, pese a las disonancias del salón ovalado, dé pie a que la cuestión migratoria sea atendida como asunto regional. Nuestra añeja y respetada comunidad histórica con los vecinos del istmo bien puede beneficiarse de las circunstancias que hacen que el vecino del norte aplique recursos, en lugar de desprecios, a la labor de desarrollo socioeconómico, que a todas luces es la tarea que corresponde cumplir.

El drama de la pobreza aumenta en todo el mundo. En lugar de hostigar y distanciarse de soluciones solidarias, el presidente de Estados Unidos debe girar su política y hacer que la prosperidad no solo sea para su país, sino contribuir a liberar a toda la América de la pobreza con sus impertinentes caravanas.

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Escrito en: Editorial Julio Faesler

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