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Esto no es populismo

JESÚS SILVAHERZOG

Cuando en abril del 2016 se votó en el Congreso brasileño por la destitución de la presidenta Dilma Roussef, el diputado Jair Bolsonaro dedicó su voto al coronel que la torturó cuando tenía 19 años. En esa hora solemne, el militar convertido en político quiso dejar en claro la fuente de su inspiración. El coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, muerto en 2015, fue responsabilizado de la tortura, desaparición y muerte de cientos de disidentes en tiempos de la dictadura. Con su voto, el legislador le rendía un homenaje. Esa devoción por el torturador es reveladora. El ideal de quien se convertirá muy probablemente en presidente de Brasil no es la democratización de la democracia, no es la inclusión popular, no es la lucha contra las élites, es la militarización de la sociedad.

La prensa insiste en describirlo como un populista de derecha. No lo es, es un fascista y es importante hacer el distingo. Populistas y fascistas coinciden en su rechazo al dispositivo liberal pero, mientras el populista propone medidas y símbolos de inclusión popular para corregir los vicios del elitismo, el fascista propone la violencia como mecanismo para terminar con la cobardía liberal y su siniestra tolerancia. La violencia ocupa el núcleo del discurso de Bolsonaro. Para evitar la homosexualidad, hay que golpear a los hijos que muestran esas peligrosas tendencias. Hay que aplicar ejemplarmente la pena de muerte. Y revivir el edificante espectáculo del fusilamiento. Bolsonaro lo ha dicho: hay que fusilar a los opositores del Partido del Trabajo, hay que fusilar a los delincuentes, hay que fusilar a los inmorales. Los héroes matan, ha declarado su compañero de fórmula, El matadero es la fantasía política del fascismo. Bolsonaro se ha percatado que en nuestro tiempo no hay nada más eficaz que la defensa enfática de lo aberrante. Decir con soltura las peores barbaridades garantiza atención de los medios, sean viejos o nuevos. Conlleva además una extraña bendición: el patán presume que es el único auténtico entre la legión de los hipócritas. Dice las cosas tal cual, expresa sus puntos de vista sin hacer concesiones a lo políticamente correcto. El discurso del brasileño es sorprendentemente agresivo, incluso para los niveles de violencia retórica de nuestros tiempos. La agresión es para él la expresión natural de una masculinidad resuelta. Con su voz grita el orgullo del macho. Padre de cuatro hijos y una hija, declaró hace poco en un evento en Río de Janeiro que engendró a la niña en un penoso momento de debilidad. Por eso no puede decirse que su antifeminismo o que su homofobia sean rasgos secundarios de su personalidad. El fascismo tiene un fuerte componente sexual. Transfiere la voluntad de poder a los dominios de la sexualidad, como dijo Umberto Eco en un viejo artículo sobre el fascismo eterno. El fascismo expresa una masculinidad predadora. Bolsonaro busca una revolución del orden. El ejército ha de ejercer el poder nuevamente como símbolo de jerarquía, eficacia y patriotismo. "El periodo militar fue un tiempo de gloria para Brasil, declaró Bolsonaro. Los criminales eran criminales; el que trabajaba era recompensado y, hasta en el futbol pasábamos menos vergüenzas." Pero la dictadura en la que sueña el fascista brasileño es una dictadura más enérgica, más decidida, más letal. Una dictadura que no tenga los miedos de la previa: que no solo torture sino que también mate. No hay aquí la ilusión de un gobierno del hombre común que se hace cargo de su destino, como pregonan los populistas. Lo que hay aquí es el mito de la mano dura. El mito de la eficacia militar... y tecnocrática. La restauración que imagina Bolsonario pretrende restablecer el antiguo matrimonio entre la dictadura y los economistas ultraliberales. La crisis de las democracias liberales ha alimentado a sus adversarios. Mal haríamos colocando a todos en el mismo saco. Siendo complejo el reto que nos lanza el populismo, debemos reconocer que es muy distinto el que provoca el nuevo fascismo: un polo que propone la militarización, el rechazo a los derechos humanos y la politización del machismo. El modelo político de Bolsonaro no es la política corrosiva de Trump o Berlusconi, dos populistas de derecha. Su podelo es la política criminal de Duterte.

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