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27 de septiembre

JULIO FAESLER

La virtud que tuvo Agustín de Iturbide fue entender el momento en que se encontraba la lucha por la independencia de México y el remedio que se requería. Sin su certera interpretación de las fuerzas en pugna no habría sido posible terminar el impasse en que se encontraba el proceso iniciado hacía ya once años en la parroquia de Dolores. Las tres fuerzas en pugna pero definitorias estaban trabadas en una coyuntura sin solución.

Era evidente la ineficacia de las fuerzas realistas que coincidía con la debilidad de la Insurgencia. El Plan de Iguala, ideada por Iturbide y Guerrero, concilió el rechazo de los realistas frente al reto de la independencia, los intereses de los criollos españoles ya mexicanos y la del clero. El famoso Abrazo de Acatempan, cuya pintura adorna uno de los corredores del Palacio Nacional, se dio después de un intercambio de cartas que expresaban el ánimo de conciliación que unía a contrincantes opuestos. El factor de unidad entre los dos era, por encima del fragor bélico, el principio de que primero estaba la Patria que anhelaban.

Poco mérito le ha reconocido la historia oficial al valiente arrojo que unió a Agustín de Iturbide con Vicente Guerrero. Ambas figuras se esfuman en el humo del ingrato juicio que pronto habrían de difundir los de las fórmulas republicanas, contra el proyecto del Tratado de Córdoba, tan semejante al de los Sentimientos del Cura Morelos. Más al gusto de las logias que del instinto popular, los primeros pasos de México fueron, y siguieron siendo, de conflicto por muchos años.

Para nosotros, empero, lo que más importa celebrar de esos momentos es la conciliación de intereses opuestos, como principio no solo de convivencia sino de progreso nacional.

El futuro de la nueva nación no sería tan terso. Después de la entrada triunfal a la capital del Ejército Trigarante valedor de la Unión, la Religión y la Independencia. Los prohombres que lograron destronar a Iturbide y relegar a Guerrero no tomaron el ejemplo de los dos próceres sino que afilaron sus diferencias, muchas influídas desde fuera. El país que había iniciado su vida en el marco de concordia cayó en el nido de las desavenencias y controversias que dominarían el escenario político y social durante los siguientes cincuenta años.

Mientras la República gastó talentos y recursos disputándose la presidencia, los industriosos vecinos al norte trabajaron metódicamente, guiados por su obsesión de trabajo y por adueñarse de los contornos del maciso mexicano. El Siglo XIX malgastaría batallas fratricidas entre liberales y conservadores, y cada uno encontró consuelo y refugio en intereses externos. La discordia se intensificó en territorio nacional hasta extremos de ignominia increíble. Llegaría por fin el régimen militar que instruyó gobernar con poca política y mucha administración. El Siglo XX repitió los mismos errores de conflicto, pero ya mejor conocidos. El Siglo XXI los sufre de nuevo.

Es de vital importancia que nuestra juventud sea educada en el criterio de la conciliación de intereses opuestos como meta y la armonía como instrumento en lugar del precario sistema de mantener siempre vivo el recuerdo que hiere y divide.

Hay que repetir que el sacrificio personal fue el origen del país mexicano que emergió de la fusión de los opuestos realistas e insurgentes y que esa es la lección que se desprender para aplicar en estos días en que, a juicio de muchos, la Patria está tan dividida como en el Siglo XIX. No hay que repetir los errores pasados de acendrar diferencias mientras que lo que los tiempos piden es unidad de convicción y de acción, no como mecánico soporte a lo que el gobierno proponga sino con la unidad de mirar hacia las imágenes del país ideal que siempre se mantiene como aspiración.

El mundo actual está, como siempre, en urgente necesidad de hallar la conciliación entre extremos que se agudizan con la implacable exigencia de la demografía que todo inunda. Lo que es universalmente claro es que la controversia sin propósito generoso genera daños colectivos que se perpetúan.

Iturbide y Guerrero, juntos, consumaron el anhelo que compartían y por el que muchos murieron. Es oportuno reencontrar lo que a nosotros nos une y no el camino contrario de mantener viva la llama del recuerdo amargo sin deseos de esperanza. Como los héroes que nos dieron Patria hay que fijar la mirada hacia el futuro, siempre mejor que hoy y mucho mejor que el de ayer.

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Escrito en: Editorial Julio Faesler

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